La Galerna
·05 de novembro de 2024
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Es una hipótesis difícilmente controvertible que el Balón de Oro de 2024 se recordará, si es que ha de recordarse, como el que no le dieron a Vinícius. Quizá no sea necesario recordarlo en la medida en que parece muy probable que a Vinícius se lo acaben dando cualquier año de estos. Incluso que le den más de uno, aunque hasta los tiempos de Cristiano y Messi el premio tendía a no repetir destino, y las excepciones a esa norma no escrita no son muy objetables (Di Stéfano, Beckenbauer, Cruyff, Keegan, Rummenige, Platini, Van Basten). También es cierto que jamás lo obtuvieron Puskás, Kocsis, Kubala, Schuster, Laudrup, Raúl, Baresi, Maldini o Pirlo. En fin, que no hay ninguna necesidad de tomarse el veredicto demasiado en serio en la medida en que tampoco parecen haberlo hecho siempre los responsables de otorgarlo.
Los medios habían creado una expectativa extrañamente unánime respecto a Vinícius en las últimas semanas. Todos hablaban con la seguridad propia de quien tiene datos, aunque es evidente que no los tenían. A tenor de esas expectativas, el Real Madrid había preparado un desembarco con todo en París que abortó cuando se malició que nones.
Es una hipótesis difícilmente controvertible que el Balón de Oro de 2024 se recordará, si es que ha de recordarse, como el que no le dieron a Vinícius
Esta parte de los hechos, por cierto, es la más confusa de todas. Ni los medios han aclarado nada —porque evidentemente no salían bien parados con su unanimidad previa— ni la organización —France Football + UEFA— ni el club han explicado qué pasó en esas horas de la mañana del lunes. ¿Otros años se comunicaba discretamente al ganador que lo era para asegurar su asistencia a la ceremonia y esta vez no se hizo? ¿Por qué? Sabemos que hubo filtraciones debidamente manipuladas porque en las redes circularon listas que clavaban el ranking pero bailaban los dos primeros en un sentido u otro. En realidad, la ausencia de uno de los favoritos cuando sabía que no iba a ser premiado no es una novedad, ya se había dado otros años. Si este año ha llamado tanto la atención es porque no había favoritos, nadie había barajado otra posibilidad que Vinícius. Y además el Madrid cargó la suerte con un plantón en pleno, que no se limitó solo al jugador. Se pudo haber mandado a Butragueño en plan mínimos protocolarios, pero es evidente que se quiso escenificar una declaración de guerra sin paliativos.
Tanta confusión en medio de un clima de indignación generalizada en el madridismo por el caso Negreira y la actitud escandalosamente consentidora de la Federación y la Liga con los enjuagues palanqueros y de fair play financiero del Barça, más el enfrentamiento de la UEFA y el Madrid a cuenta de la Superliga, es terreno abonado para la conspiranoia. Buena parte del madridismo no alberga una sola duda: la UEFA nos ha tangado el Balón de Oro en flagrante venganza, y los premios al club y a Ancelotti no son sino torpes cortinas de humo.
Tanta confusión en medio de un clima de indignación generalizada es terreno abonado para la conspiranoia. Buena parte del madridismo no alberga una sola duda: la UEFA nos ha tangado el Balón de Oro en flagrante venganza, y los premios al club y a Ancelotti no son sino torpes cortinas de humo
Por supuesto, todo esto es perfectamente posible. La primera regla de la conspiranoia es la coherencia férrea, como en un buen guion de cine. Los psiquiatras saben que los paranoicos suelen ser gente inteligente, capaz de urdir tramas consistentes que encajan con los hechos conocidos. Los acontecimientos se relacionan entre sí por una densa red de vínculos; por así decir, la realidad obedece a patrones de lógica difusa y es posible imaginar miles de secuencias que podrían conducir al mismo desenlace, más cuantos menos hechos ciertos acreditados haya al respecto. Por eso, tanto las ciencias empíricas como las ciencias sociales utilizan procedimientos que, por un lado, buscan acreditar el mayor número posible de hechos y, por otro, intentan reducir el número de conexiones entre ellos distinguiendo las más probables de las más inciertas. Sin esos principios de economía sería imposible obtener ni un solo avance de conocimiento.
El más célebre de esos procedimientos es la lex parsimoniae, generalmente conocida como “navaja de Ockham”, cuya formulación elemental (Entia non sunt multiplicanda praeter necessitatem) viene a expresarse en román paladino como que, en igualdad de condiciones, la explicación más simple suele ser la más probable. Por supuesto, Guillermo de Ockham, fraile franciscano y gran filósofo nominalista bajomedieval a quien se atribuye este principio, era un hombre sabio y como tal sabía que la más probable no significa necesariamente la verdadera, aunque sí la que más probabilidades tiene de serlo. Más de cinco siglos más tarde, otro paisano suyo, esta vez de ficción, vino a enunciar su envés. Así, Arthur Conan Doyle le hacía decir lo siguiente a Sherlock Holmes, Watson mediante, en La aventura de la diadema de berilos: “Es un viejo proverbio mío el de que, una vez que se ha conseguido hacer a un lado lo que no ha podido ser, todo aquello que sigue en pie tiene que ser la verdad, por muy improbable que resulte”. No en vano Umberto Eco fundió a ambos, a Ockham y a Holmes, en el Guillermo de Baskerville de El nombre de la rosa, a quien nunca podremos dejar de imaginar sino en la voz y la presencia mesmerizantes del mejor Sean Connery.
