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·17 May 2024

Anatomía de un negreirato: Capítulo 10- Árbitros en activo (II)

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La jornada se presentaba larga, con numerosos testigos. “Aún más larga, y aún más tediosa”, pensó el juez Aguilar para sus adentros. Se tomó su segundo café de la mañana mientras presenciaba por la ventana la llegada de los testigos y el remolino de periodistas. Apuró los últimos sorbos a la taza, guardó la carpeta que acababa de repasar en el único cajón que cerraba con llave y se puso la toga. “Vamos allá”, se dijo con escasa convicción.

Ahora que empezaba a entender algo de fútbol, tras las (para él, por momentos, insufribles) sesiones previas, se dio cuenta de que entraba en la sala del juzgado secundado por sus oficiales como si de un equipo arbitral se tratara. Todos los asistentes a la sala estaban pendientes de sus movimientos y aparentaban un respeto que, como en un estadio de fútbol, era más aparente que real. Sacó su célebre libreta, las copias del expediente y miró a derecha e izquierda.


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A la izquierda, el banquillo de los acusados, en el que, sorprendentemente, estaban todos sentados, Negreira padre incluido tras despachar sus labores mingitorias. A su derecha, el banquillo con los nueve miembros del jurado. El juez iba a anunciar el inicio de la sesión cuando volvió la vista de nuevo al jurado. ¿Era cierto lo que estaba viendo o solo lo imaginaba? Al menos dos de los miembros del jurado que habían estado departiendo con Joan Laporta en la jornada previa llevaban un pin con el escudo del Barcelona en la solapa. ¿Tendrían la poca delicadeza de no disimular? ¿Un problema de falta de inteligencia? ¿O es que la sensación de impunidad que tanto se estilaba en la ciudad condal, tanto entre la clase política como en la directiva culé, se extendía como un manto de inmundicia por el jurado que se suponía debía ser imparcial? El veterano juez prefirió apartar sus pensamientos e hizo un ademán al abogado defensor para que procediera con su interrogatorio.

[Nota del Autor: este narrador no quiere aburrir al lector con lo que sin duda fue —o será, dado que este falso documental está ambientado en otoño de 2025— una jornada como la que el juez Aguirre presumía, “aún más larga y aún más tediosa” que las precedentes. En mi ánimo siempre ha estado hacer entretenida esta bazofia, incluso amena, pese a la gravedad de lo contado, mas, llegado a este punto, me veo en la necesidad de resumir las declaraciones de los primeros testigos para poder extenderme en las verdaderas estrellas de la jornada, que aparecerán más adelante.]

Durante las primeras horas de la vista, aparecieron por la sala los siguientes árbitros en activo: César Soto Grado, Javier Alberola Rojas, David Medié Jiménez, Iñaki Vicandi Garrido y Óliver de la Fuente.

Todos ellos fueron interrogados en primer lugar por el abogado de la defensa, cuyas cuestiones fueron:

  • ¿Pagó usted al señor Enríquez Romero por servicios de coaching? ¿Cuánto?
  • ¿Qué servicios recibió a cambio de dichos pagos?
  • ¿Pensaba que con estos pagos se podía ascender de manera más rápida en el escalafón arbitral?

A la primera pregunta, todos ellos respondieron afirmativamente, con importes que iban desde los 1.100 euros de Medié Jiménez y los 1.400 euros de Jaime Latre hasta los 7.400 de Alberola Rojas o los llamativos 14.200 euros de Óliver de la Fuente, árbitro de Segunda División.

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A la segunda pregunta, todos ellos contestaron que fueron servicios de coaching, para “superar sus miedos” o reponerse de “malas actuaciones arbitrales anteriores”.

En cuanto a la tercera pregunta, todos ellos lo negaron. Alberola Rojas y Jaime Latre ya eran árbitros de Primera cuando comenzaron a pagar al acusado. Iñaki Vicandi descendió de categoría a pesar de haber contratado a la empresa de Enríquez Romero y Óliver de la Fuente. Pese a sus reiterados pagos, hasta 26, seguía en Segunda.

