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El Rincón del Fútbol

·10 de abril de 2022

El Tatuaje de La 10

Imagen del artículo:El Tatuaje de La 10

¿Cómo se le explica a quien no comparte tu pasión, que la razón de tus actos se impulsa intrínsecamente por esta? Quizás, si esa persona tiene pasiones, pueda entenderlo. O, tal vez, ni siquiera esa similitud logre que empatice y comprenda por qué hiciste lo que hiciste, qué te llevó a hacerlo.

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Es simple, al menos en mi caso, porque sinceramente me da igual si entienden, comparten o comprenden las razones de mis actos; no me interesa lo que puedan opinar a modo de señalamiento y de reto como si fuera una cría que cometió una indiscreción o agarró el objeto prohibido. Pero pasa, de vez en cuando, que quien pregunta lo hace desde un lugar natural de curiosidad y quizás espera que tu respuesta le anime a animarse también. Es entonces cuando intento explicar la paradoja: no tiene explicación. Sentí necesidad de hacerlo, algo en mí gritó para llevarme a cometer el acto. Es simple, es llano, es mi pasión. ¿Sirve esto a modo de explicación? Lo dudo, las pasiones son tan íntimas de cada ser humano que desplegar un sinfín de palabras que, más tarde serán seguramente adjetivadas como justificativo, no es algo que me incentive a darlas, claramente. Aunque, para ser sincera, dar explicaciones nunca fue de mis cosas favoritas en el mundo.


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Es por esto que en el texto que prosigue, no quiero explicar por qué me tatué la firma de Estefanía Banini en el brazo. Era mi sueño por cumplir (uno de tantos que tengo) y lo logré. Soy feliz con eso. Lo que pretendo es contar, lo más brevemente posible, cómo llegué a alcanzar una de las metas que tenía en la vida.

“Todo empezó en el año mil novecientos tijiri dos”… Clara referencia a Los Simpson, no podía faltar el chiste malo y la inserción de cultura popular que me tiene fanatizada desde hace 30 años. Volviendo al tema, me uní a este precioso medio digital llamado “El Rincón del Fútbol” en febrero de 2017. Si, más de cinco años pasaron desde que me asignaron cubrir la zona patagónica de lo que se denominaba por aquel entonces “Torneo Federal B”. Tras una temporada cumpliendo y sobrepasando, al menos desde mi postura, cada requerimiento, empecé a cubrir la “B” Nacional. Poco después se me ofreció participar en “Primera División”, ofrecimiento que decliné por razones pasionales: mi amado River Plate era parte y no quería, por esta vez, que la hincha fuera molestada por la periodista; elegí la subjetividad de mi pasión a la objetividad de mi vocación. Sin embargo, y a modo de provocación directa y sin tapujos, me ofrecieron cubrir a los seleccionados nacionales y allí fue que periodista e hincha se vieron forzadas por mi mente a aprender a trabajar en conjunto.

De a poco y abrumada por el caudal interminable de información continua que aparecía del combinado masculino, empecé a notar la escasez, por no decir nulidad, de lo respectivo al femenino. A sabiendas de todos los ámbitos desiguales en que se desarrollaban una y otra actividad, comencé a contactarme con gente más cercana al ambiente del fútbol femenino y allí conocí, de lejitos y a cuenta gotas la historia de esta mendocina de casi 32 años que era apodada “La Messi del femenino”. La historia de cómo Argentina llega a jugar la Copa América de 2018 todos la conocemos, no voy a ahondar más en eso, por lo menos en estas líneas. Su clasificación al Mundial de Francia 2019, tras el repechaje obtenido frente a Panamá y su participación en la cita mundialista, dieron a Banini y otras futbolistas la posibilidad de mostrarse y demostrar que, con trabajo real y serio, la Selección Argentina de Fútbol Femenino tenía claras oportunidades de trascender, progresar y crecer sin techo. Y Banini se hizo eco de estos objetivos, alzó la voz, dio la cara y le dijo al mundo lo que las jugadoras necesitaban y pretendían.Desafortunadamente, su voz hirió egos y se atrevió a poner en jaque, cosas que en el fútbol argentino (y global) no deben ser cuestionadas: Estefanía levantó la voz frente al poder y el poder, al no poder callarla, la excluyó.

