
La Galerna
·29 de agosto de 2025
Cartas de un madridista millennial: El final del verano

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·29 de agosto de 2025
Hola de nuevo:
En ocasiones, la vida encaja tanto que parece guionizada. Lo pensaba el otro día, al conocer la noticia del fallecimiento de Manuel de la Calva, justo en estas fechas, siempre un punto melancólicas, del final del verano. Ciertamente, Verano Azul es un producto mucho más cercano a tu generación que a la mía, pero hasta un millennial ignorante como yo ha escuchado alguna vez la letra de la canción del Dúo Dinámico, probablemente en alguna de las múltiples y fatigosas reposiciones de la serie. Debo decir que, en mi opinión, el tema se halla muy por encima del culebrón de Antonio Mercero —versión castiza y naif, avant la lettre, de bodrios actuales como ese de The summer I turned pretty—, y también afirmo que, pese a que los cuidados arreglos instrumentales del Dúo y su estilo declamador ahora se perciben un tanto pomposos, la canción es lo suficientemente pegadiza y natural para resistir el paso del tiempo con una solvente dignidad. Si pruebas a silbarla, seguro que no te la quitarás en toda la mañana. La prueba del tarareo es más certera que la del algodón.
Más allá de canciones, el final del verano es, a menudo, una época compleja de gestionar emocionalmente, debido a esa mezcla agridulce entre la nostalgia por lo vivido y la conciencia de que algo termina. La estación estival representa libertad, luz, tiempo sin prisas, encuentros, algún amorío efímero, y momentos suspendidos fuera de la rutina. Cuando acaba, no solo cambian el clima o la luz del día: varía el ánimo. Se impone el regreso a lo cotidiano, al trabajo, al estudio, a los horarios y responsabilidades. Esa transición suele estar cargada de una belleza suave y triste, como si el mundo se volviera un poco más silencioso y reflexivo. Se trata de un tiempo de balance, de recuerdos recientes que ya parecen lejanos, y de preparación para lo que vendrá.
Hay antídotos contra el exceso melancólico, por supuesto. Los últimos findes de agosto coinciden con el inicio de la liga; si bien, de un tiempo a esta parte y para muchos madridistas, este torneo constituye, más que un revulsivo, un suplicio. Hasta el punto de que un nada desdeñable sector de la afición está empeñado en desacreditar el campeonato, seguramente no sin falta de razón. Sin embargo, te confesaré que no puedo ser partícipe de esta corriente: para mí no es una opción la renuncia al consuelo del acompañamiento en cada fin de semana. Ya sabes que algunos seguiríamos al Madrid allá donde esté, incluso aunque jugase en el mismísimo infierno.
El final del verano es mejor tolerado porque conlleva el retorno del Madrid, con el que todos y cada uno de nosotros conformamos un dúo particular
Por otro lado, el final del verano también suele implicar la conclusión del vínculo de determinados jugadores con el club. Aunque, acaso por la especial dificultad de romper el lazo con el Bernabéu —y, no nos engañemos, con las condiciones que ofrece la entidad blanca—, a veces se produzcan salidas en falso, un tanto ridículas. Hace poco tuvimos que dejar la despedida de Rodrygo en el aire, y el circo de Ceballos probablemente termine de una manera similar a la trayectoria de su juego: pendular. Sobre el utrerano conviene reseñar que acumula una ingente cantidad de hastío por parte del mismo segmento merengue al que la liga se le queda corta; si Daniel me permitiera un consejo le diría que quizá, más que Amor de verano, debería elegir otro de los hits del Dúo que tu generación tanto aprecia. Hablo, habrás adivinado, de Perdóname. O, si lo prefiere, plantearse la posibilidad de entonar el tan manoseado Resistiré, que probablemente lo ayude a afrontar su rol bajo la dirección de Xabi Alonso. Si escoge esto último, podrá preguntarle a su compañero Vinícius, quien no me cabe duda de que la canta todas las mañanas frente al espejo desde que aterrizó en Chamartín.
En última instancia y para no extendernos más: para los hinchas, el final del verano es mejor tolerado porque conlleva el retorno del Madrid, con el que todos y cada uno de nosotros conformamos un dúo particular. Dinámico por lo que nos agita, y sereno por lo que nos ancla. En medio del ruido del mundo, una constancia que reconforta incluso cuando todo lo demás parece tambalearse.
Descanse en paz, Manuel de la Calva.
Cuídate. Volveré a escribirte pronto.
Pablo.