
La Galerna
·11 de julho de 2025
Despacho de ultramar (IV)

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·11 de julho de 2025
Escribo con una mano en la pluma y la otra en la herida, que no es menor y que no deja de sangrar incluso a estas horas, cuando ya va quedando atrás la embestida y la odiosa razón vuelve a susurrarme al oído que es el momento de volver a puerto a remendar los velámenes rotos y reparar las desarboladuras. Es lo que sucede con este asunto del amor, que destruye siempre todo lo que crea. No importa. No hay por fortuna amante que no sea ciego, ni esperanza de resurrección que no se cumpla cuando sea preciso el instante. Así lo veremos, lo viviremos, lo celebraremos y lo asentaré en estas entregas semanales que no buscan ser análisis deportivo sino la crónica emocional del madridismo más expresionista. Perdonará usted, en consecuencia, la hipérbole como carácter de estilo de mis tareas de notario de las venturas y —escasísimas— desventuras del más grande club deportivo que jamás haya existido en este planeta. Y es que conviene recordar que el Madrid no muere nunca, amigos míos, porque fue construido con las inapelables sustancias de la eternidad. Los muertos, muy a pesar de lo que apunten los diarios estos días, son siempre otros.
Superados ya los tiempos de la expiación, conviene detenerse un poco, retomar el aliento y pensar con un mínimo de serenidad en lo ocurrido. Sí, se perdió y de manera atroz. No se puede negar lo evidente. No hubo modo alguno de meterle mano a una banda de bien organizados mercenarios amparados por el consentimiento institucional que obvia sus muy opacas fuentes de financiamiento. Juegan con la precisión de un autómata. Se abren paso a la fuerza, sin detenerse en las maneras y con un solo objetivo claro, que es el de hacer daño en la portería enemiga. Así debe ser: en este deporte la estética no puntúa salvo en la imaginación de los pusilánimes. Lo hacen bien, muy bien, lo hacen ahora mismo mejor que nadie y el Madrid, acaso pecando un poco de noble candidez, se abrió al combate sin anticipar la andanada de estacazos que se le venía encima. Es lo que tiene pertenecer a la casta señorial, que suele olvidarse el fiero y vengativo afán de los que nacieron para no conocer jamás la gloria –y además lo saben.
A mí me preocupa sobre todo el estado anímico de los jugadores. Más allá del agotamiento natural del fin de temporada, me resulta evidente una especie de agobio generalizado, un género de abulia arraigada y solo interrumpida por esporádicos exabruptos de la voluntad. Hace meses se hablaba de un equipo con “la panza llena”, lo que me ha parecido siempre un diagnóstico ramplón y claramente insuficiente. No creo que un deportista de alto rendimiento, uno que además ha tenido la fortuna de pertenecer a la institución más grande del deporte, pueda sentirse satisfecho alguna vez: ha sido precisamente su apetito insaciable quien lo ha llevado hasta el sitio donde se encuentra. Se sabe.
el Madrid no muere nunca, amigos míos, porque fue construido con las inapelables sustancias de la eternidad. Los muertos, muy a pesar de lo que apunten los diarios estos días, son siempre otros
Hay algo más, creo yo, una suerte de vacilación que aventuro identificar con una falta de pegamento interno. Me explico: el fin de todo equipo es ganar, pero si en el equipo hay miembros que buscan utilizar el trabajo de otros para su exhibición personal, ese pegamento del que hablo desaparece y como consecuencia el potencial de grupo disminuye con rapidez; en el mundo de la empresa los incentivos personales resultan siempre contraproducentes. Por eso detesto la idea de premios individuales para los jugadores, porque estimulan precisamente esa devaluación del trabajo común. ¿Qué preferiría un goleador obsesionado con sus números, ganar 1-0 con un gol anotado por un compañero o perder 4-3 cuando los tres goles de su equipo los ha marcado él? “Quien no junta conmigo, desparrama” (Mt. 12:30)
Se dice que un equipo es más que una colección de grandes nombres y a mi juicio esto es muy cierto. Donde no hay esfuerzo, sentido de comunidad, compañerismo, identidad y pertenencia, solo puede existir una sumatoria de individualidades que, por muy portentosas que estas sean, serán siempre incapaces de alcanzar el efecto multiplicador que surge de las causas asumidas de manera conjunta. En esta era nuestra esto resulta más difícil que nunca porque impera una vocación individualista y tiránica que antepone la ley del capricho por encima de todo sacrificio. El ciudadano del siglo XXI es un tiranuelo de sofá que lo quiere todo y lo quiere ya: la realidad habita en las pantallas y estas, que no se olvide, han sido hechas para obedecer las manos que manipulan los botoncillos del control remoto.
el fin de todo equipo es ganar, pero si en el equipo hay miembros que buscan utilizar el trabajo de otros para su exhibición personal, ese pegamento del que hablo desaparece y como consecuencia el potencial de grupo disminuye con rapidez
Toca mirar de nuevo hacia el futuro. ¿Qué hará Xabi Alonso con estos mimbres? ¿Eran falsos esos brotes verdes que algunos vimos recientemente? ¿Es menester demandar la incorporación de jugadores que puedan brindar más garantías de las que ofrecen los miembros actuales de la plantilla? En fin, preguntas todas muy útiles y necesarias. La gestión se vuelve más urgente en tiempos de crisis y ahí estamos todavía porque a pesar de que se ha sustituido al timonel, la verdad es que el Madrid no ha podido operar aún en un nivel de consistencia mínima. Un buen gestor debe reducir las variables que condicionen el desempeño de un grupo, debe crear sistemas, es decir, implantar eso que hoy en el mundillo de la prensa deportiva se conoce como “automatismos”. Escuchando hablar a Alonso me queda claro que es un hombre con una definición de éxito bastante clara; seguramente él y su staff cuentan con los recursos intelectuales, técnicos y humanos para conseguir los objetivos. Lo harán. Por el momento no se puede decir más porque esta gente ha estado al mando durante muy poco tiempo. Ahora toca reflexionar, refugiarnos en los cuarteles del estío, afilar los metales y volver a conectar con un destino personalísimo. Hace poco vi una calcomanía en un automóvil detenido frente a mí en la luz roja del semáforo. Decía así: “Si te pierdes, búscate en lo que amas”. El Madrid solo ama una cosa, la victoria. Ahí debe buscarse y es ahí donde se va a encontrar.
Nota Bene: Aún sin haber terminado el partido contra el PSG, los buitres de siempre se encontraban sobrevolando el Santiago Bernabéu. Quieren la cabeza de don Florentino Pérez, uno de los más grandes gestores deportivos de todos los tiempos. Se autoerotizan con los simulacros del populismo, las babas de la demagogia y el dinero oleaginoso de las satrapías. A su tenacidad solo puede equiparársele su propia estupidez y su malevolencia. Enemigos de todo lo que es bueno, bello y verdadero, se recuecen en los caldos de un odio infinito. ¡Madre mía de Guadalupe, no podía saberse!
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