La Galerna
·01 de fevereiro de 2025
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En el mismo instante en que el árbitro señalaba el final del encuentro entre el Brest y el Real Madrid, mi teléfono me alertó de la recepción simultánea de varios whatsapps. Todos en el mismo sentido: “entre el City y los escoceses no hay duda de cuál os cae”, “Butragueño ya está calentando las bolas con un soplete”, “no te preocupes, que Florentino hace un par de llamadas y os toca el Celtic, esto está visto”. Servidor, que sin pertenecer al judaísmo jasídico humildemente cree poseer cierta intuición para la cábala futbolística, se fue a dormir convencido de todo lo contrario: solo mi aversión al mundo de las apuestas me impidió meterle las llaves de mi casa a que nos enfrentábamos al Manchester City. Posteriormente, cuando en la mañana del viernes se confirmó lo ineluctable, desistí de enviar la respuesta merecida a la pandilla de provocadores del miércoles. No tanto por subrayar una supuesta superioridad moral, sino más bien por la convicción profunda de que hubiera resultado estéril.
Todas las tipologías del antimadridista —aquí desgranadas en su momento— coinciden en un suelo común: que la realidad no estropee el relato construido y el granítico marco mental de roles ya adjudicados. Cualquiera que se moleste en una búsqueda rápida del historial de los rivales concretos asignados al Madrid en los sorteos de los últimos ocho o nueve años podrá comprobar el carácter espurio de la acusación de supuestos beneficios. Es igual. El antimadridista vive de las sensaciones, de ese jugo macerado en el que se embadurna para evitar encarar la dolorosa realidad. No es que no quieran salir de ahí: sencillamente dudo de que tal empresa sea factible.
El antimadridismo no odia al Madrid por un análisis racional, sino que lo hace a través de una narración ficcional pergeñada a la medida para volcar sus neurosis y fobias
Uno, a pesar de su condición de aficionado merengue, puede hacer un esfuerzo e intentar un ejercicio de ecuanimidad. Más allá del amor, se puede convenir en que el Real Madrid tiene defectos y déficits más o menos objetivos, la mayoría homologables al resto de entidades participantes en la —mal— llamada industria del fútbol. Sin embargo, el antimadridismo no odia al Madrid por un análisis racional de estos defectos, sino que lo hace a través de una narración ficcional pergeñada a la medida para volcar sus neurosis y fobias. Daría igual que el Madrid encarnase la perfección ética en comparación con el resto de integrantes del mundo del balompié: los antimadridistas continuarían viéndolo del mismo modo, puesto que el núcleo de su odio es sentimental, neurótico, fóbico. Irracional. Hubo un antimadridista, especialmente conocido porque tenía de segundo oficio el de jugador de fútbol, que acusó al Madrid de “mover los hilos”; al mismo tiempo, el personaje trataba de tú y con apodos cariñosos al presidente de la Federación, y hacía y deshacía en la configuración de alguna competición que su propio equipo —¡y él mismo!— disputaba. Sin pretender ser piadoso, creo que esta hipócrita doblez es menos hija del cinismo que del fanatismo, aunque habrá quien, para aportar matices en este caso particular, recurra a la filosofía china —“el benevolente ve la benevolencia, el sabio ve la sabiduría”— o al castizo refranero español: “cree el ladrón que todos son de su condición”.
De manera que hay que resignarse: el Madrid va a enfrentarse a la hidra que todos querían evitar y, a la vez, quedará en el ambiente que también (?) fue favorecido en el sorteo. Al fin y al cabo, los mandarines de la intelectualidad futbolística ya están colocándose el vendaje antes de la herida: de repente han descubierto que este City en horas bajas no es para tanto —¡con las glosas que se han llegado a escribir de los citizens!—, y depositan la losa del favoritismo en las espaldas del Sísifo blanco. Resultarán irrelevantes los centenares de millones que el club de Abu Dhabi pueda haber invertido en el mercado invernal. El mismo Guardiola, considerado —a mi juicio, con bastante justicia— como el mayor genio de los banquillos en el siglo XXI, pasa ahora a ser poco menos que un pobre hombre superado por las circunstancias e incapaz de controlar sus impulsos. El capitán de una nave a la deriva. Todavía no he leído a quien aproveche sus avatares maritales para desmerecer su capacidad actual —como si un divorcio no supusiese a menudo un acicate para centrarse en lo profesional—, pero todo se andará.
hay que resignarse: el Madrid va a enfrentarse a la hidra que todos querían evitar y, a la vez, quedará en el ambiente que también (?) fue favorecido en el sorteo
El antimadridismo es voraz, y llegado el caso se permitirá manosear impúdicamente la estela de cualquier ídolo que no sirva a sus pretensiones. Contra esa marea lleva enfrentándose el Madrid muchos más años que contra el City. Y es probable que, a diferencia de a los celestes, a semejante estado de las cosas —“la falta de certeza te oxida las venas, es el odio, ¡es el odio! quien guía tus pasos”— no se le pueda ganar nunca del todo. No obstante, habrá que seguir tratando de desbaratar todos sus obstáculos. Tanto los fácticos como los verbales. No queda otra. Que nuestros muchachos hagan lo suyo el próximo día once en Manchester; yo, colibrí en medio del incendio, prometo que la próxima vez responderé a los whatsapps.
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