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La Colina de Nervión

·22 de mayo de 2024

Pirómanos

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Quizás, en todas las escuelas de negocios del mundo se empiece a estudiar ya mismo al Sevilla Fútbol Club como el caso paradigmático de lo que no debe ser una entidad de ninguna índole; ni económica ni social ni cultural ni deportiva.  De hecho, en esas escuelas de negocio prolifera el uso de dos términos que, para cualquier organización, son fundamentales: talento y liderazgo. Precisamente, dos cualidades de las que carece el club andaluz desde hace dos años, como se ha puesto de manifiesto en los últimos días con el ‘caso Jesús Navas’.

El Sevilla Fútbol Club es una entidad, una institución, que, como afirmaba, Ramón Sánchez-Pizjuán, está por encima de las personas. Sin embargo, el gran presidente sevillista que da nombre al estadio pronunció esa frase antes del nacimiento de Jesús Navas. Es decir, esa frase tuvo vigencia hasta el nacimiento del duende de Los Palacios. A partir del nacimiento de Jesús, todo cambia. Nunca un nombre para un bebé estuvo mejor elegido. Pues en la entidad hay un a.J., ‘antes de Jesús’ y un d.J., después de Jesús. Si hubiera una forma de transformar a la entidad sevillista en una persona de carne y hueso, no hay ninguna duda, de que Jesús Navas sería el elegido para expresar cómo siente una entidad, puesto que él es la alegría, la pena, la euforia, la depresión, la tristeza del sevillismo.


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Sin embargo, esa persona que encarna, no al sevillismo, sino al Sevilla Fútbol Club como ninguna otra, ha sido ninguneada por su presidente y por todo su equipo directivo de una manera indigna e imperdonable. Muchos éxitos en su presidencia va a necesitar José María del Nido Carrasco para borrar de la memoria del sevillismo semejante afrenta, que además ha sido provocada por su dejación de responsabilidades, según se deduce de la exposición de hechos que él mismo hizo en la comparecencia pública del pasado sábado. Su relato, al que debemos darle toda la veracidad, ya que ninguna de las partes implicadas lo ha desmentido, comienza cuando recibe una llamada de la agente de Jesús Navas en la que le expresa la decisión del icono sevillista de abandonar la entidad.

Y aquí es donde empiezan las preguntas. ¿Y no se le ocurre al mismísimo presidente del Sevilla Fútbol Club contactar inmediatamente con Jesús Navas para intentar que reconsidere? ¿No se le pasa por la cabeza convocar inmediatamente una reunión para recordarle su compromiso del contrato vitalicio? ¿No tiene el máximo gestor de la entidad flexibilidad suficiente como para abordar el asunto de su renovación aunque rompa su idea de esperar a que termine la temporada? ¿Carece de habilidad quien pretende liderar una organización como para evitar que se produzcan episodios indeseables que desestabilizan el orden que debería imperar?

El ‘caso Jesús Navas’ nunca habría existido si en el Sevilla Fútbol Club no hubiera pirómanos por doquier, como lamentablemente ocurre en la actualidad. La entidad sevillista está compuesta actualmente por demasiadas personas que, intentando salvarse de la quema, no hacen más que generar incendios, incluso aunque fueran tan fáciles de evitar como el del niño de Los Palacios, quien, a pesar de sus 38 años, no deja de ser un niño que requiere de un trato que el presidente de la entidad no ha sido capaz de darle pese a que, como él mismo se vanagloria en decir, conoce a Jesús Navas desde hace 20 años. El comunicado publicado por el palaciego en la madrugada del sábado sólo es imaginable desde el más profundo dolor por el trato recibido, lo cual es imperdonable a los ojos de los aficionados.

Si a un presidente incompetente se le une un equipo de gestión inoperante y se le adereza con una oposición demagoga y un grupo de empleados más atentos a salvarse del incendio que a sofocarlo, el resultado es el panorama actual que tiene el Sevilla Fútbol Club. Lo peor de todo es que esos dirigentes incapaces confían en que la llegada de buenos resultados deportivos permita reconducir la situación y aplaquen las críticas, sin darse cuenta de que lo que pasa en el campo de juego es consecuencia, y no causa, de su inoperancia. Así de grave es la inconsciencia de la estulticia.

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