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El señor Scotto se dirigió a la audiencia con satisfacción y pronunció en voz alta y clara:

—Señorías, miembros del jurado, por mucho que les hayan contado, por mucho que hayan podido escuchar o leer en los medios, aquí no hay más que una relación comercial de lo más habitual en los negocios hoy en día.

El fiscal mostró poco interés en los testigos y se limitó a preguntar a los sucesivos intervinientes:

  • ¿Sabía usted que el señor Enríquez Romero era el hijo del vicepresidente del Comité Técnico de Árbitros?
  • Usted conocía los servicios del señor Enríquez Romero porque el propio CTA ya había realizado algunas sesiones conjuntas para los colegiados, unas actividades con aros y construcciones infantiles que se convirtieron “en motivo de mofa entre el colectivo arbitral”, según el libro de Xavier Fernández Estrada. Aun así, lo contrató, ¿por qué?
  • ¿Por qué dejaron de contratar sus servicios poco después de que su padre dejara su cargo en el Comité de Árbitros?
  • ¿Le presionó alguien para que contratara los servicios del hijo de Enríquez Negreira o le aseguró que su carrera iba a progresar de manera meteórica?

A la primera pregunta, las respuestas fueron:

“Pues claro que sí”.

“Por supuesto”.

“Era el hijo del jefe, como para no saberlo”.

A la segunda pregunta, todos ellos contestaron que “por supuesto conocían los servicios que prestaba este chico”, como lo llamó alguno de ellos. Otro dijo que en aquella concentración con los árbitros en Santander sintió “vergüenza ajena”, pero que aun así lo contrató porque los servicios que ofrecía eran otros, como la preparación emocional o el acompañamiento al estadio cuando arbitraban en Barcelona. Hubo otro que dijo que le venía bien porque le enseñaba a comportarse cuando le estaban mirando, algo que valoraba desde que participaba en programas televisivos de citas con jovencitas de buen ver.

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Ni uno solo de ellos se atrevió a decir que lo hacían para ganarse el favor de Enríquez Negreira. En el banquillo de los acusados, Enríquez padre miraba de vez en cuando a Enríquez hijo y se le escapaba una sonrisa, mezcla de orgullo y de despelote por el chiringuito que habían logrado crear y mantener durante tantos años.

A la tercera pregunta, todos contestaron que dejaron de pagar los servicios de Enríquez Romero sencillamente porque dejaron de ofrecérselos, no porque el padre ya no mandara nada en los comités. De hecho, había pasado ya un año desde que fuera cesado en el cargo y ellos siguieron pagando los servicios.

En cuanto a la última pregunta, sobre las presiones o las recompensas por contratar a “Negreirita”, todos ellos contestaron de modo infantil, pero no en el sentido de “relativo a los niños”, sino de Infanta: “no lo sé”, “no me consta”, “no lo recuerdo”. El fiscal repreguntó a todos ellos con la conversación que explicó el colegiado Fernández Estrada sobre las presiones recibidas de Javier Aguilar, asistente de Clos Gómez en el colegio aragonés de árbitros:

“—Xavi, me dice el hijo de Enríquez Negreira que tu progresión como colegiado va así —extendió la mano en una situación horizontal, levemente inclinada hacia arriba—. Si haces coaching con él, volarías.

Y acompañó sus palabras subiendo el brazo y haciendo el ruido de un avión”.

A esta repregunta, todos ellos continuaron en modo infanta, perdón, infantil, por lo que el fiscal dio por concluido el interrogatorio:

—No haré más preguntas, señoría —concluyó Estuardo.

La abogada del Real Madrid, Luisa Ramírez, no mostró ningún interés por los testigos y se limitó a hacer uso de su turno de palabra al final de todas las declaraciones para pronunciar el siguiente discurso:

—La acusación particular no ve especialmente relevante el testimonio de los testigos. Estamos tratando un caso de corrupción deportiva y pagos de casi ocho millones de euros por parte del Fútbol Club Barcelona al vicepresidente de los árbitros para la obtención de favores, y llevamos varias horas escuchando a unos señores hablar de pagos de 200 y 300 euros a cambio de que les den lecciones de cómo respirar para no ponerse nerviosos. Lo único que ha quedado claro con estos testimonios es que el Comité Técnico de Árbitros funcionaba como un clan mafioso y que Enríquez Negreira era el capo que iba colocando a su hijo por todas partes, ya fuera en la Federación, en el propio CTA, u ofreciendo servicios particulares a sus subordinados. Y aquí estamos juzgando los pagos de un club de fútbol a ese mismo capo para controlar todo el sistema, no desvirtuemos el caso, por favor.

