
La Galerna
·27 agosto 2025
Un amor de 6 pulmones

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·27 agosto 2025
Hay momentos en la vida que se graban a fuego en la memoria, no por su grandiosidad o su dramatismo, sino por la forma en que, sutilmente, lo cambian todo. Para muchos, ese instante puede ser un primer amor, el nacimiento de un hijo o la primera vez que se suben a un avión. Para mí, el momento exacto en que me convertí en madridista está ligado a una tarde lluviosa, una habitación de hotel de 20 metros cuadrados y un comentario de un narrador de fútbol que, sin saberlo, definió una pasión para el resto de mi vida.
Era un sábado de marzo o abril de 1987. A mis 14 años, mi mundo giraba alrededor del balón, pero de una forma puramente visceral, práctica. Mi vida era jugar, no ver ni leer fútbol. Destacaba en el equipo colegial, participaba en campamentos en verano y además jugaba en cualquier patio, campo, pasillo, parque o plaza donde pudiese correr un balón. Todos los días, todo el día. No me detenía a analizar las noticias de los clubes ni a seguir las ligas europeas. No había la cobertura de hoy en día ni la información inmediata digital. Si me preguntabas por mis ídolos, mencionaba nombres globales como Platini, Zico o Maradona, referencias que llegaban a Venezuela a través de la magia de los mundiales, cada cuatro años. Pero más allá de eso, yo era un completo neófito en el fútbol de clubes. La información, escasa y tardía, llegaba en ráfagas a través de los programas de televisión del estado, que cada sábado por la tarde transmitían partidos de "Fútbol Español" y, los domingos, "Fútbol Italiano". No había anuncios ni adelantos; el partido era una sorpresa, una caja de pandora que se abría al encender el televisor.
Ese día, la lluvia había arruinado mis planes de jugar en un escampado que había visto al llegar al hotel. Habíamos viajado para una boda familiar y el agua torrencial me tenía atrapado. Mi única alternativa era la televisión. Con cero entusiasmo, encendí la pantalla. El partido que se desarrollaba ante mis ojos no me generaba ninguna emoción. Veía el juego, pero mi mente estaba en el campo encharcado que no podía pisar. Y entonces, ocurrió.
Se trataba de una frase de Reyes Álamo, el comentarista de la TV. Con un tono que mezclaba humor y asombro, soltó una frase que resonó de forma distinta en mi oído: "Este jugador pareciera que tiene 6 pulmones". El comentario era tan vívido, tan elocuente, que mi curiosidad se encendió de inmediato. ¿Quién era ese ser de otro planeta que podía correr de esa manera? Clavé mi mirada en la pantalla, esperando la siguiente jugada de ese misterioso futbolista.
"Este jugador pareciera que tiene 6 pulmones". El comentario era tan vívido, tan elocuente, que mi curiosidad se encendió de inmediato. ¿Quién era ese ser de otro planeta que podía correr de esa manera?
Y no tardó en llegar. Una nueva escapada por la banda izquierda, con la misma energía incansable. Era Rafael Gordillo. Lo que vi no era la estampa de un atleta perfecto, sino todo lo contrario. Un jugador desgarbado pero irreverente, con las medias caídas que apenas cubrían sus tobillos, corriendo de forma frenética, pero con mucho sentido de juego. Su entrega era absoluta, su energía inagotable. Ese sutil detalle, ese comentario jocoso sobre sus "pulmones extra", me hizo ver algo más que un partido de fútbol. Me hizo ver una pasión pura en movimiento.
A partir de ese momento, mi relación con el fútbol cambió para siempre. La curiosidad se convirtió en una búsqueda. Dejé de ser un neófito. Los lunes, la prensa escrita se convertía en mi primer objetivo. Buscaba la tabla de posiciones, los resultados, cualquier mención al Real Madrid o a ese jugador con el número 6 en la espalda. Pronto, la búsqueda se transformó en coleccionismo. Empecé a comprar ejemplares de la revista Don Balón y, como una confirmación de mi recién descubierta fe, me hice con mi primera camiseta réplica del Real Madrid. Por supuesto, llevaba el 6 de Gordillo, de manga larga y con esos ribetes violetas que la hacían única, preciosa. Jugar con camisa larga en el trópico venezolano representaba un reto adicional, pero para mi lo más importante era el orgullo de llevar el escudo del Real Madrid, el sudor a mares era un mal menor.
