Afición Deportiva
·15 de novembro de 2024
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Nadal, tras dos años sin agregar grandes títulos a su palmarés, regresó al máximo nivel en 2017 con la consecución de Roland Garros y el US Open
La carrera deportiva de Rafa Nadal ha tenido altibajos como la de cualquier deportista y, si tuviésemos que establecer el peor, se podría decir que en 2016 tocó fondo en cuanto a juego y resultados se refiere. Pero, si por algo ha destacado siempre el balear, es por luchar siempre hasta el final, por buscar variantes y otras formas para salirse con la suya. Y, tras dos temporadas de pocos títulos y muchos disgustos, acabó dando con la tecla en 2017. Un año en el que Federer también vivió su particular segunda juventud, alargando así una rivalidad que ya era histórica de por si.
El problema de Rafa, más que en sus piernas y manos, estaba en su cabeza, en volver a confiar en sí mismo, en creérselo. Con esa intención acudió a Brisbane, torneo de preparación de cara al Open de Australia con unas condiciones muy similares a las de Melbourne. Llegó a cuartos de final y dio la cara ante el tercer mejor jugador del mundo en aquel momento, Milos Raonic. Ni Nadal ni Federer eran los favoritos para el primer Grand Slam de la temporada, pero las circunstancias les citaron en la gran final. Un escenario repleto de recuerdos para ambos en el que el suizo supo hacer valer sus armas de mejor forma. Se lo llevó en la quinta manga tras cuatro horas de batalla. Quizás la final que menos le dolió a Rafa perder, pues por fin se volvía a ver competitivo y, además, le había ganado su amigo.
Al contrario que en anteriores temporadas, optó Rafa por no hacer un doble cambio de superficie antes de la gira europea de tierra batida. Así que, acudió a Acapulco, torneo en pista dura, para mantener el ritmo competitivo. Sam Querrey, sacador de nacimiento, lo apartó del titulo en la final, al igual que Federer lo haría en los octavos de Indian Wells. Y, es que, el suizo se convirtió en la bestia negra de Nadal durante este inicio de temporada. En la final de Miami se lo volvió a demostrar. Las tornas habían cambiado, pues ahora era Roger quién parecía tener la sartén por el mango en los duelos directos.
Photo by Scott Barbour/Getty Images
No disfrutaba de títulos, pero las sensaciones eran muy diferentes. La tierra batida se postula como la prueba de fuego definitiva, la que dirimiría si Nadal estaba preparado para regresar a lo más alto en 2017. Vaya si lo estaba. Cuatro títulos en cinco torneos disputados que recordaron a los años más aplastantes del balear. Sacó su mejor nivel para ganar en Montecarlo sin problemas más allá de los del debut ante Edmund. En Barcelona ni eso, no cedió ni una sola manga. Roma, donde cayó ante Thiem, fue el único bache en unos meses de vino y rosas.
La viva imagen de su regreso es analizar su Roland Garros. No cedió ni un solo set y no fue precisamente porque se enfrentara a rivales de poca entidad. Paire, Carreño, Thiem o Wawrinka, entre otros, hincaron la rodilla de forma aplastante. El suizo, en la final, amagaba con comerse las bolas de forma irónica ante la desesperación que sintió al enfrentarse con Rafa en la Philippe Chatrier. Y, es que, entre semifinales y final, las dos rondas más complicadas a priori, solo se dejó 14 juegos. Es decir, sus oponentes si quiera estuvieron cerca de intimidarle.
El nivel podía ser el mismo, pero el físico no. El cuerpo de Rafa ya no recuperaba a la velocidad de antaño y, por ello, escogía muy bien cada torneo al que acudía. Wimbledon fue el único que disputó sobre hierba y, aun así, lo hizo mejor que en las dos anteriores ediciones. Cayó en octavos de final ante Muller, un sacador luxemburgués que cuajó una gran actuación. Incluso en la derrota dio muestra de sus valores, luchando en la quinta manga con más corazón que cabeza. Eso sí, murió en la orilla (13-15) tras casi cinco horas de partido.
Photo by Clive Brunskill/Getty Images
Al igual que después del Open de Australia, tampoco viajó a citas intermedias tras Wimbledon. El objetivo estaba claro: llegar lo mejor posible para asaltar Nueva York. Con el objetivo establecido solo faltaba la elección de la estrategia y, lo cierto, es que no pudo ser mejor. Montreal y Cincinnati, dos torneos para coger ritmo en los que no hizo falta brillar. Los cuartos de final del segundo fue el mejor resultado de ambos, así que tampoco era de los favoritos al entrar en la Arthur Ashe. Fue un torneo plagado de sorpresas en el que muchos top 10 cayeron antes de lo previsto. Supo aprovecharlo Rafa para hacerse con su tercer US Open a base de experiencia, pues a Anderson le faltaron baluartes en la gran final.
Prolongó la buena racha con otro título en Pekín, pero se le acabó haciendo muy largo el 2017. A fin de cuentas, llevaba varios años sin jugar tantos partidos. Eso sí, había reconquistado el número 1 del mundo. Rafa no solo recuperó su corona en Roland Garros, sino que también lo hizo en el circuito. Disputó una nueva final en Shanghai que Federer, quién sino, le arrebató y dijo adiós a su temporada en París. Las molestias en su rodilla iban a más. Tocaba parar. «Estoy fuera, mi temporada ha terminado. No tiene sentido seguir jugando así«, dijo en la previa de la Copa de Maestros.
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