La Galerna
·28 gennaio 2025
In partnership with
Yahoo sportsLa Galerna
·28 gennaio 2025
Hay un lugar en el Olimpo del fútbol donde dormitan lo héroes que fueron. Un Aleph que concentra tiempo y espacio en el que las voces que jalean las arrancadas de Gento recorren corredores y las arengas de Juanito recubren paredes húmedas sustentadas por arcos de medio punto. Un lugar donde los goles no paridos de copas que no se elevaron reposan en lechos de tumbas cubiertas de moho y lágrimas. Hay estancias con olor a almizcle e incienso, a linimento y sudor donde George Best toma otra copa con Garrincha mientras Zidane y Enzo Francescoli ensayan una filigrana. Un lugar al margen del tiempo en el que Puskas bromea con Bobby Charlton bajo la mirada atenta de un aún joven Eusebio.
En ese templo de emoción una enorme sala vacía y soleada luce un sofá de madera que aguarda. Una inscripción tallada por unas manos cuidadosas muestra un nombre. Porque la columnata que sostiene ese templo mira hacia una llanura que una verja y un camino empedrado separan del promontorio. Enormes ventanales de ese edificio se derraman ofrecidos hacia una llanura desde la que Pelé, don Alfredo y Maradona ven el amanecer de estrellas que serán. Esas estrellas, aun no dioses, aguardan en una llanura rectangular circundada por cipreses que se balancean al compás de una brisa suave y queda.
En esa llanura, de una soledad abrumadora, un joven de piel marrón, sentado sobre una columna vencida, amasa un balón entre las manos y aguarda su momento.
Si una marca personal es lo que transmite de forma integral quiénes somos y cómo somos ante el resto, la marca personal de Jude ha nacido para la eternidad
El dirigible Graf Zeppelin tenía sala de fumadores. Y es que nada es perfecto, salvo la imagen de Jude: visibilidad, reputación, logo e himno. Si una marca personal es lo que transmite de forma integral quiénes somos y cómo somos ante el resto, la marca personal de Jude ha nacido para la eternidad. Cuando Paul McCartney escribió “Hey Jude” para consolar a Julian Lennon por el divorcio de sus padres, Jude Bellingham aún no había nacido. Y sin embargo esa canción, como un himno emocional que nos oprime el pecho y se pega a la dermis como un adhesivo, nació para él. Y cuando suena, las baldas metálicas del Bernabéu reverberan como las tablas de un anfiteatro. Un instante de miradas líquidas en el que sabemos que Jude está llamado a ese Olimpo.
Hay fantasmas que amenazan nuestros sueños. Más abajo, donde habita la masa, hay una Hidra de Lerna de mil cabezas. David Ogilvy, uno de los padres putativos del marketing moderno e inspirador del personaje protagónico de “Mad Men”, nos recuerda que no se pueden salvar almas en una iglesia vacía. Y esa iglesia vacía que odia lo que la grandeza representa, es la amenaza creciente sociológica y mediática de la que cabe decir que no basta combatir por omisión. Porque, como apunta Seth Godin, otro referente del marketing actual, el marketing cambia a la gente a través de historias, relaciones y experiencias y en ese campo de batalla nuestro hombre de Vitruvio se antoja como el rompeolas perfecto.
Cuando el Rey de Roma Lucio Tarquinio Prisco mandó construir la Cloaca Maxima en Roma no sabía, como apunta el gran Manuel Vicent, que el arte y la cultura florecerían sobre ella, sobre heces y aguas putrefactas. Un símil de la realidad de este Real Madrid por extensión y de sus estrellas individualmente consideradas, que gravitan sobre arroyos de efluvios abrasivos. Por eso la grandeza de los grandes del club, más allá de los vastos límites del madridismo, nunca será tan grande para el ojo público como la de algunos héroes de barrio que reman a favor de corriente. Por ese motivo, por ejemplo, los devotos de Lamine no entienden que la medida de su éxito es, hoy por hoy y aún, Rodrygo y no tanto otras piezas de caza mayor.
Vinícius, para la Cloaca Maxima, está cerca de ser un caso amortizado. Esas aguas cenagosas parecen ahora centrar su microscopio en Jude, a la busca de cualquier poro que pueda dañar su incipiente marca personal
Antes de que nuestro mundo se hiciera más pequeño y cupiese en un coche de cinco plazas, todo era obvio. Hoy, en esta nueva realidad que lo toca todo, es necesario advertir en las botellas de lejía, en letras grandes, “No ingerir”, hoy todo se equipara a la baja. La cultura como hija de la lectura y la erudición se devaluó desde que alguien decidió inventar los buscadores de internet. De aquel mundo antiguo tan solo queda una pistola humeante.
Ahora que hemos vendido nuestro alma a un diablo llamado "teléfono móvil", un titular pesa más que un historial y la Cloaca Maxima drena indecente su vómito contra quien nació a contracorriente. Vinícius, para ella, está cerca de ser un caso amortizado. Esas aguas cenagosas parecen ahora centrar su microscopio en Jude, a la busca de cualquier poro que pueda dañar su incipiente marca personal. Porque esa Cloaca Maxima siempre busca una veta, cualquier grieta a través de la que alcanzar la superficie; ya ha engullido a otros y ahora es un eco, aún lejano, que se extiende amenazante, metro a metro, apuntando a Jude e infectando los estertores de la llanura a su paso con nuevas cabeceras y tertulias incendiarias renovadas.
Sería temerario olvidar que fluye bajo sus pies en busca, una vez más, de la superficie. Jude solo puede reinar desde el clima bonancible y el ruido ciego de los medios, nunca contra ellos. Como Artabán o Billy Preston, ha irrumpido como un nuevo actor de pleno derecho. Debe cuidarse, eso sí, de dar pábulo a campañas que prendan por una simple chispa: tienen una cloaca y saben cómo usarla.
Getty Images.