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La Galerna

·26 aprile 2024

El club de sus sueños

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Més que un club. Ese era el sueño. Y el sueño sigue vivo. El hombre de negro, con ojos como estrellas y una piel blanca como el mármol, lo alimenta

Hace ya algunos años, el señor Morfeo hizo un trato con un hombre desesperado. Un verso suelto. Le sorprendió verle llegar a las fronteras de su reino, llevando consigo sólo un maletín y una propuesta. Pero había en él un aire soñador, irreal, que le resultaba familiar y despertó su curiosidad. Bastó un gesto de su mano para que el dragón, el grifo y el caballo alado que custodiaban las puertas doradas del Sueño le abrieran paso.

Después de hacerle esperar durante siete días y siete noches, en cumplimiento de la más estricta etiqueta de los cuentos, el Eterno a cuyo reino viajamos cada noche, nada más quedarnos dormidos, ordenó a su chambelán abrir las puertas de su sala de audiencias.


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El visitante se sorprendió ante la surrealista estampa que le ofrecía la corte de los sueños.

Junto al portón, un espantapájaros con cabeza de calabaza y un peto vaquero arrastraba lo que parecía el cadáver de un hombre gordo con una ridícula perilla, dejando a su paso un rastro sanguinolento. Una pequeña gárgola dorada revoloteaba a su alrededor, apenada. A pocos metros, sobre un charco escarlata que parecía ser el origen de las manchas rojas y pringosas, un tipo alto, enjuto y pelirrojo, con las manos empapadas de sangre, se preguntaba cómo habría podido volver a pasarles. Pero el humano dejó de largo estas viñetas y otras que le rodeaban. No quería saber nada de todos los secretos y misterios de los sueños. Bastante tenía con los suyos.

Junto al trono, una mujer negra, con semblante estoico y un montón de libros entre los brazos le miraba como si no fuese nada, como si su historia no valiese la pena.

En el centro de todo había algo que apenas parecía un hombre. Una torva criatura antropomórfica abrazada por una larga túnica azabache le esperaba, inclinado y con los codos sobre las rodillas. A la altura del pecho, un rubí rojo sangre. Uno que brillaba pero que también parecía palpitar. En el lugar donde debería estar su cabeza sólo había una extraña máscara con una extraña textura orgánica. Hubieses podido confundirla con una careta antigás imaginada por Dalí, quizá debido a los dos enormes cristales opacos a través de los cuales le estaban observando y que le ofrecían un reflejo distorsionado. Este extraño ornamento estaba adornado con una protuberancia vertebrada en su base.

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Todo se hizo más amable para el viajero de los sueños cuando su anfitrión se descubrió el rostro. Era pálido y delgado, con unos ojos penetrantes que asustaban como el sol durante un eclipse. Llevaba, para su sorpresa, el peinado de un famoso futbolista y varios tatuajes tribales acompañados de frases escritas en lenguajes ya olvidados.

La figura, además, tenía una cualidad volátil. Parecía diferente cada vez que la miraba. La túnica, por ejemplo, se fue convirtiendo en una camiseta negra, en la que distintos matices de oscuridad conformaban un patrón similar a la mítica equipación que diseñó Adidas para Países Bajos en 1988. Supo además, como sólo sabes las cosas en los sueños, que tendría el 9 en el dorsal y que el nombre grabado sería Kaickull.

El hombre que le había enseñado el camino al Reino de los Sueños le había advertido: “El Señor de los Sueños puede asumir una forma con la que te sientas cómodo”. Así era. Fue verlo y pensar en ficharlo y buscarle un contrato publicitario con una empresa de productos lácteos. Le recordaba a un joven Anelka, fibroso y poderoso. Pero uno incapaz de fallar. Nunca nadie se atrevería a abofetearle en un vestuario con ninguna parte de su anatomía.

El humano dio un respingo cuando escuchó un poderoso aleteo y un gran cuervo negro se posó sobre el hombro derecho del Rey oscuro y le miró atentamente a los ojos. “No sé si me está midiendo como persona o como aperitivo”, pensó. El ave graznó, pero al escucharlo pensó que el sonido le recordaba no al que proferiría un animal, sino al que hubiese hecho su hijo, cuando aún era pequeño, al intentar imitar a un cuervo.

Joan sabía que mentir en una sala como esta habría sido tan absurdo como mentirse a sí mismo. Inspiró con energía, aunque los años ya no le hacían ningún favor, hizo una torpe reverencia y sacó a relucir al hombre espectáculo que siempre tuvo dentro.

—Señor de los sueños, represento a un club de fútbol catalán que sin duda conocerá. ¡Qué digo catalán! ¡Universal! Y he venido a presentarle una oportunidad única. Quiero probar con usted algo que no se ha hecho antes —afirmó—. Quiero que hagas que millones de personas sueñen pero que, al mismo tiempo, permanezcan despiertas. Alejadas de la realidad, atrapadas entre su reino y el mundo de los humanos. Felices y satisfechos.

