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·25 de mayo de 2024

La Octava, la Décima y María Auxiliadora

Imagen del artículo:La Octava, la Décima y María Auxiliadora

“Confiad en María Auxiliadora y veréis lo que son milagros”. La cita es de san Juan Bosco, un santo italiano del siglo XIX fundador de los Salesianos, religiosos que poblaron de colegios Europa y América proporcionando educación y amparo a miles de niños que no disponían de medios. “Confiad en María Auxiliadora y veréis lo que son milagros”, repetía con inquebrantable fe don Bosco, una frase que para un ateo o agnóstico no será más que superchería, pero no para un católico. Ni para un madridista. Para un madridista, es tan cierta como las 14 Copas de Europa que abarrotan nuestro orgullo. Bueno, al menos, como dos de ellas, jugadas en 24 de mayo.

Tuve la bendita suerte de nacer el 24 de mayo de hace 47 años. Siendo mayo el mes por antonomasia de las copas de Europa, he podido celebrar dos de mis cumpleaños mojándolos en sendas orejonas: la Octava y la Décima.


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La Octava fue el día que cumplí 23, dos años después aún nos duraba la resaca de la Séptima y, con lo mal que jugó aquel equipo el año 2000, plantarnos en la final fue algo verdaderamente milagroso. No es broma, pero tirando de memoria, parecía imposible. En noviembre habían cesado a J. B. Toshack, entrenador al que no se le entendió su flema galesa cuando dijo aquello de los cerdos volando por encima del Bernabéu. Estuvo mal, sí, pero peor era la actitud del equipo en aquellos meses de invierno. El Madrid lo suplió de forma interina con un hombre de la casa, Vicente del Bosque, que venía para un rato y por ahorrar dinero. El charro se limitó a ver cómo el Deportivo ganó una Liga en la que el Real Madrid quedó quinto, fuera de posiciones de Champions, de no ser porque se dio el milagro que decía don Bosco.

“Confiad en María Auxiliadora y veréis lo que son milagros”, repetía con inquebrantable fe don Bosco, una frase que para un ateo o agnóstico no será más que superchería, pero no para un católico. Ni para un madridista

Aquella edición de la Copa de Europa fue extraña. Se jugó la fase de grupos, como siempre, en otoño, pero ese año la UEFA se inventó que los octavos de final fuesen también una liguilla de cuatro. En ella quedamos encuadrados con el Bayern de Múnich, el Dinamo de Kiev y el Rosenborg. El Bayern de Múnich nos ganó los dos partidos, jugados en febrero y marzo, por 2-4 en el Bernabéu y por 4-1 en Múnich. Nos pasaron por encima. La clasificación quedó con el equipo alemán primero y con el Madrid y el Dinamo de Kiev empatados a puntos, con los blancos con peor gol average general que el Dinamo —menos uno para nosotros y más dos para los ucranianos— pero el particular se lo ganamos por un gol. Pasamos a cuartos de milagro, jugando remal, sin sentido ni concierto. Pero pasamos. Ahí sí, en cuartos, el Madrid dio su versión Champions en todo su esplendor, empatando a cero en el Bernabéu contra el Manchester United y ganando en Old Trafford 2-3, el día del taconazo de Redondo.

Las semis, solo mes y medio después de haber sido apabullados por el Bayern de Múnich, nos enfrentaban de nuevo con ellos. En esa eliminatoria apareció de la nada un jugador que ni estaba ni se le esperaba: Nicolas Anelka. Hizo dos goles, uno en el Bernabéu y otro en Alemania con aquel escorzo a pase Savio que sirvió para llegar a la final. De modo que la jugamos después de haber perdido tres de cuatro partidos contra el Bayern en dos meses, con un resultado acumulado de 10-4 para ellos. Aún no se lo explican en Baviera…

Jugamos la final de la Octava tras eliminar al Bayern después de haber perdido tres de cuatro partidos contra ellos en dos meses

