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La Galerna

·31 de agosto de 2025

Busquets Ferrer, la regeneración que consistía en lo de siempre

Imagen del artículo:Busquets Ferrer, la regeneración que consistía en lo de siempre

Busquets Ferrer ha arbitrado el Rayo Vallecano–Barcelona. Punto. Y en mitad de la nada, sin que nadie lo esperase ni lo pidiese, sin que ni el propio Joan Gaspart en su palco imaginario hubiera tenido la desfachatez de reclamarlo, se ha inventado un penalti a favor de  ese equipo del que usted me habla. Punto.

Ese penalti invisible —porque no lo vio nadie, ni siquiera los cámaras, ni los recogepelotas, ni el VAR, que no existía hoy, ni los gafotas de la grada— ha sido la piedra filosofal de la jornada junto al atraco a mano armada de ayer en Chamartín con los 3 goles 3 anulados al Real Madrid. El fútbol español lleva meses predicando que Busquets Ferrer era el elegido, el árbitro limpio, el rostro juvenil de la regeneración arbitral, el chico que venía a demostrar que la etapa de Negreira era cosa del pasado. “Este no tiene nada que ver con aquello”, repetían como papagayos los altavoces mediáticos del Régimen. Y efectivamente: no tenía nada que ver, porque lo de hoy es peor.


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La regeneración, ya se sabe, es un concepto muy nuestro. España se regenera cada dos días, lo dicen los políticos, lo repiten los jueces, lo aplauden los tertulianos, y al final consiste en que el mismo perro sigue ladrando, aunque esta vez lo hace con un collar distinto y un lazo fluorescente. El arbitraje español se ha regenerado con Busquets Ferrer, que ha sido capaz de inventarse un penalti más imaginativo que todos los que Negreira y su troupe cobraron en veinte años. Porque no se trató de un “penaltito”, ni de una jugada interpretable, ni de un contacto de esos que la cámara lenta convierte en magnicidio. No: fue la nada. El vacío. El penalti cuántico. El penalti que, si lo buscas en el acta, está ahí, pero si lo buscas en el césped, jamás existió.

Y así, con un gesto que pretendía ser de naturalidad, Busquets Ferrer apuntó al punto fatídico como quien se pide otro cortado en la barra. Con una tranquilidad pasmosa, como si toda su carrera arbitral hubiese desembocado en ese momento: el de regalarle al cliente de Negreira lo que el mismo nunca ha dejado de recibir.

Se suponía que era distinto. Se suponía que Busquets Ferrer venía sin mochila, sin herencia genética del arbitraje podrido, sin la sombra de Negreira, sin facturas con IVA pendiente de investigar. Era, decían, la nueva cara, el aire fresco, la regeneración, la flor de azahar en el estercolero. Pero no. Resultó que es uno más de la organización criminal.

La competición, por tanto, queda adulterada. Así de sencillo. En unos partidos hay VAR y en otros no, y casualmente en los que no hay VAR es cuando aparece el atraco de manual a favor del mismo de siempre

Sí, digo organización criminal, y no es un exceso literario. Cuando durante décadas un club paga millones al vicepresidente del CTA para asegurarse favores arbitrales, y cuando esos favores siguen produciéndose aun después del escándalo, ¿cómo llamarlo? Mafia arbitral, crimen organizado, servicio de suscripciones premium, como quieran. Lo de Busquets Ferrer hoy no ha sido un error humano ni una apreciación subjetiva: ha sido el peaje de entrada en el sistema. “Si quieres triunfar aquí, chaval, ya sabes lo que toca: penalti al que tú ya sabes”. Y el chico obedeció.

La prensa, por supuesto, saldrá a decir que “hay contacto”, que “es interpretable”, que “no hay imágenes concluyentes”. Y uno piensa: ¿cómo van a ser concluyentes si no hay nada que concluir? ¿Cómo van a existir imágenes si el penalti no existió? La manipulación llega al punto de que hasta Joan Gaspart, que todo lo ve blaugrana, se habría sonrojado con semejante invención. Ni él, con su entusiasmo patológico, se habría atrevido a pedir semejante disparate.

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Y aquí llega la traca final: en Vallecas, justo hoy, el VAR se estropeó. Sí, se apagó, se fundió, se desconectó, se fue de vacaciones. El VAR, que está para frenar abusos, decidió dejar de funcionar justo en el partido en el que más se necesitaba. El resto de la jornada, VAR funcionando como un reloj suizo. En Vallecas, misterio. Milagro tecnológico. Casualidad de manual. De repente descubrimos que sin VAR, el club del estadio infinito es más atracador todavía que con VAR. Porque con VAR, al menos, existe la mínima posibilidad de que a algún técnico despistado le tiemble el dedo y rectifique el disparate. Sin VAR, el club de los pagos a Negreira vuelve a su estado natural: campo libre, pistola desenfundada, manos arriba y la caja registradora sonando.

La competición, por tanto, queda adulterada. Así de sencillo. En unos partidos hay VAR y en otros no, y casualmente en los que no hay VAR es cuando aparece el atraco de manual a favor del mismo de siempre. ¿Qué clase de Liga puede presumir de igualdad cuando los equipos modestos juegan sin red y el club del Régimen se beneficia de esa ausencia como un trilero en la Plaza Mayor?

Lo de hoy es esperpento puro. Valle-Inclán resucitado en Vallecas, con el VAR roto como gag final de un sainete. El Rayo Vallecano, modesto, peleón, de barrio, se encontró luchando contra once jugadores y un árbitro que llevaba bajo la camiseta el manual de instrucciones del Camp Nou, sin posibilidad de recurso tecnológico. Y a partir de ahí, ¿qué competir, qué justicia, qué regeneración?

El fútbol español sigue siendo rehén de la organización  que lleva décadas condicionando resultados, ligas y prestigios. Busquets Ferrer se ha estrenado como estrella mediática de la regeneración

No hay regeneración posible cuando el sistema sigue funcionando con las mismas claves: miedo, obediencia y prebenda. Lo de hoy demuestra que no hay árbitro “nuevo” ni “limpio” ni “regenerado”: todos, al final, pasan por el aro. El que no pita penalti inexistente en Vallecas, no sube. Y el que lo pita, asciende. Y si además ese día el VAR está convenientemente estropeado, el negocio redondo.

El fútbol español, por tanto, sigue siendo rehén de la organización  que lleva décadas condicionando resultados, ligas y prestigios. Busquets Ferrer se ha estrenado como estrella mediática de la regeneración, pero ya ha demostrado que su verdadero papel es otro: ser un eslabón más de la cadena. Y lo peor es que el próximo en llegar hará exactamente lo mismo, porque así funciona esta maquinaria podrida.

Regeneración, dicen. Y yo me río. Lo de Busquets Ferrer ha sido la confirmación de que no hay regeneración que valga: solo hay continuidad, descaro y sumisión al Régimen culé. Con o sin VAR, pero sobre todo sin él, la Liga española sigue siendo lo que siempre ha sido: un atraco a mano armada con el árbitro de cómplice.

Me despido como siempre, con la indignación de siempre, con la pesadumbre de que todo esto va a ser inútil porque después de dos años NO HA PASADO NADA, pero con la frase de nuestro Javi. Ser  Real Madrid es lo mejor que una persona puede ser en esta vida. Hala Madrid.

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