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La Galerna

·1 August 2025

Sobre héroes y tumbas

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Buenos días, amigos. “Sobre héroes y tumbas”’es una obra muestra de la literatura en castellano, escrita por el descomunal escritor argentino Ernesto Sábato. En un tono de perturbadora negrura, explora la psique humana en un Buenos Aires marcado por su lúgubre visión del mundo.

Precisamente de Buenos Aires, con sus héroes porteños y sus tumbas veneradas (el cementerio de Recoleta es visita obligada en la capital rioplatense), venimos a hablaros hoy.


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Marca trae a su primera plana a otro argentino, nacido también en la provincia de Buenos Aires, y que responde al nombre de Franco Mastantuono. Pero no lo trae a su portada solo sino en compañía, precisamente, de un héroe, el héroe más grande de todos los tiempos: D. Alfredo Di Stéfano.

El simple ponerlos juntos en el mismo montaje fotográfico es una insensatez que hace un flaco favor al nuevo y jovencísimo fichaje de los blancos. No hay por qué meter semejante presión sobre el chico, estando como está la comparación completamente fuera de lugar, pues D. Alfredo lo fue todo y Franco es solo un prometedor mozalbete. Pretender que calce las botas históricas de la Saeta Rubia, o exigirle que lo haga, o sugerir que podría hacerlo, o trazar cualquier equiparación con el héroe más grande del balompié, no será sino un elogio envenenado que muy pronto podría acabar en la tumba futbolística de Mastantuono.

Entendemos que hay varios factores que convierten la tentación en casi irresistible. Ambos vienen de River Plate, y existe un parecido físico innegable. Ambos tienen incluso ese hoyuelo en la barbilla que comparten con el mítico Kirk Douglas, pero hasta ahí llega la cosa, al menos de momento. Mastantuono debe crecer como jugador en un entorno que sea lo más natural posible, libre de paralelismos forzados que a un chico de (todavía) 17 años se le presentarán de forma abrumadora.

Dejemos reposar a los héroes muertos. Recordémoslos siempre, claro, cantemos sus loas, especialmente la de aquellos que, como D. Alfredo, no ven su gloria respaldada con profusión de imágenes, lo que demanda que nos convirtamos en juglares de sus hazañas. Pero no violentemos su descanso con comparaciones forzadas que no hacen bien a nadie.

Curiosamente (o no tanto, porque hablamos de un héroe argentino que triunfó alllende los mares), D. Alfredo no está enterrado en el bonaerense cementerio de Recoleta, sino en el madrileño de la Almudena. Quien sí yace en una de las bellísimas sepulturas que deslumbran al visitante de Recoleta es el entrenador del Real Madrid Luis Carniglia. D. Luis dirigió al equipo de nuestros sueños entre 1957 y 1959, en la era dorada del club. Kirk Douglas, por su parte, se desentiende del mundanal ruido en el Westwood Village Memorial Park Cemetery de Los Angeles. Todos ellos nos recuerdan, desde su silencio impronunciable, que no es conveniente mezclarlos con los vivos en la formulación de expectativas sensacionalistas, menos aún cuando estas se ciernen sobre el futuro de niños.

Otro niño, esta vez cruzando el río, protagoniza las portadas de la prensa cataculé. Es un niño, aunque por fin haya cumplido 18, que nos sirve de perfecto ejemplo para lo que hablamos, aunque en su caso nadie haya necesitado aludir a espectros en delirantes comparaciones. Este niño ha sido hundido sin muertos de por medio. Aún no ha sido hundido en lo futbolístico, aunque todo se andará. Como persona, poseído en una espiral de vanidad y alardes fatuos, impropia de la inocencia que debería imbuirle, está ya desbaratado, a tan tierna edad. Qué tragedia.

Mete un gol a un casi insignificante equipo asiático, en un amistoso de pretemporada, y él mismo se nombra rey (se nombra héroe) imponiendo sobre su cabeza ya decadente -tan temprano- una invisible corona.

Qué espanto. Qué tragedia de juguete roto encaminado al abismo.

La muerte nos rodea. Desde que nacemos vamos cayendo hacia ella. Todo es como un viaje hacia la nada. Y los hombres no lo quieren ver, por eso inventan dioses, cielos, justicias eternas. Pero en el fondo de cada uno está la sospecha: la nada final, la corrupción de la carne, el silencio. Y entonces se llenan de ruidos, de luces, de falsos héroes, para no oír ese silencio que los espera.”

(Ernesto Sábato, “Sobre héroes y tumbas”)

Pasad un buen día.

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