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La Galerna

·11 de junho de 2024

Un caso único en el mundo

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El triunfo del Madrid en Wembley ha dejado al descubierto a miles de farsantes. El Madrid, que como la muerte, es lo ineluctable, destruye ilusiones y personas merced a su ademán inapelable en Europa. Ante la prueba irrefutable de lo incontestable, las reacciones antis son muy diversas, a menudo variando entre el dolor inexplicable y la negación absurda. El imposible estadístico acometido por el equipo de Carlo Ancelotti en Londres, nueve de nueve, ha causado estragos sobre todo en las redacciones de la prensa deportiva, lugares hórridos como donde trabaja el propagandista a sueldo que junta razones kafkianas en El País y que responde al nombre de Diego Torres.

¿Existe, en realidad, Diego Torres? ¿Hay algo de verdad en él, siquiera el nombre, o quizá Diego Torres es un pseudónimo bajo el que se esconde un colectivo de escritores amargados y anónimos, al estilo de los italianos de Wu Ming? Diego Torres es un viejo conocido de la afición, tampoco lo vamos a descubrir ahora. Hace casi quince años ya inventaba historias fantásticas para desacreditar a José Mourinho a los ojos del público madridista. Llegó a extremos aberrantes como asociarlo al fascismo, a figuras totalitarias, dictatoriales y, de manera general, con bulos sonoros como el del Red Bull de frutas del bosque estrellado contra la pared del vestuario, con la violencia.


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Estamos hablando de mentiras probadas, ¡incluso antes del advenimiento de los fact-checkers! Lo que llama la atención es que después de todo aquello el hombre siga escribiendo en “el periódico global” y además de su perversión favorita, el Real Madrid. Con un tono, naturalmente, eso sí, más agrio, puesto que los éxitos madridistas se han ido acumulando y por supuesto los años pasan y no perdonan. Con la vejez las fobias se afilan y el mundo adquiere, es sabido, el color del plomo.

¿Existe, en realidad, Diego Torres? ¿Hay algo de verdad en él, siquiera el nombre, o quizá Diego Torres es un pseudónimo bajo el que se esconde un colectivo de escritores amargados y anónimos, al estilo de los italianos de Wu Ming?

En marzo, cuando las eliminatorias del Madrid en Leipzig y del Atlético en Milán, Torres hablaba a boca llena de “estirpes”. Depay y Griezmann, que habían perdido en San Siro contra el Inter, eran “la estirpe del jugador total y la del genio creativo” mientras que Bellingham y Vinícius se correspondían con “la estirpe del llegador y del agitador”, dos maneras de degradarlos con un clasismo insuperable.

La obsesión del trovador argentino de El País con Bellingham y Vinícius, particularmente, es digna de ver y de notarse. A lo largo de toda esta Copa de Europa que terminó finiquitando el Madrid en la final con un gol del brasileño a pase del inglés ha llegado hasta el punto de rebasar ampliamente la vergüenza ajena. Quizá el acreditado mentiroso Torres esté trabajando en el lugar correcto puesto que desde hace tiempo la cabecera estrella de PRISA es una extensión del BOE y el tonto sea yo por sorprenderme de que semejante jornalero de la trola siga ejerciendo, al menos de nombre, como periodista. Sin embargo, su fijación con los dos talentos jóvenes más excitantes del fútbol mundial ahora mismo dice más de las tribulaciones íntimas del narrador que del desempeño de los propios jugadores.

La fijación de Diego Torres con Jude y Vini, los dos talentos jóvenes más excitantes del fútbol mundial ahora mismo, dice más de las tribulaciones íntimas del narrador que del desempeño de los propios jugadores

