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La Galerna

·5 maggio 2024

Liga blanca y liga negra

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-¿Y el Madrid, qué? ¿Otra vez campeón de Europa?

-De Liga. De momento.


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El viejo mira socarrón.

-Claro, con el Madrid ya se sabe…

Y tanto que se sabe.

Liga blanca, liga negra. Porque esta liga blanca pese a Negreira y a los negreiros, ha sido negra. Negra de Rudiger. Negra de Tchouameni. De Mendy. De Camavinga, sarandonga, cuchíviri, cuchíviri. De Rodrygo. De Vinícius. De Bellingham, angelazo negro. Y de Kroos, negra también de Kroos. Y de Carvajal, negro, vámonos que nos vamos. Y de Valverde, negra gacela africana de piel blanca. Y de Modric, ay Compay, nos vamos o nos quedamos. Negrura seria y luminosa, balsámica, de Lunin de tez lunar, nocturno de Chopin entre la alegría transpirada de la salsa y del samba.

-Liga blanca y liga negra, pero también liga Negreira.

-I tant! Pero yo no quiero escribir los versos más tristes esta noche. No esta noche.

El viejo abre la boca, pero acaba por no decir nada.

Otra liga, otra más. El Madrid mira las ligas al contraluz de la Champions, y ve poco más que una silueta, una sombra, una negrura que se interpone y tapa apenas por un instante el sol deslumbrante de Europa. La Champions es la gloria, el oropel, la pompa; la liga es tarea de pico y pala. Pero es la liga la que nos da la felicidad tranquila de cada semana, la que convierte los lunes en más llevaderos. La liga es el calor del hogar, la gloria levantada no en virtud de ramalazos de genio sino a fuerza del madrugar modesto y callado cada mañana. La liga es el trabajo bien hecho, la perseverancia, el tesón, el empeño. La excelencia continuada, qué difícil. Si la Champions es el alimento del alma madridista, la liga es pan para el cuerpo. La Champions es el territorio de la grandeza, tan madridista; la liga -cuando no la gana el equipo de La Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme- el de la meritocracia, también tan madridista.

-Bueno, pero este año ha sido fácil.

-Nunca lo es.

El viejo porfía.

-Hombre, el Barcelona ha aflojado mucho…

Sí, sobre todo la mosca. Durante veinte años. O más.

Otra liga blanca y negra a todo color, porque las ligas del Madrid son luminosas como el Madrid. No hay oscuros pagos a Negreiras, no hay sórdidos conciliábulos en el bar de la mujer de Negreira, no hay palancas por aquí, palancas por allí, ¿dónde está la palanca?. Hay limpieza, hay constancia, hay trabajo, hay calidad y hay fe en la victoria. Contra todo y contra todos, más cierto que nunca.

-De acuerdo, pero lo que importa es la Champions.

-También. Pero no sólo.

El viejo sonríe. Y asiente. Porque desde los tiempos de Di Stéfano, de Puskas, de Rial, de Santamaría y de Gento no ha visto un Madrid como éste. Un Madrid más digno de llevar el nombre de Real Madrid. Un Madrid más a la altura de sus montañas, de su leyenda. Un Madrid que es, además, el último refugio de la decencia en el océano pestilente del fútbol. En la mirada del viejo despunta por un instante el brillo inconfundible del orgullo.

-¿Y este año, qué? ¿Otra vez campeones de Europa?

-En eso estamos.

El viejo hace visera con la mano para poder ver a contraluz. Vuelve a sonreír socarrón y orgulloso, sin atisbo de amargura. Al viejo no le gusta el fútbol, pero es escuela de madridismo. Y si le interesaran estas cosas, valoraría más una liga -el trabajo, la tenacidad, la exigencia- que cualquier Champions.

Estiro mi brazo y alcanzo a estrecharle la mano. Como aquel día, el último que hablé con él, aunque sólo oía ya el calor de mi mano. Como en esa foto que preside mi mesa de trabajo.

Liga blanca y liga negra en una Liga negra, negrísima. Qué blanca es esta liga, tan negra. Va por ti, viejo.

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