La final de ese año 2000 la disputamos con Vicente del Bosque de entrenador y con el once inicial más imprevisible y extraño que hubiéramos podido imaginar para jugarnos una Champions y, además, con la alineación más joven de entre todos los onces de todos los equipos y partidos que se habían jugado aquella edición del torneo: Casillas (19), Salgado (24), Karanka (26), Helguera (25), Iván Campo (26), Roberto Carlos (27), Redondo (30), McManaman (28), Raúl (22), Anelka (21) y Morientes (24), con una media de edad de 24,7 años. De locos. Un auténtico milagro. El resultado, lo recordamos todos: 3-0. Alucinante. Fue la final menos efervescente de las que recuerdo, tal vez por ser ante el Valencia, tal vez por ser dos años después de la que inundó todo… No lo sé, aun así la celebré por todo lo alto y con camiseta de regalo. Al fin y al cabo, era mi 23º cumpleaños.

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La Décima… la Décima fue otra cosa. Mi primer cumpleaños de casado y mi esposa, más atlética que el oso de su escudo, se fue al Calderón embarazada de nuestro primer vástago y me dejó solo en casa con mi cumpleaños por celebrar. Llamé a mi amigo Pascual, madridista, hombre moderado y callado, condición esta última que se agradece para ver un partido de fútbol de alta tensión. Una final contra el Valencia no nos incomodaba mucho, pero contra el Atleti, ante la sola posibilidad de perder y vislumbrar la turra de años que nos darían, era insufrible. De hecho, diría que las dos contra los vecinos de abajo han sido las dos en las que no he disfrutado durante el partido. Fueron peores que ir al dentista. Pero bueno, aquel 24 de mayo de 2014, con mi recién esposa viendo el encuentro con su tribu y yo con mi compadre, celebrando mis 37, salió a relucir el santoral: el 24 de mayo no se celebra otra fiesta que la de María Auxiliadora. “Confiad en María Auxiliadora y veréis lo que son milagros”.

En el minuto 93, ante aquel segundo córner consecutivo que sacaba Modric, con mi amigo Pascual más pálido que un oso polar bañándose en lejía, me puse de pie y grité: “¡Ahora es el gol! ¡Como el Manchester!”. Me refería, ya lo saben ustedes, a la final de 1999 en la que el Manchester United le dio la vuelta al partido contra el Bayern de Múnich con dos goles en un minuto. Final, por cierto, jugada también un 24 de mayo… día de María Auxiliadora.

Mi gritó de fe era más un lamento educado que una certeza, pero… a las 22:48 se abrió el Cielo sobre Lisboa con todas sus gracias, que cayeron en la cabeza de Sergio Ramos, que metió el gol de María Auxiliadora, de san Juan Bosco, del Manchester United, y de media ciudad de Madrid, que respiró tranquila pensando: “¡De la que nos hemos librado, madre mía!”.

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De los 10 segundos siguientes al gol no conservo memoria. No sé qué pasó, qué hice, en qué parte de la casa estuve. Al recobrar la conciencia estaba en el pasillo dando besos a una puerta y, al regresar al salón, ahí estaba Pascual, sentado en el sofá, impertérrito, pálido ceniza y acertando sólo a decir, en voz muy bajita, como para no despertar de lo que parecía ser un sueño: “no me lo creo… no me lo creo…”.

A las 22:48 se abrió el Cielo sobre Lisboa con todas sus gracias, que cayeron en la cabeza de Sergio Ramos, que metió el gol de María Auxiliadora, de san Juan Bosco, del Manchester United, y de media ciudad de Madrid, que respiró tranquila pensando: “¡De la que nos hemos librado, madre mía!”

Efeméride preciosa para los madridistas el 24 de mayo, aniversario de la Octava y de la Décima, que celebro con alegría disimulada tanto por esto como por mis años, y que siempre me recuerda aquella cita, más cierta que incierta, de san Juan Bosco que decía: “Confiad en María Auxiliadora y veréis lo que son milagros”. Para muestra, un botón: mi esposa llegó a casa bufanda en mano, dio las buenas noches y se marchó a la cama sin más. Ni cumpleaños ni recién casados ni nada. Hoy, diez años después, seguimos felizmente casados. ¡Hala Madrid!

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