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La Galerna

·8 luglio 2025

Los partidos por los que jugamos

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El Mundial, al final, nos regala una semifinal con el PSG en plena primera quincena de julio, cuando todo es sopor, hastío y canícula. El Madrid de Xabi Alonso ha ido mejorando a ojos vistas en cada partido, aunque el de cuartos de final se complicara absurdamente en los últimos cinco minutos. Sobre todas las cosas, el equipo se ha mostrado serio, con esa seriedad tan madridista que, podríamos decir, es el rasgo distintivo capital del gran Madrid campeón en Europa, da igual la época: un equipo sin alardes que, cuando muerde, va al hueso. Yo, que era muy pesimista al principio, estoy enganchado. Enfrentarse al equipo de moda en el umbral de la gran final es un reto mayúsculo, una prueba golosa. En el fondo, agradezco ya a Alonso que su equipo, a las primeras de cambio, nos ofrezca uno de esos partidos que, como dijo Kareem Abdul Jabbar, son aquellos por los que jugamos y vivimos.

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El PSG es el mejor equipo del mundo. Es indiscutible que, desde la final de Múnich, son el equipo a batir. Van como un guante. Luis Enrique ha conseguido armar lo que se dice un equipo de autor. Su impronta está en todas las líneas, en todos sus futbolistas: por eso, quizá, la marcha de Mbappé le vino estupendamente para cuadrar su círculo personal, ese que no admite espíritus libres ni jugadores con entidad propia. Nada ni nadie puede pesar más que el todo. Luis Enrique, en eso, es el perfecto epígono de la escuela de Mourinho, Benítez y Guardiola. Es el determinismo absoluto, la configuración de un esquema total donde el míster es dios y los jugadores, sus proyecciones mentales. Nada más que eso.


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el Madrid de Xabi Alonso ha ido mejorando a ojos vistas en cada partido. Sobre todas las cosas, el equipo se ha mostrado serio, con esa seriedad tan madridista que, podríamos decir, es el rasgo distintivo capital del gran Madrid campeón en Europa

Al Madrid de Alonso se le ven todavía las costuras, ¡no se le van a ver! Es un equipo reorganizado en torno a una idea, lo que faltó en esta última campaña con Carletto. Las piezas están en su sitio natural y el conjunto fluye, motivado por la novedad y seguramente más que eso. Los nuevos han sido una corriente de agua fresca que ha revitalizado un campo árido, sin brotes verdes. Sobre todo Huijsen. Su baja es una putada que Alonso tendrá que resolver para que nosotros, los que vemos los toros desde la barrera, podamos calibrar su verdadera maestría por primera vez. No sólo se trata de vencer al PSG, sino de hacerlo involucrando a quienes, en estos partidos, han estado un poco relegados. Asencio, por ejemplo, quien tras dos pifias importantes desapareció de la titularidad y que, de pronto, se ve ante un miura.

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Hace tres primaveras, el Madrid, que parecía acabado, renació en una noche inolvidable frente al PSG, que entonces también era lo más. Los viejos jerarcas, aquellos que habían escrito la Ilíada y la Odisea, empujaron al cielo del fútbol a dos nuevos superhéroes, Vinicius y Valverde. De Marcelo, Casemiro, Carvajal, Kroos, Benzema y Modric, sólo el 10 estará en Nueva Jersey, la ciudad de Tony Soprano, para representar el último acto sublime de una trayectoria irrepetible, la del mejor Madrid de todos los tiempos, de quien él es superviviente, símbolo y legado. Ese es, en mi opinión, el motivo más hermoso de todos para estar delante del televisor el miércoles a las 9 de la noche: ver, quizá por última vez, a Luka Modric realizando un trabajo milagroso que durante años dimos por costumbre, hacernos felices mientras trota por una moqueta verde con la media melena color amontillado flotando suavemente sobre la camiseta que llevaron antes que él Di Stéfano, Zidane y Cristiano Ronaldo.

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También estará Mbappé. Regresó con un golazo. Se le ve fino, como para correr el Tour. O los sanfermines. Su duelo con el equipo al que sacrificó los mejores años de su carrera tiene algo de titánico, como si un hombre se enfrentara al Tiempo para robarle lo que un día le regaló, sin saberlo: la juventud, la ilusión, los sueños. Su sueño era jugar en el Madrid y tardó siete años, siete años llenos de dinero, extorsiones y chantaje emocional de los que, imagino, a cualquiera le costaría recuperarse. Mbappé, en Madrid, es menos semidiós y más hombre. Descubrimos que era de carne y hueso y eso lo emparentó más con nosotros, sin saberlo. Mbappé, al que vimos por fin de cerca y ya no nos pareció que brillara tanto, tanto por lo menos como brillaba en nuestra imaginación cuando lo deseábamos, tiene una oportunidad que, en la vida, sólo concede la literatura: la de darle una estocada al pasado, hasta la bola, y coger de una vez el martillo y el cincel para escribir su nombre en el mármol de la historia del Madrid.

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