
La Galerna
·21 de marzo de 2022
Control y dominio

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·21 de marzo de 2022
Hace apenas quince días escribí un texto montado sobre la espuma de la prodigiosa resurrección contra el PSG y hoy toca hacerlo en la orilla, cuando la ola ha tocado rocas y te ha depositado de bruces contra el duro suelo. Esto también tendrá que ser el Madrid, y tocará buscarle explicaciones.
He tenido esta conversación con amigos culés a lo largo de los años, y todos han estado más o menos de acuerdo: el juego del Barça va de control, mientras que el del Madrid va de dominio. Puede parecer lo mismo, pero no lo son. Si acudimos a la RAE, encontraremos que control se presenta como sinónimo de dominio, pero también encontraremos en el segundo término una luminosa aclaración. Dominio es el poder que alguien tiene de usar y disponer de lo suyo. Por eso al Madrid no le importa ceder lo uno y aborrece que le mangoneen lo otro.
He tenido esta conversación con amigos culés a lo largo de los años, y todos han estado más o menos de acuerdo: el juego del Barça va de control, mientras que el del Madrid va de dominio
Esto fue lo que vimos ayer. El Barça usó y dispuso de lo que no es suyo y lo hizo usando su arma favorita, que es el control. Tienen motivos los culés para sentirse gozosos. En su hora más oscura, con un club depauperado económicamente, tienen argumentos para la reconstrucción a partir de la parcela deportiva, que es la única que puede salvar a una institución por la que laten los aficionados y, en definitiva, la única que importa. Matizando algo que verbalizó Floro presa de la ira, cuánto nos daba igual a nosotros tener un montón de millones de deuda mientras nos quedara el montón de almas detrás.
Este tipo de cosas las conocen y las recuerdan los aficionados, y nuestra única función como parte integrante del club será conseguir trasladarlo a quienes juegan en el campo. Los convocados anoche sobre el tapete del Bernabéu llevan pocos o muchos partidos de la máxima rivalidad, pero para quien observa desde la grada o en la distancia, el espectáculo tuvo el agravante de la reincidencia.
Hemos visto demasiadas veces a este mismo Barça. Un equipo que, al contrario que el Madrid, sólo es capaz de vencer a través del convencimiento de que es el mejor. Eso es el control. Control en el campo, haciendo de cada partido un rondo en el que los goles caerán como consecuencia lógica; y también control mental, el peor de todos, alentado por los rapsodas a los que el fútbol les parece vil como espectáculo y obsceno como negocio, salvo que lo perpetre el equipo azulgrana. El control mental es un arma tan poderosa que, como sucedió ayer, el rival llega a convencerse también de que no hay nada que hacer.
Para quienes sean capaces de zafarse de él no resultará difícil poner el 0-4 en su justa medida. En cuanto al juego en sí, es un resultado que no lastrará al Madrid tanto como impulsará al Barcelona. En lo sentimental, sin embargo, supone un nuevo aplazamiento de la venganza pendiente.
En cuanto al juego en sí, es un resultado que no lastrará al Madrid tanto como impulsará al Barcelona. En lo sentimental, sin embargo, supone un nuevo aplazamiento de la venganza pendiente
Hubo un tiempo que aún recordamos. Y no porque fuera memorable, aunque sin duda tuvo momentos excepcionales, sino porque se rebozó el discurso de azúcar hasta la náusea. El Barça era un equipo de canteranos jóvenes surgidos de la Masía con la naturalidad de los espárragos o los calçots. Cada gol iba a beneficio de Unicef y todo vibraba en la sintonía de una causa noble. La Humanidad avanzaba con cada gesto y con cada celebración. Fue, digámoslo corto, rigurosamente insoportable.
Lo de ahora es otra cosa. El Barça se reconstruye mirando hacia su modelo de juego, sí, pero no puede ocultarse que se trata de un retrato de Dorian Grey. A nadie se le debe escapar que el club ya no es más virtuoso que cualquier otro negocio millonario en el que sus empleados se atraen y se retienen a base de dinero. En esto mis amigos culés sí discrepan y no les culpo, porque me temo que la exposición permanente al control mental deja efectos irreversibles.
Los madridistas amanecimos de ese tiempo ya pasado con un rosario de Copas de Europa que aún tratan de explicarse los demás, mientras nosotros lamentamos no haber ganado aún la siguiente. Pero a los culés les quedó también una serie de intangibles que Guardiola resumió con su maestría de tahúr en la rueda de prensa tras una goleada. No lo he buscado, pero recuerdo bien el sentido de sus palabras: son solo tres puntos, pero siempre quedará cómo los hemos conseguido. A esa misma lógica del cómo se aferran siempre los blaugranas, a las duras y a las maduras. Qué más da que el Madrid gane lo que quiera, si nunca será como lo nuestro. Y en ese territorio hemos vivido cómodos unos y otros, porque el Madrid no necesita disfrutar del control, sino ejercer su dominio.
No obstante, y este es un debate que sólo puede resolver en la intimidad cada cual, en el corazón de los aficionados de uno y otro lado puede quedar espacio para un poquito de envidia cochina. Hay quien cambiaría una somanta de goles por varias Champions o viceversa. Pensar en ello es, por supuesto, un ejercicio estéril, porque ningún demonio travieso nos ofrecerá jamás semejante tentación.
Además, visto lo visto ayer, un sueño queda tan lejos como el otro. El control es siempre frágil y el dominio es siempre efímero. Ojalá vivamos para ver la venganza y quienes deben administrarla se enteren de una vez de que ellos también nos la deben.
Getty Images.