Pues bien, en La aventura del Balón de Oro que le tangaron a Vini, si un atribulado Florentino se hubiera llegado hasta el 221b de Baker Street implorando la ayuda de Holmes, este habría arqueado perezosamente una ceja al ancelottiano modo y habría rechazado el caso por poco estimulante (que, por otro lado, es lo que nuestro detective consultor hace casi siempre en primera instancia). Por deferencia a las simpatías madridistas que, sin duda, habría de albergar dada su claridad de criterio, quizá accediera a hacer algunas consideraciones básicas por no desairar del todo a tan ilustre visita.
Anotaría Holmes con precisión que son muchos los hechos que quedan por acreditar en este asunto. Algunos ya se han detallado más arriba y quizá Florentino le aclarara confidencialmente los que le atañen, cosa que podría tener a bien hacer extensiva al común de los aficionados, por cierto. Sabemos con certidumbre —diría el detective y registraría Watson— cuál es la mecánica del premio: France Football proporciona a cien periodistas de los cien primeros países del ranking UEFA una lista de treinta jugadores, a los que estos otorgan una puntuación decreciente. Luego se suma y el resultado se precipita solo. No hay reuniones del jurado, no hay deliberaciones, no hay secretarios con voz pero sin voto ni jurados elocuentes y metiches que puedan orientar de manera más o menos sutil o torticera el marco de discusión y la voluntad de los demás.
Si un atribulado Florentino se hubiera llegado hasta el 221b de Baker Street implorando la ayuda de Holmes, este habría anotado on precisión que son muchos los hechos que quedan por acreditar en este asunto. Quizá Florentino le aclarara confidencialmente los que le atañen, cosa que podría tener a bien hacer extensiva al común de los aficionados, por cierto
En los días que han transcurrido desde el fallo, los medios han hablado con algunos de los electores. Aunque la organización les ha pedido que no hagan todavía públicas sus listas, algunos han desvelado al menos quién fue su favorito. Relaño, jurado español, dice que votó por Vinícius; un colombiano, un salvadoreño y algún otro que ahora no recuerdo votaron a Rodri y han defendido su opción —o más bien, su desconsideración a Vinícius— con argumentos extraordinariamente peregrinos.
¿Pudieron recibir consignas, presiones y aún cohechos explícitos los jurados? Pudieron, claro, cómo negar la posibilidad. Sin embargo, el censo es lo suficientemente amplio y variado como para pensar que malo sería que entre cien no haya unos cuantos honrados, de modo que el complot sería muy vulnerable y la posibilidad de que alguien cantara la gallina muy alta. En tal caso, no tardaremos mucho en tener noticias.
En realidad, terciaría ahora fray Guillermo, la mecánica del premio es lo suficientemente difusa y aleatoria para explicar por sí misma los fallos extravagantes que la propia trayectoria del premio avala. ¿Alguien puede explicar qué mano negra prefirió en 1962 a un Josef Masopust, a quien solo Alberto Cosín y Google son capaces de identificar, antes que al gran Eusébio, la Pantera Negra de Benfica? ¿Qué Protocolos de los Sabios de Sión antepusieron a Flórian Albert al superviviente y senatorial Bobby Charlton en 1967? ¿Qué mente calenturienta coronó en 1975 a Oleg Blojin antes que al Kaiser Beckenbauer? ¿O a un apenas incipiente —y luego estrepitosamente fallido— Michael Owen frente a un Raúl que pulverizaba récords europeos en 2001? ¿Acaso no es este año aún más escandaloso que preterir a Vini relegar a Kroos en su última y más brillante temporada al noveno puesto cuando le dan el premio a un medio centro? Tampoco cabe dudar del madridismo de tan preclaro hijo del Assisiate, pero a buen seguro le aconsejaría a Florentino no multiplicar las sospechas praeter necessitate para beneficio mismo, en primer lugar, de la credibilidad cierta de tantas otras ante tanto desmán antimadridista como se ve por ahí.
¿Pudieron recibir consignas, presiones y aún cohechos explícitos los jurados? Pudieron, claro, cómo negar la posibilidad. En realidad, terciaría ahora fray Guillermo, la mecánica del premio es lo suficientemente difusa y aleatoria para explicar por sí misma los fallos extravagantes que la propia trayectoria del premio avala
Tal vez Florentino porfiara tímidamente ante Holmes, mientras mordisqueaba uno de los sándwiches de pepino amablemente ofrecidos por Mrs. Hudson con el té, recordándole que él mismo, en la ocasión antes citada, había afirmado que la verdad a veces puede parecer inverosímil. Sherlock le miraría entonces con esa leve irritación condescendiente que tan a menudo reservaba a su fiel Watson y le respondería que así es, pero solo cuando “se ha dejado a un lado todo lo que no pudo ser”. Y quizá, algo más ecuménico, le aconsejara advertir a la grey madridista de aquello que famosamente dejó dicho en La aventura del Pabellón Wisteria: “Es un error adelantarse en los juicios a los hechos porque uno se deja llevar insensiblemente a torcerlos para acomodarlos a las teorías que se ha forjado”. Ya en la puerta, Watson, siempre menos sutil y más a ras de tierra, aunque no por ello menos madridista, le habría despedido con algo así: “Créame, amigo mío, yo estoy más hecho que usted al trato con maleantes. Si Ceferin nos hubiera querido jeringar a modo, ya nos habría puesto a un Ovrebo de la vida en el camino de la decimocuarta y la decimoquinta en lugar de arriesgarse tanto con esta sinsorgada”.
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