—¿POR QUÉ QUERRÍA YO HACER ALGO ASÍ? —respondió el amo de los sueños.

—Es una forma más de ampliar su reino. Digamos que es su nicho de mercado. Y llevará felicidad a millones de almas que se han visto atrapadas por las falsas promesas, por la herencia recibida, por lo que hicieron otros antes de mi llegada.

—¿Y TÚ NO TIENES RESPONSABILIDAD ALGUNA EN ESO? ¿NO ES ESA HERENCIA DE LA QUE HABLAS TAMBIÉN TUYA? ¿TE REFIERES DEL FUNCIONARIO FEDERATIVO AL QUE TENÍAS A SUELDO?

El visitante se aclaró la garganta. Estaba claro que el hombre de blanco conocía los asuntos de los hombres.

—¡No sabes lo que era aquello! ¡Incluso tuve que subirle sus emolumentos! ¡Me amenazó! ¡Nos habría condenado a todos! ¡Aún puede hacerlo! Por todo ello, he llegado a la conclusión de que la única forma de que los aficionados sigan felices es mantenerlos al margen de todo, ignorantes y alegres. Y, por supuesto, yo haré mi parte. Cada año, alimentaré sus sueños con promesas vacías, con jugadores de medio pelo y viejas glorias que vendan camisetas. Lo haré con contratos crecientes, cada vez más altos, y perjudicaré a la sostenibilidad financiera del club, pero millones de personas sonreirán ante cada una de mis promesas y alabarán mi palabra. Incluso puede que alguno de ellos funcione, a ratos, de vez en cuando.

—¿Y CUANDO PERDÁIS?

—Iremos hacia la promesa siguiente. Quemaremos cartuchos que no sabemos aún que existen. Venderemos activos del club y los volveremos a vender una y otra vez hasta que alguien esté dispuesto a pagar por ellos. Tengo, además, una palabra buenísima. En lugar de “vender activos” diremos “activar palancas”. Además, he encontrado al entrenador perfecto para llevar a cabo mis planes. Es el hijo de los sueños de mis socios. Él ya les hizo soñar y mantendrá viva la ensoñación. Usará cualquier herramienta a su alcance. El sol, la hierba, la estadística avanzada… Después de cada partido en el que venzamos de milagro, convencerá a los aficionados de que todo fue un alarde de su talento. Cuando pierda, se asegurará de que otro cargue con las culpas. Para que lo entiendas, hablo de alguien cuya capacidad de fabulación le permite afirmar, sin ruborizarse, que cualquier teocracia absolutista ofrece mejor calidad de vida que España. Todo un maestro de la mentira, un heraldo de la falacia.

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-Pero con el entrenador - prosigió- no es suficiente. Cualquier reino es un reino de mentiras, y necesito a un mentiroso de cabecera. Tendré un narrador oficial, un bufón, un payaso que se crea cualquier cosa que yo le diga y que se agite como un simio a cambio de un puñado de monedas. Todo ante una audiencia de millones de soñadores empeñados en permanecer dormidos, por más que sigan despiertos.

—¿Y LOS JUGADORES?

—Cogeremos todo nuestro crédito deportivo, acumulado durante años, y lo quemaremos en una enorme pira, hasta que sólo los jóvenes vengan al rescate. Veremos volar los jugadores, la masa salarial, los millones. Tendremos a agentes libres que apenas durarán una temporada, treintañeros que en otros equipos se enfrentarían al declive, exyernos enchufados, cesiones inimaginables… Recurriremos a la semiesclavitud y a créditos usureros si hace falta para construir un nuevo estadio con una empresa sin credenciales en estas lides. Si se descubren irregularidades o fraudes en decenas de empresas subcontratadas, diremos que son incidentes aislados. Dará igual que paguen o no lo que corresponde a los trabajadores o a la Seguridad Social. Y ante cualquier crítica siempre diremos: “Peor lo han hecho los blancos, con su lata de sardinas gigante”.

Continuó Jan:

-Si es necesario que alguno de los tuercebotas que traigamos deje el club, o que lo hagan incluso los buenos que despunten, a poco que sus sueldos se disparen haremos lo que esté en nuestra mano para echarlos. Filtraremos sus salarios, haremos ver que no tienen más remedio que abandonar la institución. Cogeremos lo que nos den por ellos y volveremos a traer carne fresca para picar.

—¿Y NADIE SE DARÁ CUENTA?

—Lo mejor de todo esto es que los únicos que verán la verdad son los únicos a los que mis aficionados no creerán nunca. Madridistas —dijo, susurrando la palabra y alargando las eses como si le asquease siquiera tenerla en los labios—. Cada palabra que digan en contra dejará aún más dormidos a nuestros aficionados. El antimadridismo es otro sueño poderoso. Con el tiempo, si no sale bien, copiaré el modelo del Bayern y pasaré a tener una sociedad limitada financiada por nuestros acreedores o por algún país inundado en petrodólares. Por supuesto, conmigo como presidente. Después de tantos años adormilados, los aficionados sólo querrán nuevos fichajes, nuevas ilusiones. Y yo se las procuraré.

