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·9. Februar 2023

Crystal Palace-Brighton: el derbi con nombre de carretera

Artikelbild:Crystal Palace-Brighton: el derbi con nombre de carretera

Terence Hill y Bud Spencer nos demostraron en 1981 que “quien tiene un amigo, tiene un tesoro”. Y aunque razón no les falta, la realidad es superior a la idea. Vivimos en una sociedad donde no hay ganas de tener enemigos, ni siquiera en redes sociales -el lacerante circo de Twitter aparte- existe un botón para indicar que algo ‘no me gusta’, solo like, like y más like. Como si eso sumase camaradas a tu círculo. Pero por mucho que uno se esfuerce en impedirlo, tener enemigos, rivales o competidores es consecuencia natural de la vida. Decía Arturo Pérez-Reverte que “saber que hay gente detrás esperando con la navaja te ayuda a mantenerte vivo. Un buen enemigo es un aliado maravilloso”, algo que ayuda a sacar a la luz tus proyectos, a generar emoción por vencer y a distanciar los conceptos de ‘existencia’ y ‘aburrimiento’. ¿Cómo entender a Batman sin el Joker, a Harry Potter sin Lord Voldemort o a los Pitufos sin Gargamel? Un villano es competencia, es libre mercado, una guerra fría que alimenta el ánimo de victoria y el afán por ser mejor.

Los enemigos en el fútbol son los derbis. Un partido especial donde el honor por superar a tu rival acérrimo desplaza a un segundo escalafón el mero trámite en el que se convierte conseguir tres puntos. Cuando uno indaga en sus orígenes, descubre que estos encuentros surgen por proximidad regional, una larga historia de enfrentamientos o una lucha de clases u honores. Aunque no todos. Esa necesidad espontánea de pesquisa de adversarios, innata en el ser humano, conformó uno de los derbis más extraños del fútbol inglés: Brighton & Hove Albion-Crystal Palace.


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La prensa lo apoda el ‘Derbi M23’, que para aquellos no familiarizados con la geografía británica, es la autopista principal que serpentea a través de colinas ondulantes y une Londres con el litoral sur inglés. Aunque ninguno de sus seguidores agradecerá el empleo de este término. Dos clubes enfrentados desde hace más de 100 años, pero cuya rivalidad no brotó hasta la década de los 70, con los equipos enroscados en la tercera división del país y trasladada, hoy en día, a la señorial Premier League. Pero, ¿cómo llegaron a las manos los fanáticos del fútbol de la ciudad del partido liberal de la costa sur y un suburbio del sur de Londres a 50 millas de distancia?

Su rivalidad no brotó hasta los 70, con los equipos enroscados en la tercera división del país. ¿Cómo llegaron a las manos los fanáticos del fútbol de la ciudad del partido liberal de la costa sur y un suburbio del sur de Londres a 50 millas de distancia?

El germen de la tensión entre Palace y Brighton se desató en 1976, cuando, primero, ‘The Eagles’ contrataron a Terry Venables como entrenador y, menos de dos meses después, los sureños se hicieron con los servicios de Alan Mullery. Ambos técnicos eran excompañeros en el Tottenham y archirrivales al mismo tiempo por cuestiones de envidias y capitanía, según comentó Mullery años después. Una confrontación de personalidades aparentemente inocua que condujo a 40 años de odio. Con el objetivo común del ascenso a la categoría de plata y un nivel muy parejo, la tensión extradeportiva metamorfoseaba aquellos partidos en verdaderas crónicas de sucesos. Más de 30.000 personas, locales y apátridas, se congregaban para vivir aquellos alucinados matches que, al fin y al cabo, eran de tercera división.

En aquella primera temporada (1976-77), el caprichoso destino de sorteos y calendarios los enfrentó hasta en cinco ocasiones. Dos en liga y hasta tres en la FA Cup, con dos replays. Fue en este último, en un encapotado 6 de diciembre en Stamford Bridge, cuando una polémica actuación arbitral y los comportamientos consecuentes, transformaron una prematura enemistad en un odio in saecula saeculorum. Un dominador Brighton vio cómo le anulaban un gol legal a su killer Peter Ward y, posteriormente, le obligaban a repetir un penalti anotado en primera instancia que terminaría repelido por el guardameta del Palace, Paul Hammond. Resultado final: Crystal Palace 1-0 Brighton. ‘The Eagles‘, clasificados.

Tras el triple silbido final, Mullery, sumido en un absoluto delirio, lanzando llamas por la boca como los tragafuegos del circo, se acercó con vehemencia al colegiado y terminó escoltado por la policía mientras soltaba vituperios al gusto del chef hacia los seguidores rivales. No demasiado corteses. De esos que si tu madre te escuchaba decir, te amenazaba con lavarte la boca con jabón. Ya subiendo por el túnel de vestuarios, un aficionado del Palace le arrojó un café hirviendo a Mullery, quien sacó cinco libras, las tiró al suelo y le gritó a Venables: “¡Esto es todo lo que vales, Crystal Palace!”.

Habían empezado los juegos del hambre. El Brighton modificó su alcuño y mutó de ‘Dolphins‘ a ‘Seagulls‘, el antagonismo directo al apodo de sus rivales, ‘The Eagles’. Gaviotas contra águilas. La competitividad entre ellos les benefició en lo deportivo. Ascendieron de tercera a primera en tres temporadas, siempre de la mano. Pero los turbulentos episodios ya no los detenían ni Doce hombres sin piedad. Paradojas de la vida, en 1982, Allan Mullery se convirtió en entrenador del Crystal Palace, lo cual no sentó muy bien en el Municipio de Croydon. Duró dos temporadas y terminó regresando al Brighton (1986-1987). El fútbol y su memoria de pez.

Aparecieron excrementos esparcidos por el suelo de los baños del vestuario visitante del estadio Amex, usufructuado aquel día por el Crystal Palace. La investigación llegó a manos de la policía

Los hooligans de ambas aficiones protagonizaron una de las batallas más violentas de la historia del fútbol. Fue en 1985, cuando Selhurst Park presenció el final de la carrera del ‘Seagull‘ favorito, Gerry Ryan, tras una dura entrada de Herry Hughton, zaguero del Palace.

En las semifinales del play-off de ascenso a la Premier League en 2013, se produjo el último de los misteriosos sucesos que rodean este derbi. Aparecieron excrementos esparcidos por el suelo de los baños del vestuario visitante del estadio Amex, usufructuado aquel día por el Crystal Palace. La investigación llegó a manos de la policía, incapaz de identificar al ‘caganer’, pero el jugador ‘eagle’, Paddy McCarthy, señaló, entre risas, al presunto culpable: “El incidente fue gracias a nuestro conductor de autocar que no podía controlarse”.

Enemigos, no desde siempre, pero sí para siempre. Así es el fútbol. Así es la vida. La M23 volverá a colapsarse este fin de semana, esta vez en dirección norte. En la ida, el tráfico acompañará pitidos de coches que no quieren perderse el encuentro, y en la vuelta, dependerá del resultado. Pero lo más importante de todo será que solo se hable de fútbol, que la guerra dure 90 minutos y no traspase la línea de cal. Que el deporte rey lo sea de verdad y que la próxima vez que alguien ose escribir acerca de este maravilloso partido, no tenga que añadir un párrafo más de infaustos incidentes.



Fotografías de Getty Images.

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