REVISTA PANENKA
·22 novembre 2024
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Hay jugadores que te das cuenta que son especiales cuando contactan con el balón por primera vez. La suavidad con la que acarician el esférico, la habilidad con la que sortean a los adversarios o la pasión que incitan en los aficionados son algunas de las virtudes que diferencian a los elegidos del resto de mortales. Ronaldinho, además de combinar estas aptitudes, manejaba el control de los partidos al son de su melena, y esbozaba una sonrisa cuando sacaba de la chistera un nuevo truco de magia. Por mucho que vistiera los colores del equipo rival, todos los aficionados se pusieron en pie alguna vez para rendir homenaje a uno de los futbolistas más carismáticos de la historia. Si el ‘Gaúcho’ se lo pasaba bien, nosotros disfrutábamos. Porque, al fin y al cabo, esa es la esencia del fútbol.
El brasileño, en los últimos compases de su carrera, decidió ilusionar a la parroquia de Atlético Mineiro, un club gafado históricamente. Aunque el conjunto de Minas Gerais ganó el Brasileirão en el 2021 y vaya a disputar la final de la Copa Libertadores el próximo 30 de noviembre, no ha sido un club ganador de forma regular. Hasta la incorporación de Ronaldinho en el año 2012, en Brasil se conocía a los de Belo Horizonte como los “renegados” por su mal fario a la hora de conquistar títulos. “Es mucho lo que nos pasa por la cabeza, es mucha emoción, mucha presión, mucha responsabilidad. El Atlético es sufrido, tiene gafe y hemos roto todo eso”, explicó Cuca, entrenador que llevó a la gloria eterna a Mineiro en el año 2013. Ronaldinho también se acordó de aquellos que satirizaban sobre la mala suerte del conjunto brasileño. “Decían que éramos el equipo renegado, que lo digan ahora”, expresó el ‘10’ después de aquella final contra Olimpia.
Desde la liga de 1971, Atlético Mineiro sumó cuatro subcampeonatos y seis terceros puestos en el Brasileirão hasta la llegada de Ronaldinho
Los batacazos de Mineiro eran asiduos desde la implementación del nuevo formato del Brasileirão, en el 1971. Los belo-horizontinos solo habían conquistado un campeonato, justo cuando se inauguró la Serie A con la configuración actual. Desde entonces, el ‘Galo’ cayó en una espiral negativa que parecía irreversible: cuatro subcampeonatos, uno de ellos sin haber conocido la derrota, y seis terceros puestos en 41 años. No obstante, la llegada de Ronaldinho disipó los fantasmas y los infortunios que sobrevolaban el Mineirão, y lo hizo a lo grande, conquistando la corona de América. Los belo-horizontinos levantaron la primera Copa Libertadores de su historia, y el exfutbolista del Barça pasó de mito a leyenda. Solo tres futbolistas habían sido capaces de conquistar la Copa del Mundo, la Champions League y la Copa Libertadores. Al trío formado por Dida, Roque Júnior y Cafú se les sumó un tal Ronaldinho. Con 33 años, y después de varias temporadas alejado del nivel que un día exhibió, el campeón del mundo renació con la camiseta del ‘Galo’. En los 14 encuentros que disputó en la máxima competición continental de América materializó cuatro goles y repartió siete asistencias, el que más en todo el campeonato. Por si fuera poco, fue nombrado mejor jugador del torneo.