Cada vez que veía a Gordillo jugar, sentía una conexión especial. Su entrega, su coraje, su forma de entender el juego. Hay una jugada que tengo grabada en mi memoria, como una película que se repite en bucle: Rafael punteando el balón para superar a un rival por la banda, volviendo a tocarlo sutilmente justo antes de que otro rival lo detenga en su barrida, saltando para evitar el contacto mientras cae y, en el aire, ya está ubicando visualmente el siguiente pase. Todo eso con el uniforme blanco, las medias caídas y el césped húmedo y embarrado. Era la personificación del corazón, la garra y la inteligencia.
Era Rafael Gordillo. Un jugador desgarbado pero irreverente, con las medias caídas que apenas cubrían sus tobillos, corriendo de forma frenética, pero con mucho sentido de juego. Su entrega era absoluta, su energía inagotable
Han pasado casi 40 años desde esa tarde. Mi vida ha seguido su curso, pero el madridismo se ha mantenido como una constante. A diferencia de la inmensa mayoría de mis amigos y conocidos, mi amor por el Real Madrid no es heredado ni es producto de alguna época dorada que se vuelva moda. Puedo decir que he vivido muchas más alegrías que tristezas. Perdí la voz gritando los goles de Pedja, Raúl, Zidane y Ramos en las finales de Champions. Tuve el infinito privilegio de estar en el Santiago Bernabéu y en Cibeles en la última jornada de la "temporada del clavo ardiendo" en junio de 2007, sintiendo la historia a flor de piel. He llorado con las despedidas de Zidane y Kroos. He tenido el placer de ir a más de veinte partidos en vivo. La salida de Modrić aún no la asimilo. Tengo grabados en mi mente, como si fuera ayer, todos los partidos, los goles y las jugadas de la Decimocuarta. Sigo sonriendo desde el día en que presentaron a Kylian Mbappé, el siguiente capítulo de esta historia infinita. Y defenderé a Vinícius hasta el último de mis días.
Reconozco que hubo momentos difíciles. La primera década del siglo fue un calvario. Sufrí mucho cuando sentía que perdíamos partidos o ligas por no ser el mejor equipo, a pesar de que veía otra cosa en los terrenos de juego. Pero hoy, con la perspectiva del tiempo, siento una gran tranquilidad y orgullo al saber que nuestro archirrival estuvo pagando durante casi dos décadas al Comité Técnico de Árbitros buscando una supuesta neutralidad. Es una confirmación de que nuestra grandeza se ha construido desde la honestidad y el trabajo duro.
Hoy, gracias a Rafael puedo decir que “ser del Real Madrid es lo más bonito que se puede ser en esta vida”
Mi madridismo me ha enseñado a admirar a algunos rivales que respeto profundamente por su historia y su forma de entender el juego, como el Liverpool, el Bayern de Múnich, el Athletic de Bilbao o el Milan, clubes de verdaderos valores futbolísticos y humanos. Y al mismo tiempo, me ha llevado a sentir un profundo desprecio por otros que me parecen la antítesis de lo que el fútbol debe ser, como el Barcelona, el Atlético de Madrid, el Sevilla o el Manchester City. Es mi forma de vivirlo. Es mi madridismo.
Siempre estaré agradecido a Rafael Gordillo y a ese narrador, Reyes Álamo. Sin saberlo, esa tarde lluviosa, en una habitación de hotel en algún lugar de Venezuela, me abrieron la puerta a un mundo de emociones, de glorias y de una pasión que, a día de hoy, sigue tan viva como la primera vez que la sentí. Y todo, por un jugador que parecía tener 6 pulmones.
Hoy, gracias a Rafael puedo decir que “ser del Real Madrid es lo más bonito que se puede ser en esta vida”.
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