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Regate Femenino

·14 de septiembre de 2023

Sankt Pauli, por un fútbol sin género

Imagen del artículo:Sankt Pauli, por un fútbol sin género

El amor por el barrio de Sankt Pauli también llena las gradas de Millerntor para el crecimiento de una sección femenina en pleno desarrollo

Suena el Hell Bells de la banda heavy AC/DC. El humo rojo de las bengalas embriaga un Millerntor listo para bajar el telón. En el túnel de vestuarios, veintidós futbolistas se preparan para saltar al campo en un día que puede ser histórico. Aún siguen entrando aficionados, pero se prevé alcanzar una cifra récord. Sankt Pauli es una fiesta. Y no hace falta que ruede el balón para darse cuenta de la magnitud que tiene el fútbol en el barrio. Mucho más cuando se disputa el derbi. Recién ascendido a la segunda categoría, el Hamburgo visita a su máximo rival. Dos mundos enfrentados entre sí. Capitalistas y rebeldes. Y aunque en cuanto a fútbol femenino se refiere la diferencia no es tan patente, a gran escala los modelos siguen enfrentados. Es un día especial. Otra vez el fútbol pasará a un segundo plano. Aunque si nos ponemos así, en Sankt Pauli no hay días distintos.

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El habitual marrón del Sankt Pauli es sustituido por una tercera equitación donde se confunden el rosa, el verde y el azul. No cambian las banderas piratas. Ahí ondean, en ambos lados del Millerntor. Las jugadoras ya saltan al césped. Arrancará la segunda ronda de la DFB Pokal, la copa alemana. Pocos minutos del pitido inicial, las visitantes ya ganan con tres goles de ventaja. Aun así, nadie le va a quitar al Sankt Pauli el espectacular recibimiento de su afición. Una vez más, han hecho gala del club en el que se han convertido. El mundo les rinde culto. La goleada por 1-7 no empañará el récord en las gradas. 19.710 espectadores para poner bajo el foco al norte alemán. La pancarta con la que las jugadoras despiden a los suyos lo dice todo: football has no gender (el fútbol no tiene género).


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Ama al Sankt Pauli, odia el racismo

Millerntor late en el corazón del barrio rojo. Allí donde dos estibadores decidieron en 1910 fundar un club que portaría el marrón de su traje. Entre cabarets y prostíbulos nacía un Sankt Pauli muy diferente a lo que es a día de hoy. La vida nocturna imperaba en un barrio de mendigos y prostitutas. A la par crecía un equipo tradicional, con tendencia nacionalista y asociado a la burguesía, pero en plena ebullición de Hamburgo, con uno de los puertos más importantes del mundo, la entidad empezó a cambiar. Culturas y clases sociales encontraron en ese barrio lugar en el que divertirse. Su avenida principal, Reeperbahn, llena de bares y burdeles, era el sitio perfecto para los marineros de paso. Incluso un lugar para ver nacer a una de las bandas de rock más influyentes de su historia, The Beatles.

A pesar de que el nazismo no pudo frenar esa afluencia y Sankt Pauli se convirtió en un reducto de la nocturnidad, el club, por ese entonces, acató los principios del Tercer Reich. Sin embargo, se vieron los primeros atisbos de su rebeldía, y es que el St. Pauli no incluyó la cláusula aria en sus estatutos hasta 1940. Un hecho que implicaba el no aceptar socios de origen judío. De esa época, el club de los piratas, que más adelante adoptaría la Jolly Roger como bandera (aunque no oficial) por la influencia que tuvieron en el mar del Norte, construyó su actual feudo justo en la famosa avenida de Reeperbahn. Allí donde la clase obrera empezó a reunirse en plena reconstrucción nacional. Y allí donde iniciaría la historia del Sankt Pauli actual. Del equipo contestatario y rebelde como los piratas que surcaban los mares siglos atrás.

Reeperbahn, consolidada como el epicentro cultural no solo del barrio, sino que del norte de Alemania, vio como los marineros abandonaban poco a poco ese espacio a raíz de la modernización de la industria naval. Años ochenta. Corrían nuevos tiempos. Sankt Pauli perdió su principal fuente financiera, lo que propició la degradación del espacio. Sin embargo, donde unos veían inseguridad y pobreza, otros vieron una oportunidad perfecta en la que encontrar una nueva vida. El abandono abrió la puerta a la llegada de jóvenes artistas y estudiantes, que con sus pocos recursos, se instalaron en sus calles en busca de vivienda. Fue el inicio del movimiento Squatter, más conocido como Okupa. Aquel que trajo consigo una atmosfera bohemia que volvió a poner a St. Pauli sobre el mapa. Pero esta vez por su contracultura. Causas sociales, ideologías antifascistas, anticapitalistas, y sobre todo, el creciente movimiento punk.

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Todo ello se tradujo también en el equipo de fútbol. Y es que Millerntor empezó a ser un lugar de encuentro para aficionados de ideologías que chocaban con el hooliganismo y nacionalismo de sus vecinos, el Hamburgo SV. En Sankt Pauli, la identidad no tardó en fortalecer a un equipo con el antirracismo como emblema, y especialmente cauto con un fútbol que empezaba a abrazar el dinero. Todo ello no impidió a los piratas disputar la máxima categoría durante la temporada 88/89, mostrando al mundo un modelo donde el socio tenía el lugar más importante. Aquel que salvó al club durante los peores años de la entidad. Como cuando a principios de los 2000, Sankt Pauli estuvo al borde de la desaparición.

