Los futbolistas también sufren | OneFootball

Ya puedes hacerte con el #Panenka145, dedicado al fútbol y la salud mental

No odias los lunes, odias el capitalismo, dijo alguien una vez. Otro alguien lo pintó en una pared. Y hoy, la consigna es un eslogan impreso en tazas, camisetas y sudaderas disponibles en cuatro tallas y varias opciones de envío. Las paradojas crecen como las setas; no hace falta regarlas, con la que está cayendo ahí fuera. Puedes tomar conciencia de la factura que deja el sistema en tu cerebro, sí. Pero la factura, de una manera u otra, te la van a terminar cobrando.

El fútbol, otra vez, como el escenario donde se representa esta tragicomedia que no es la vida. Que es el mercado, amigo. El jugador, personaje interpretado por un ser humano, dice basta, prioriza su salud, acude a un profesional, da el paso y se baja del escenario con la escena a medias y la tensión dramática por las nubes. El gran público le aplaude, con un ojo puesto, eso sí, en el siguiente acto, que la cosa está que arde. Porque la función del fútbol no tiene entreactos, y su única función es el acto de entretener. ¿Hasta cuándo? La pregunta es retórica y la respuesta, macabra.

El hincha, al que a menudo se le perdona que sea irracional, debe comprender al futbolista que sufre. En primer lugar, porque es lo correcto. En segundo lugar, porque cada vez serán más los que lo harán público. Y en tercer lugar, porque el siguiente podría ser él mismo. No, nunca va a lanzar el penalti decisivo, no va a tener pesadillas con fallar un gol a puerta vacía y no va a entrar temblando al vestuario para ver la lista de convocados en la pizarra. Pero nadie escapa a la presión, que es un sistema en sí mismo, ideado para que creas que no controlas el juego. Te asfixia un lunes y te deja el sábado ante el espejo, segundos antes de descartar ir al estadio, porque no lo entiendo, te juro que no lo entiendo, si todo parece estar bien, pero he perdido las ganas y la pasión. Y, puede que entonces, te salve una mano conocida, un hombro cercano, un lugar seguro. Y eso, amigo, no es el mercado. Somos tú y yo.