Ronaldinho tenía claro que no iba a retirarse sin una Copa Libertadores en sus vitrinas, el trofeo que soñaba con levantar desde que era niño. “He vuelto a Brasil para conquistar el título que me falta”, explicó a su llegada a Belo Horizonte. Lo había conseguido todo en el mundo del fútbol, pero tenía un boquete en su palmarés que quería rellenar antes de dar un paso al lado. Durante las eliminatorias todo le salió a pedir de boca. Parecía que el maleficio de Mineiro se podía romper, pues superaron a Toluca en los cuartos gracias a un gol en el 90’ y avanzaron a la final después de superar a Newell’s en la tanda de penaltis. Aun así, el ‘Galo’, que pisaba por primera vez una final de la máxima competición continental, notó la inexperiencia en el partido de ida ante Olimpia, en Paraguay. El ‘Rey de Copas’ venció por 2-0, así que parecía que los brasileños iban a quedarse con la miel en los labios. Sin embargo, las declaraciones de Ronaldinho previas al duelo de vuelta ilusionaron a la parroquia de Minas Gerais. “Todavía creemos. Nos falta un partido y entregaremos todo para ganar este título. Creemos en la fortaleza de este grupo y en la de los hinchas”. Y vaya si creyeron. Aunque el ‘Gaúcho’ no fue decisivo en la final, cada balón suyo generaba una ocasión de peligro. Todos sus centros al área iban teledirigidos a la cabeza de un compañero. Los defensas paraguayos temblaban cada vez que el ‘10’ alzaba la mirada y se disponía a centrar. No tenía la punta de velocidad de antaño, ni la habilidad para dejar atrás a los rivales, pero los controles orientados del brasileño hacían recordar tiempos pasados. Pese a no estar en la cúspide de su carrera, Ronaldinho organizaba cada ataque de Atlético Mineiro con el fin de cumplir su promesa.
El brasileño regresó a su país con el objetivo de levantar la Libertadores, el título que soñaba ganar cuando era niño
El ‘Galo’ jugó con fuego durante la primera mitad, fruto de la desesperación por igualar la eliminatoria. Olimpia, resguardado atrás, esperaba pacientemente su oportunidad al contragolpe, mientras Mineiro solo creaba peligro gracias a los pases mágicos del genio. Sin embargo, todo cambió en el segundo tiempo. Nada más salir de vestuarios, los brasileños, por mediación de Jô, aprovecharon un error en el despeje de Pittoni para meterse de lleno en la lucha por el título. Quedaban 45 minutos, y daba la sensación de que Mineiro, más pronto que tarde, iba a igualar la eliminatoria. El conjunto dirigido por Cuca las tuvo de todos los colores, pero el gol llegó justo después de que los paraguayos tuvieran una ocasión de las que no se olvidan. Ferreyra se plantó solo delante de la portería tras superar al guardameta. Cuando se disponía a rematar, a puerta vacía, el futbolista argentino, de forma inexplicable, se resbaló. Esa acción espoleó a los belo-horizontinos, que sabían que era ahora o nunca. Un minuto después, en el 85’, el ‘Rey de Copas’ se quedó con diez tras la doble amarilla a Manzur. El destino estaba escrito. Los paraguayos resistían sin saber muy bien cómo. Estaban cerca de la gloria, hasta que apareció, por encima de todos, Leonardo Silva para poner el 2-0 e igualar la final. 30 minutos más de fútbol para alivio de Mineiro y para desgracia de Olimpia, que, con un jugador menos, vislumbraba muy lejos los penaltis. Los brasileños, a pesar de monopolizar el balón, no crearon tanto peligro como durante la segunda parte. Réver, en el 98’, estrelló el esférico a la cruceta en la jugada más peligrosa del ‘Galo’ en el tiempo extra.
El marcador no se movió y el título se iba a decidir de la forma más cruel, en la tanda. Los paraguayos respiraron aliviados tras aguantar en inferioridad, mientras que los brasileños, habituados a jugársela desde los once metros, tampoco desaprobaron el desenlace. Ronaldinho, en su propósito de ser el héroe local, pidió ejecutar el quinto lanzamiento, el que comúnmente lanzan las estrellas. Sin embargo, los futbolistas paraguayos desperdiciaron dos disparos y entregaron la corona al rey antes de que se dispusiera a decidir desde el punto fatídico. El genio de la eterna sonrisa logró el título que le faltaba con un club gafado históricamente. El final perfecto a una carrera inigualable.
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Fotografía de Getty Images.