
La Colina de Nervión
·03 de junho de 2025
En pie de guerra

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·03 de junho de 2025
El sevillismo ya ha dictado sentencia. Lo sé porque yo mismo he sido de los últimos en bajar el dedo. Si la actual dirigencia cree que esto es solo un asunto de tiempo y resultados —como se decía en las rondas informativas de Carrusel Deportivo—, se engañan gravemente. El tiempo y los resultados solo pueden ir a peor, incluso cuando parecen ir a mejor. Nada va a cambiar: el divorcio con la grada es definitivo. ¿Qué es el Sevilla Fútbol Club sin el sevillismo? ¿Muy poco? ¿Nada? Peor que nada: un sueño incorrupto que los perseguirá todos los días de su existencia. Todavía están a tiempo, aunque ya llegan tarde. Abran las grandes alamedas: ustedes tienen las llaves de los portalones. ¿A qué esperan? Familias y accionistas que nos han dado tanta gloria no deben tener una salida tan penosa.
No se trata solo de resultados, ni esencialmente de resultados, sino de hipotecas de tristeza y ajuares de indignidad. Eso es lo que nos ha sublevado. Todo empezó con Lopetegui, alguien que nos dio títulos, pero que nos embargó la ilusión. Continuó con las abultadas nóminas por ser del Sevilla Fútbol Club, algo que provocó que nos desviáramos de nuestra senda: el prestigioso modelo de negocio… La salida deshonrosa —por inexplicable e inexplicable por deshonrosa— del único que sale en todas las fotos de la gloria, Monchi, culminó la patraña.
El relevo de Junior: se hereda el sevillismo, pero el cariño y el carisma se ganan. Los despidos, el amiguismo más inútil, el cierre de ese ágora de los palanganas de a pie que era La Bombonera a Debate y tantas iniquidades fueron ensanchando una brecha que hoy por hoy es ya infinita.
Era altamente improbable que el Sevilla Fútbol Club pudiera continuar con la escalada de éxitos deportivos de este siglo: un título europeo cada tres años y cuatro meses, una final cada quince meses… Casi no existe un club en el mundo con esa tasa de éxitos. Veinte finales en veinticinco años suponen que, cada quince meses, hemos tenido la expectativa embriagadora de un título. Esta carga de adrenalina y dopamina puede volver adicto a cualquier persona o colectivo. Miren cómo están las criaturitas, y eso que solo han disfrutado una final cada cinco años.
El sevillismo no está dopado por los éxitos. Y aunque reivindiquemos con orgullo insolente aquello que otros usan como insulto racista —nos declaramos yonquis de este error de amor que nos abrasa, y gitanos enganchados a serba la bari— estamos en pie de guerra y pronto en las calles, como aquel cinco de agosto del 95. Que nadie crea que la calor nos asusta: somos hijos del desierto y del oasis.