El juez Aguilar escuchó el alegato con atención, miró la hora y se quedó en silencio durante unos segundos. A continuación, encendió el micrófono y dijo:

—Ha sido una mañana intensa, pero aún nos quedan dos testigos. Haremos un receso de treinta minutos —golpeó con el mazo—. Se suspende la sesión. Vuelvan todos… a la una y cuarto.

No había terminado la última frase cuando Enríquez Negreira saltó con una agilidad impropia de su edad hacia la puerta del servicio. A punto estuvo de chocar con Joan Laporta, que iba en la misma dirección y también con una falta de agilidad impropia de su edad.

Costó algún esfuerzo que media hora después se hiciera de nuevo el silencio y todos los intervinientes ocuparan sus asientos. Durante varios minutos siguieron entrando espectadores en la sala, la mayoría de ellos periodistas deportivos, a varios de los cuales aún les quedaban migas de pan del bocata por la comisura de los labios. Se les distinguía porque hablaban en voz muy alta, estallaban en risotadas cada dos por tres, tras las cuales no se disculpaban, y tardaban una eternidad en aposentar sus nalgas sobre las sillas.

El siguiente testigo llamado por la defensa fue José María Sánchez Martínez, del colegio murciano de árbitros. El juez Aguilar no era aficionado al fútbol, pero sí a los toros, y al verlo entrar, sintió un pálpito instantáneo. Enseguida comprendió a qué diestro le recordaba.

El abogado de la defensa planteó el interrogatorio de manera diferente a la realizada con sus anteriores compañeros, mas este narrador se tomará la licencia de saltarse los preliminares e ir directamente al grano:

—Así que usted afirma no haber pagado los servicios de coaching al señor Enríquez Romero.

—Así es —contestó el lorquino.

—Y sin embargo, usted accedió rápidamente a la categoría de internacional.

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—Lo cual demuestra —concluyó Scotto— que los pagos realizados a la empresa del señor Enríquez Romero eran irrelevantes en sus carreras como colegiados de Primera.

—Bueno, supongo que sí. En mi caso, desde luego que sí.

—No haré más preguntas, señoría —terminó Scotto con una sonrisa de oreja a oreja.

El fiscal se levantó y tomó la palabra desde su misma mesa, sin moverse hacia el testigo ni acercarse hacia el estrado del juez.

—La fiscalía considera irrelevante el testimonio de este testigo, señoría, como la de los anteriores. No vemos ningún hecho que aclare el caso que nos ocupa acerca de estos señores —pronunció con el brazo extendido hacia el banquillo de los acusados.

Dicho lo cual, volvió a tomar asiento. En esta ocasión, quien sí se acercó hacia el testigo fue la abogada del Real Madrid, Luisa Ramírez.

—Señor Sánchez Martínez, ¿tuvo algún contacto durante su etapa de colegiado con el señor Enríquez Romero?

—Sí, claro, todos los árbitros lo conocíamos por las jornadas anuales que organizaba el comité.

—Ya, y aparte de esas jornadas en las que hacían carreras de sacos y juegos de construcción infantiles aleccionados por el contrastado coach aquí presente, ¿algún contacto más directo, más cercano? Le refresco la memoria: ¿en el hotel de concentración, antes de algún partido?

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—Sí, bueno… —balbuceó—, una o dos veces, era habitual en los partidos que pitábamos en Barcelona. Lo hacíamos muchos colegiados, nos reuníamos en el hotel con Enríquez Romero, nos acompañaba al estadio y conversábamos antes del partido, nos daba algunas claves que podían venirnos bien.

—Usted ha dicho que fue propuesto como internacional al concluir la temporada 2015-16, ¿no es así?

—Cierto, fui propuesto en julio y mi nombramiento se hizo oficial en diciembre —respondió el colegiado.

La abogada rebuscó en una carpeta, “a ver si lo encuentro… aquí está”, y sacó un papel que mostró al testigo.