Al fin y al cabo, ahora todos podemos verlos jugar con nuestros ojos y formarnos una opinión en base al cultivo de nuestra propia mirada. Los tiempos en que el juicio sobre los partidos dependía del prestigio del cronista pasaron a mejor vida. Es el mundo en el que vivimos y nadie ha hecho más por destruir la mediación del periodismo entre el lector y los hechos que los Diego Torres. Los ha llamado “los dos jugadores más sobrevalorados que existen al norte de los Pirineos”. Ha denunciado, con un coraje comparable al de los humoristas de la izquierda Movistar, “la exaltación de Bellingham a la que se han dedicado tantos recursos mediáticos” este año, para él un mero “goleador ineficaz”, “un llegador”, poco más que un “especialista”. Lo que me recuerda al Guerra, el tercer califa cordobés de la tauromaquia, que por no darle a Belmonte su bendición fue capaz de elaborar toda una metafísica sobre lo que pué zé y lo que no pué zé. Pero el Guerra era un hombre que se jugaba la vida para ganarse el pan de su casa entre los cuernos de un toro y Diego Torres, en cambio, ha estado siempre tan cerca de unos pitones como de decir una verdad.

Por seguir con las comparaciones estúpidas, al reporter de El País se le ocurrió llamar a Bellingham “El Picota de Birmingham” porque según él es “de la familia de Raúl García, magnífico exponente del paleo-cholismo”. Se empeñó en atribuir la carrera hacia la final de Wembley del Borussia de Dortmund de Edit Terzic a que el equipo alemán había cambiado “a Haaland y Bellingham por Füllkrug y Sabitzer”. Bellingham, en febrero, era poco más que “un puente al lucrativo mercado anglosajón”, un jugoso cebo mercantil que se aprovecha, con toda su poca vergüenza, “de que una superpotencia como el Madrid ha sido convertida por Ancelotti en una máquina de tirar centros para que él los empuje”. No quiere el balón, según Torres, porque “tiene un pesado cuerpo de alero de la NBA” que “penaliza los grandes desplazamientos pero potencia la vida cerca del área”, fórmula magistral para destilar en alambique la mala sangre que le provoca la tozuda realidad del impacto del 5 del Madrid en una temporada finalizada en doblete.

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Si lo de Torres con Bellingham recuerda a su paranoia con Mourinho, lo que tiene con Vinícius no se queda corto. A la semana de la final, que a ojos del mundo coronó al brasileño como el mejor futbolista del momento, saltó con que había perdido “balones a discreción”, los once primeros que tocó según el fabulista. Pero como Torres y el periódico que le paga son todo de mentira, lo único que tuvo que decir cuando España vomitaba su bilis siniestra finde tras finde contra la estrella del Madrid fue que aquello era “un mito, una fabricación propagandística para tapar los problemas futbolísticos reales de un jugador que pierde de media veintiséis balones cada noventa minutos”.

Goebbels sentando cátedra sobre la verdad y la mentira.

En el pecado lleva la penitencia: el Madrid sigue acumulando Copas de Europa al mismo tiempo que Diego Torres piedras en el riñón

Si Diego Torres fuese un médico, haría muchos años que permanecería apartado del ejercicio de su profesión por negligencia contumaz probada y por prevaricación profesional continuada. Pero aquí ejerce de periodista y como en España no hay prensa sino bajos fondos del Poder, por eso estamos como estamos. Lo que Torres vende desde su tribuna en el periódico es ficción. Sin embargo, cuando uno va a una librería encuentra bien diferenciados los géneros: en esta estantería la fiction y en aquella otra la non-fiction. Aunque el periódico, cualquier periódico, como los telediarios, no dejan de ser relatos guionizados del mundo, en el kiosco se sigue cobrando a precio de verdad lo que no es sino una novela-río (por lo que dura, Torres empezó cuando George R. R Martin publicaba los primeros episodios de su Canción de Hielo y Fuego) de antimadridismo soez.

En el mismo periódico en el que escriben Jabois y Valdano hay un señor dedicado desde hace casi dos décadas a difamar al Madrid y a tergiversar la realidad en torno al club con el objeto de perjudicar sus intereses. La única duda que albergo al respecto si es pura monomanía personal o si el hecho responde a una estrategia empresarial. Pero el caso yo creo que es único en el mundo. A pesar de todo en el pecado lleva la penitencia: el Madrid sigue acumulando Copas de Europa al mismo tiempo que Diego Torres piedras en el riñón.

Getty Images.

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