La simbiosis entre fútbol y barrio ha convertido al Sankt Pauli en un estilo de vida. Allí donde las gradas son altavoz y donde lo deportivo pasa a un segundo plano. Los mismos que decidieron cambiar el nombre del estadio Wilhelm Koch (presidente de la entidad durante el periodo del Tercer Reich) porque descubrieron sus lazos con el nazismo para rebautizarlo en 1998 con el nombre de Millerntor, y que lograron retirar del estadio la publicidad de Maxim, una revista que publicaba fotos de mujeres desnudas. No solo eso, en Sankt Pauli prohibieron los cánticos xenófobos, y se convirtieron en el primer club alemán en ser dirigido por un presidente, Corny Litmann, que se declaraba abiertamente homosexual.

Además de ello, en 2006, en pleno Mundial de Alemania, el club decidió crear un torneo alternativo con las selecciones no reconocidas por la FIFA. En 2014, también se involucraron en el apadrinamiento del FC Lampedusa, un equipo de refugiados de Hamburgo. Una dimensión en la que no faltan las banderas y pintadas del Che Guevara, o de una esvástica tachada. Tampoco faltan referentes, como Volker Ippig, portero que durante la década de los ochenta enamoró a la afición no solo por su estética punk, sino que por sus convicciones izquierdistas. “Mi corazón siempre ha latido hacia la izquierda” declaró. Con todo ello, el equipo compite en la segunda división, y aunque los resultados deportivos importan, no son prioridad. “Si ganamos, vamos al bar, bebemos cerveza y lo celebramos. Si perdemos, vamos al bar, bebemos cerveza y lo olvidamos”, no dudan en señalar Carles Viñas y Natxo Parra en St. Pauli, otro fútbol es posible.

Fútbol femenino, un paso adelante

Otro de los datos que elevan al Sankt Pauli a otra magnitud es el de convertirse en el club europeo con mayor presencia femenina en su estadio. Prácticamente, el 30 por ciento de los asistentes a los partidos son mujeres. Un dato que vuelve a demostrar la apuesta realizada desde la institución en favor de la igualdad de género y contra el sexismo, pero que se contrapone con la situación del equipo femenino. La sección, que compite en el tercer escalón nacional, mantiene un carácter amateur, y hasta hace poco, no contaba con un gran apoyo por parte de la masa social pirata. En busca de la profesionalización y otorgarle mayor importancia, los 19.710 aficionados que acudieron a Millerntor suponen un atisbo de luz para seguir dando pasos adelante. Porque a pesar de la derrota, la imagen que dejaron las gradas tras el partido fue para enmarcar.

La sección femenina fue fundada en 1990 por aficionadas del club. Aunque en sus inicios la entidad no abrazó la idea, la aceptación acabó llegando en 2001, cuando el primer equipo empezó a defender en su totalidad el escudo del Sankt Pauli. En 2008, el equipo femenino se dividió en dos, el primero en busca del alto rendimiento, y el segundo con la máxima de jugar por diversión, tal y como contó Inga Schlegel, subdirectora de fútbol femenino del FC St. Pauli, para Since 71. Con el objetivo de seguir abriéndose paso y asentarse en la tercera categoría, el Sankt Pauli potenció su fútbol base en convivencia con el crecimiento de la sección masculina, seguida por más de 20 millones de personas. Aun así, a una distancia mucho más modesta que sus homólogos. “El fútbol femenino es completamente independiente del masculino. Sin embargo, hay un buen intercambio con el club en general”.

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De hecho, Sankt Pauli va mucho más allá de su identidad futbolística. Como club polideportivo, el fútbol, y sobre todo el femenino, cohabita con el rugby, el tenis mesa e incluso el vóley-playa. Sin dejar a un lado los valores, en Sankt Pauli no importa a que quieras jugar. Y para el fútbol femenino se trata de algo especial, y es que sus futbolistas se nutren de tal ambiente en tiempos donde este deporte se encuentra bajo el foco constantemente. Ya sea fruto del recelo en su apogeo social. Pero por ello es importante la estabilización de la sección. Primero a nivel deportivo, pero una vez logrado, a nivel cultural. Porque en un barrio obrero, donde el fútbol masculino sirve como referencia incluso a muchas mujeres, ya solo falta construir referentes femeninas para que algún día puedan verse reflejadas en su mismo espejo.

Un enorme desafío para la entidad. “Queremos crecer y dar a más niñas y mujeres la oportunidad de jugar al fútbol en nuestro club”, afirma Schlegel. “Desafortunadamente, para ello se necesitan campos de entrenamiento gratuitos y disponibles, que en Hamburgo son realmente difíciles de encontrar para cualquiera”. Además de ello, la falta de profesionalización dificulta el poder encontrar entrenadores calificados dispuestos a sacrificar su tiempo libre para formar a las futuras futbolistas. Pero por ahora, el primer equipo del Sankt Pauli cumple con las predicciones de Inga, y se mantiene en la tercera división. Eso sí, sin olvidar que el descenso al fútbol regional está cerca. Pese a no sufrir la pasada temporada, un punto les separó del abismo hace dos años.

Pero eso es el Sankt Pauli. Sufrir para disfrutar. Una filosofía de vida en la que ser el David para vencer al Golliat. Todo un odio al fútbol moderno de manual. Pero para ello, no todo vale. Y mientras en el fútbol masculino el modelo entra en constante debate para sobrevivir en la vorágine de la segunda división, en el fútbol femenino empiezan a consolidarse los primeros pasos antes de convertirse en aquello que siempre han visto. Porque dentro del club conviven dos situaciones completamente distintas, pero que tienen un objetivo común. Representar al barrio y a su gente. Porque otro fútbol es posible.

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