—Se lo aclaro, es la clasificación de la Liga 2015-16.

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—El Real Madrid concluyó aquel campeonato a un punto de su máximo rival —prosiguió la abogada—, el club cuyos presidentes se encuentran hoy aquí sentados por los pagos realizados a ese otro señor —señaló a Enríquez Negreira—, padre de ese otro acusado —su mirada se fue hacia Negreira Jr.—, con quienes ustedes charlaban amistosamente antes de los partidos que pitaban al club que les pagaba.

—Eeeeh, no exactamente, también hablábamos antes de los partidos con el Espanyol.

—Ah, cierto, es verdad, el otro gran rival del club cuyos presidentes se encuentran hoy aquí sentados por los pagos realizados a ese otro señor… ¿necesita que se lo repita de nuevo?

Sánchez Martínez negó con la cabeza.

—Bien, volvamos a la temporada 2015-16. ¿Recuerda alguna decisión polémica o controvertida que tomara usted en aquel campeonato que, recuerdo a todos los aquí presentes, se decidió por un solo punto?

—Son muchos partidos —respondió el árbitro—, compréndalo, no puedo recordar todos los lances. Pero siempre ocurre que cuando se arbitra a los grandes todo se magnifica, pasa a un primer plano y la polémica está ahí, aunque nosotros queramos mantenernos al margen.

—Pues le voy a ayudar un poco. Jornada 18, enero de 2016, apenas unos meses antes de su “internacionalidad”. Mestalla, Valencia-Real Madrid. El Real Madrid le reclama a usted tres penaltis. Podríamos pensar que su nivel como árbitro era el de pitar casos solo muy claros. Dejar jugar, no pitar cualquier contacto, pero es que en la misma jugada en que no señala esta zancadilla a Gareth Bale, ¡pita usted penalti contra los visitantes por un contacto mucho más leve!

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—Pité lo que vi, supongo. Siempre que se señala algo en contra del Real Madrid, uno corre el riesgo de salir en las portadas —fue la única respuesta que encontró.

—Ya. Entiendo, la caverna, la “central lechera” y todas esas cosas.

“¡El madridismo sociológico!”, se escuchó a Laporta, como en todas las sesiones previas.

—Síííí, el madridismo sociológico —repitió la abogada con sorna—. Unas críticas que no encuentra cuando sus errores se producen con el Barça. Le refresco de nuevo la memoria: jornada 30. Marzo de 2016, mire, seguía haciendo méritos para llegar a internacional. Villarreal-Fútbol Club Barcelona. ¿Había charlado previamente al partido con Enríquez Romero?

—No, si se jugó en Villarreal, ya le digo que no.

—Cierto, disculpe. En aquel partido perdonó la segunda amarilla a Gerard Piqué. Nada, solo dio dos veces al balón con la mano, pero suponemos que en el coaching de Enríquez Romero se daban esas instrucciones porque no hemos visto nunca a un defensa con mayor número de manos no pitadas en su carr…

—¡Protesto! —exclamó Scotto.

—Se admite —contestó el juez—. Señoría, limítese a preguntar al testigo, evite las suposiciones.

—Disculpe, señoría, tiene razón. Las respuestas de los testigos me ponen… Proseguiré. En aquel mismo partido, usted señaló un penalti más que discutido a favor del Fútbol Club Barcelona, un penalti que solo vio usted y que sirvió para que el Barcelona se marchara de aquel campo con un empate.

—Pité lo que vi en directo. Y cuando posteriormente vi las imágenes en casa, entendí mi decisión, es lo que vi en ese momento.

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Luisa Ramírez negaba con la cabeza. Resopló, tomó aire y finalizó su interrogatorio:

—Señor Sánchez Martínez, un punto separó al Barça y al Real Madrid en la clasificación al final de la temporada. El Fútbol Club Barcelona pagaba al responsable de los ascensos, descensos y candidatos a internacional para obtener beneficios deportivos, en palabras del juez instructor. ¿De verdad no influían en usted esas charlas con el hijo de quien puntuaba a los árbitros?

—De verdad, nosotros somos honestos en nuestro trabajo. A Negreira apenas lo veíamos una o dos veces al año, no sabíamos exactamente qué hacía.