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Fueron casi tres años de jugar en equipos importantes, de destacarse dentro de los mismos y de ser reconocida, por decir algo, como una de las 11 mejores jugadoras, según FIFA, de 2021. Un detalle nomás, aparentemente, para aquellos que aún heridos en sus egos, seguían sin levantar el teléfono (bueno, así se decía antes) y convocarla.Este castigo absurdo y sin justificación, se terminó el jueves pasado en la provincia de Córdoba, donde resido desde hace más de 17 años. Argentina tenía pactado un partido amistoso ante su par de Chile y allí Banini volvería a calzarse la celeste y blanca. El número 22 en la espalda (aunque sea un secreto a voces que es la 10 eterna), el aliento del público en el Estadio Mario Alberto Kempes y su llanto emocionado al oír el himno dentro del grupo de 11 titulares. Piel de gallina, Estefanía Banini, piel de gallina y emoción a flor de piel.

Gracias a este medio hermoso, logré la acreditación para cubrir el encuentro. ¿El resultado? Anecdótico. ¿La difusión por parte de los medios grandes que llegan a cada rincón del mundo? Prácticamente nula. ¿La pasión de los que estábamos ahí alentando como hinchas y tratando de analizar como profesionales? Desorbitante.En la zona mixta, a la espera de las jugadoras para hacer notas, charlábamos con colegas y no podíamos creer que después de tanto tiempo y angustia, por fin las chicas habían jugado de locales y con público. La alegría por ellas nos superaba sin duda alguna. Los diálogos ansiosos fueron apareciendo:-“Eh, creo que ahí vienen”-“No, escuchá a la gente, deben estar sacándose fotos”.-“Maru, ¿me hacés un favor?”-“Si, Chechu”-“Pedile un autógrafo a Bonse que no me animo”-“¿En serio no te animás?”-“No”-“Bueno, dame”-“Ahí vienen”-“Si Banini me da bola, le pido que me firme el brazo y me lo tatúo”.-“No charleeee”-“Te juro que me lo tatúo”.

Un rato más tarde, con el autógrafo de Florencia Bonsegundo conseguido para Chechu, Estefanía pasó por donde estaba yo y me olvidé por completo que tenía que hacerle una nota ya que, recordemos, estaba ahí como periodista. Le pedí que me firmara el brazo y le dije: mirá que va para tatuaje, eh.-“¡No, qué nervios!”, respondió entre risas la mendocina mágica, sin creerme.-“En serio, va para tatuaje”.

Aún sin creerlo, firmó el brazo y veinte horas más tarde, el tatuaje era un hecho.

Quiero agradecer principalmente a ella que se animó a estampar su gancho en el brazo de una loquita fanática. También a Diego, Emiliano y Darío y a todos los compañeros de “El Rincón”, medio que me permitió acercarme a este mundo que amo y vivir momentos inolvidables. A las y los colegas que estuvieron siempre detrás del femenino y que siguen ahí, firmes, en condiciones que apenas si son favorables para hacer un trabajo. A veces ni siquiera tenemos electricidad a los lugares donde vamos a cubrir, ni hablemos de baños, agua, refugio del sol o la lluvia. Ellos están, bancan los trapos y no se mueven nunca.A las chicas de “El Tatuaje de la 10”, el grupo de Whatsapp que son lo más: Sofía Carlopio, Macarena Jorge Camaño, Florencia Baraín y Palo Aschieri. A Barbi “BaniniShines” por su pasión total. A Antonella “Chechu” Gastaldi de Boca De Selección y a Agus Vidal, por mencionar algunos. Perdón a los que dejo afuera.A Los Andes Diario, Destape Web y Canal DeporTV por compartir el sueño cumplido y a todos los usuarios de redes que me ayudaron para que Estefi viera la historia y me respondiera. GRACIAS PORQUE USTEDES FUERON PARTE DEL SUEÑO HECHO REALIDAD.

¿Por qué me tatué la firma de Estefanía Banini? Porque la admiro, porque cada vez que agarra una pelota y empieza a encarar, me hace feliz. Porque respeto y apoyo su lucha constante por mejorar a la selección desde adentro, desde lo institucional, para todas. Para las que están y para las que vienen; su lucha es la de todas. Y si me vuelven a preguntar por qué me tatué la firma de Estefanía Banini, responderé simple y llanamente: PORQUE QUISE.

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