
La Galerna
·18 de junho de 2025
Dietario millennial de un Mundial de Clubes (I)

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·18 de junho de 2025
Dice Javier Tebas que el Mundial de Clubes le parece un amistoso de verano, e invita a no verlo para preservar mejor el ecosistema de competiciones actual. Al mismo tiempo, afirman los partidarios de engendros como la Kings League que la generación Z, ahíta de estímulos y a la vez necesitada de más, ha abandonado el fútbol como entretenimiento de masas. Ante semejante pinza boomer-zeta, cabe concluir que la supervivencia del balompié corresponde a otras generaciones. De alguna manera, los millennials constituiríamos ese abigarrado pelotón de soldados que afirmaba Spengler que en última instancia siempre termina salvando la civilización. No puedo sino frotarme las manos: no hay nada más apropiado para los tiempos actuales que una misión heroica que no requiera levantarse del sofá. En la ceremonia inaugural cantaron Robbie Williams y Laura Pausini, pero quizá hubiera sido más oportuno que sonase David Bowie. We can be heroes, just for one day.
Al que considere exagerado el adjetivo heroico le invito a que trasnoche para engullir un Inter de Miami-Al Ahly. El estimado Luis Montero Manglano ha sabido exprimir su talento para regalarnos una crónica divertida, pero reconozco que a mí solo me saca de la duermevela el lanzamiento de falta de Messi cantado erróneamente como gol por una aficionada, que de inmediato se convierte en viral. Los elogios desmesurados de la narración dan un poco de vergüenza ajena, sobre todo a aquellos que pasamos la adolescencia tapándonos la cabeza con una manta cuando un Lionel auténticamente pletórico venía al Bernabéu. Aunque conviene no hacer mofa excesiva de la desproporción: ha habido años en que por menos le han concedido el Balón de Oro.
Viaje en tren por la meseta castellana, pegado a la radio para seguir el Bayern de Múnich-Auckland City. El AVE constituye casi un anacronismo en medio de una infinita sucesión de paisajes idénticos, oscilantes entre la aridez y el sosiego, da la sensación de que agotados por la abrumadora belleza de un cielo azul fulgurante. Chasqueo de disgusto cuando el comentarista aprovecha los goles bávaros para despreciar al equipo de Oceanía y, cómo no, para depositar el mensaje predecible: “Qué hacen clubes como estos aquí mientras el Barcelona o el Liverpool están en su casa”, “este torneo se devalúa así”, “la FIFA debe aprender”, etcétera. Argumento transformado en insoportable gota china que no para a lo largo de toda la retransmisión.
Hace ya más de un siglo Unamuno escribió En torno al casticismo, ensayo en el que propuso el concepto de “intrahistoria” para aludir a ese entorno rural que permanece, como un ruido blanco de fondo, al margen de las grandes alharacas y acontecimientos. Observo por la ventanilla y no cuesta nada reconocer «la vida silenciosa de los millones de hombres sin historia que a todas horas del día y en todos los países del globo se levantan a una orden del sol y van a sus campos a proseguir la oscura y silenciosa labor cotidiana y eterna, esa labor que, como la de las madréporas suboceánicas, echa las bases sobre las que se alzan los islotes de la Historia». Me río solo de imaginar a un hipster gafapasta fan del Barça o de la Premier mirar por encima del hombro a esos parroquianos, insultándolos por no saber apreciar la necesidad de excluir a aquellos que se han ganado su presencia esforzándose durante un lustro en su región, para en su lugar colocar a los equipos que estén de moda en la última temporada.
Qué puedo decir, yo también soy un urbanita alejado de lo rural, pero acepto de buen grado una alianza con el campo y su literatura contra la legión de enteraíllos que nos asola. Se trata de combatir un mal superior que, además, no ceja en su pesadez. Y ya dijo un sabio que en esta vida se podía ser de todo, menos coñazo.
Despierto y me dedico a las abluciones propias de los millennials: esto es, mirar de inmediato el teléfono móvil. Comprobando los resultados de anoche, observo que debutó con decepción el Aleti, y perdón por la redundancia. Aún medio dormido, se me ocurre que el Atlético es una institución que encajaría bastante con aquella vieja teoría de Foster Wallace sobre la ironía, la cultura pop norteamericana y la publicidad.
Los anuncios de televisión clásicos hacían referencia al grupo, vinculando la compra de cierto producto con la inclusión del receptor en alguna comunidad atractiva. Sin embargo, los anuncios televisivos más efectivos ahora constituyen instrumentos para que el espectador “se exprese”, afirme su individualidad, “se destaque entre la multitud”. Así, la perspectiva más aterradora para el espectador condicionado sería la de exponerse al ridículo ajeno, demostrando emoción y vulnerabilidad. «Los demás se convierten en jueces; el crimen es la ingenuidad». Acaso con el Atlético de Madrid debiera suceder igual, y sus aficionados deberían utilizar el cinismo, el sarcasmo y las bromas privadas como refugios preventivos desde los que contemplar los esperpentos habituales, trascendiéndolos y situándose por encima. Se trataría de una trampa, puesto que se pretendería huir de la multitud “ingenua” para terminar construyendo otra multitud no menos idiota, pero que además se las da de selecta. No obstante, yo aporto posibles soluciones para aliviarles el sufrimiento.
Sin embargo, luego escucho a Miró acusar al árbitro de haberles robado el partido —¡un 4-0!— y abjuro de todas estas reflexiones. El colchonerismo no merece ninguna coartada ni refugio.
Se me ocurre acercarme al pozo de las redes sociales para leer los comentarios sobre el Boca-Benfica, y vuelvo entre espantado e impresionado por la originalidad para el insulto de la que hacen gala los argentinos. El pobre Otamendi, causante de la pérdida de dos puntos del conjunto xeneize, dudo que vuelva nunca a obtener resultados en una audiometría. A continuación, me estremezco solo de pensar en haber reclutado a semejante ejército para la causa madridista, gracias al fichaje de Mastantuono. ¿Será posible que el Madrid consiga, con este refuerzo inesperado, lograr ganar la única batalla que no ha podido hasta ahora? Tal empresa se me antoja imposible, de modo que espero que mi club actúe como suele: una vez aceptada la derrota en la batalla del relato, que se obstine en vencer en todo lo demás.
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