—Claro, eso dicen todos ustedes. Una última pregunta, señor Sánchez Martínez, ¿podría indicarnos quién le comunicó su ascenso a Primera?

—Sí, sin probl… —se calló antes de finalizar la frase. Miró al banquillo de los acusados—. Fue el señor Enríquez Negreira.

—No haré más preguntas, señoría —finalizó la abogada.

Mientras se volvía a su sitio, el juez Aguilar tomó unas notas y miró el reloj. Luego se quitó las gafas y se masajeó el entrecejo. El testigo dejó el asiento libre y, antes de que el juez abriera la boca, el abogado de la defensa se adelantó:

—Señoría, teníamos un testigo más, otro árbitro en activo, pero se ha hecho tarde y creemos que podríamos prescindir de su declaración.

—No, no, tenemos un rato más, estoy expectante —contestó el juez, “y deseoso de pegarme un tiro”, pensó para sus adentros—, podemos concluir con su testimonio y retirarnos a nuestros aposentos, que a partir de hoy se viene un puente que nos vendrá muy bien a todos para reflexionar.

—Sea —contestó Scotto de un modo que sonó a “pues venga, de perdidos al río”—. La defensa llama a declarar a don Ricardo de Burgos Bengoetxea.

En la sala entró otro tipo de aspecto parecido al anterior testigo, cercano a los cuarenta años, delgado, cara afilada y con aspecto saludable, como el de quien pasa varias horas al día al sol. Se sentó en el banco de los testigos y Scotto comenzó su interrogatorio con desgana. Había salido escaldado de varios de los testigos que él mismo había citado a declarar y, tras el anterior, había comprendido que era un error traer a uno de estos tipos con iniciales repetidas: Hernández Hernández, González González, Martínez Munuera, Munuera Montero… ahora Burgos Bengoetxea. Quería pasar de soslayo por el interrogatorio, así que se limitó a hacer preguntas similares a las realizadas a los anteriores colegiados, a las cuales BB respondió del siguiente modo:

—Sí, claro que conocía a Enríquez Romero, había dado formaciones en algunas jornadas de árbitros y todos sabíamos quién era.

—No, nunca contraté sus servicios de coaching y no los necesité para promocionar a internacional.

Scotto confiaba en que ahí quedara todo, mas se temía que no iba a ser así. Para su desgracia. El fiscal se levantó y se acercó al testigo.

—Señor De Burgos Bengoetxea, en efecto, usted promocionó a internacional. ¿Podría decirnos qué plaza ocupó usted al acceder a la internacionalidad?

—Ocupé la plaza que dejaba libre Carlos Clos Gómez, que se jubilaba en ese año 2017 —contestó el colegiado vasco.

—En efecto, buena memoria. Miren, señorías, miembros del jurado, si algo ha quedado claro a lo largo de todas las sesiones de este juicio es que en el Comité Técnico de Árbitros nada se deja al azar, todo funciona de manera coordinada atendiendo a una jerarquía en la que Sánchez Arminio era su presidente y Enríquez Negreira, su brazo ejecutor. Y como nada se deja al azar, la sucesión tampoco: Clos Gómez se jubiló en una final de Copa en 2017 y el cuarto árbitro aquel día era Hernández Hernández. Jugaba el Barça y no bastaba con designar a un culegiado, perdón, colegiado, con el que el equipo que pagaba a Enríquez Negreira no había perdido nunca. Por si acaso se lesionaba, tenían previsto hasta al suplente. Y la plaza de internacional quedó para otro de los afines al sistema.

—Todo eso son sus elucubraciones —se defendió el primo del fundador de La Galerna.

—Sí, pero quiero dejar estos dos nombres en el aire. Usted y Hernández Hernández, que tanto monta, como de tanto en tanto se lo montan. A su compañero y a usted, “casualmente” los designaban siempre para los partidos más importantes del año, mientras que sus compañeros internacionales de la categoría Élite se quedaban con las ganas. Última jornada de la temporada 2016-17, el Barcelona y el Real Madrid llegan con opciones a la última jornada: supongo que fue otra casualidad que su compañero HH pitara al Barça y usted al Real Madrid.

—Estábamos bien considerados en el Comité, no veo nada extraño —contestó el colegiado.

—Ya. Otro ejemplo. El Clásico con más tensión que se haya celebrado nunca, el de diciembre de 2019 tras el aplazamiento del partido de octubre en Cataluña. Recuerde la situación, estaba muy reciente el 1-O y había mucha tensión. Otra feliz coincidencia: Hernández Hernández en el campo y usted en el VAR. Entre los dos se comieron dos penaltis al Real Madrid e invalidaron un gol a Gareth Bale. Parece que su designación fue de nuevo un acierto.

—Pitamos lo que vimos en aquel momento.

—Me va a permitir que lo dude, señor. Usted no estaba en el campo, con los nervios de la tensión y los jugadores protestándole, como en aquel partido de la Supercopa en el que expulsó a Cristiano Ronaldo en el Camp Nou y se inventó un penalti tras un piscinazo de Suárez, ¡usted estaba en la sala del VAR viendo cómodamente todas las imágenes! Es imposible que no lo viera.

—Seguro que no es sencillo si les hurtan imágenes, pero ese asunto no es de este juicio. Mire, lo que me llama la atención es que en usted se aprecia una cierta tendencia, una predisposición a equivocarse en un mismo sentido, que coincide con el gusto del jefe de los árbitros —señaló a Enríquez Negreira con el brazo extendido—, el que corrige los informes arbitrales, “el dedo índice corrector” o corruptor, y seguramente eso fue lo que le catapultó a la internacionalidad.

—¡Protesto! —exclamó Scotto—. Nuevamente está dando por válidas sus hipótesis.

—Se admite —dijo el juez.

—De acuerdo —continuó Estuardo—. Seguramente son mis hipótesis, señor juez. Pero déjeme que le haga una pregunta.

Hurgó entre su carpeta, buscó una foto de gran formato y se la entregó al juez.

—¿Qué ve usted aquí, señoría?

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— Así, a simple vista, yo veo un rodillazo en la cara —contestó Aguilar.

—Gol y tres puntos para el Barça. Con este señor al silbato —concluyó Estuardo—. No haré más preguntas, señoría.

Mientras Estuardo se volvía a su asiento, el juez se quedó mirando la foto y pensando: “¡vaya hostia!”. La abogada Luisa Ramírez se levantó y volvió a la carga:

—Señor De Burgos Bengoetxea, dice usted que le gusta que le corrijan desde el VAR si se equivoca.

—Puede que tenga razón. Quizás por esa razón no intervino en las jugadas del Barça—Real Madrid que le hemos comentado, porque no tenía el contexto. O quizás porque le faltaba contexto tampoco quiso avisar a su compañero en este derribo a Benzema. ¿Con lo del “contexto” se refiere al marcador en ese momento?

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—Seguro que sí, pero usted no quiso corregir a su compañero de campo, pese a lo claro de las imágenes, y sin embargo no tuvo ningún problema para avisar a otro para que expulsara a Luka Modric en Balaídos. Que tampoco es que fuera una jugada flagrante.

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A De Burgos Bengoetxea se le estaba poniendo cierta cara de cabreo al escuchar a la abogada del Real Madrid, una cara que algún periodista dijo por lo bajinis que ya le había visto en alguna otra ocasión, como cuando tenía que morderse la lengua para no soltar un improperio:

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—No lo dudo. Aunque me va a permitir que le recuerde una última intervención suya que vio todo el mundo y de la que no creo que se sienta especialmente orgulloso: cuando usted expulsó a Vinícius tras sufrir una agresión de varios rivales.

—Extraño modo de defenderlo —respondió la abogada—, fue tan grave el caso que el Comité de Competición retiró la roja al brasileño.

—Luego se confirma que los señores del CTA, del VAR, del VOR y de todo el fútbol español manipulan la competición, que es lo que venimos diciendo desde el primer día.

Luisa Ramírez dirigió su mirada hacia el banquillo de los acusados.

—No haré más preguntas, señoría.

El juez estaba exhausto y cerró la sesión con celeridad. Le esperaba un largo puente en compañía de sus nietos en la casa de campo familiar. Si alguno de sus hijos o yernos le hablaba de poner el partido de fútbol el sábado, lo arrojaba por la ventana. Por la del tercer piso.

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