—VAS A CREAR UN CLUB DE SUEÑOS.

—Sólo si decide usted ayudarme, Su Somnolencia.

—HARÉ LO QUE PIDES, PERO TE ADVIERTO DE LOS RIESGOS. EN INGLATERRA YA ME CONSTRUYERON UN TEATRO Y HOY TIENEN SERIOS PROBLEMAS. TÚ ME PROPONES TODO UN TEMPLO. VOLVEREMOS A VERNOS. VETE.

Y Joan despertó.

Años después, mientras zapeaba en el sofá de su despacho, preguntándose a qué jugador de la cantera vender como la nueva gran estrella durante los seis meses siguientes, para exprimirlo y después malvenderlo, se sorprendió al ver que un gnomo de jardín disfrazado con la equipación de su equipo empezaba a inflar el globo que, sin él percatarse, había atado a su sillón.

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No le dio mucha importancia. Todo el mundo sabe lo bromistas que son los gnomos. Pero lo que en principio parecía un pequeño globo de cumpleaños terminó alcanzando dimensiones gigantescas. Tanto que derribó el tejado de su edificio y se lo llevó flotando. Joan no gritó ni se asustó. Imaginaba que se había quedado traspuesto después de una comilona y cuál sería su destino. Sus sospechas quedaron confirmadas cuando su sillón, tapizado en cuero negro, quedó depositado a pocos metros del gran trono del Señor de la Siesta. Su socio. Ahora ambos estaban sentados, frente a frente.

—Y BIEN, PRESIDENTE. ¿HA SALIDO TODO A NUESTRO GUSTO?

—Bueno. Creo que podría haber estado mejor. Últimamente me abandonan todos los directivos que ayudaron a construir el Sueño. Muchos son profesionales emperrados con la realidad que no entienden mi visión y se han buscado las castañas en otros proyectos. Además, nuestro entrenador ha dicho que se irá al finalizar la temporada. Pero si no hace un mal resultado en Champions y termina segundo en la competición nacional, quizá consigamos que se quede. Sería un alivio, la verdad. Un cuento de rehabilitación. Como te dije, es un maestro. Lo mismo es capaz de decir que lo mejor es su salida del club, o que la derrota debe acarrear consecuencias, que empeñarse en quedarse después de perderlo todo. Tenemos mucha suerte.

-¿Y LO DE LAS PALANCAS?

-Como nos ha funcionado regular, también hemos puesto en marcha la salida a Bolsa de uno de nuestros negocios en EEUU, pero la cosa no va tan bien como esperábamos. No es imposible que termine saliendo adelante, pero se nos echan encima los plazos. Y los jueces. Tampoco lo tenemos claro con las obras del estadio y hemos tenido que pedir a los vecinos que permitan ampliar los tiempos de trabajo para llevar la obra a un nivel piramidal. Por lo demás, nuestros jóvenes siempre han sido la materia de los sueños y están funcionando de maravilla. Tanto que a lo mejor puedo llegar a plantearme en el futuro no tener ni siquiera que hacer fichajes. Ni ganar nada. Ni hacer gran cosa, en realidad. Acabamos de conseguirlo y me están aplaudiendo por mantener al artífice. ¿Sabes qué puedo hacer? Decir que los fichajes que hagan mis principales rivales son malos porque “distorsionarán el vestuario”. Llevo ya unos días justificando nuestras derrotas, criticando ¡a los árbitros! Tienes que reírte.   Además, está habiendo un repunte del racismo en España y, por sorpresa, hemos conseguido que casi todos los medios culpen a una de sus víctimas en lugar de a los energúmenos que le insultan. Todo porque viste de blanco. No tardará en llegar la homofobia a atacar a otro de los jugadores. Y, en un entorno de antimadridismo compulsivo, he convencido a muchos aficionados de que existe algo llamado “madridismo sociológico”. ¡Cuando el Madrid está peleado con todos los poderes del fútbol mundial! Mis aficionados son lo mejor.

También insistiré mucho en que los vídeos que están viralizando los blancos, en los que se muestra a los árbitros trabajando duro para garantizar que el presidente de la RFEF cobre el bonus que le toca si mi equipo juega en la competición de Arabia, son una forma de “adulterar la competición”...

—PERO SI SU CLUB ESTUVO PAGANDO…

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—Nen, parece que te tenga que enseñar yo a ti el oficio. ¡Hay que hacer soñar! Enseñar la estampita. ¿Dónde está la bolita? Sacas a pasear unas cajas rojas y dices que tienen pruebas irrefutables de movidas, te inventas algo chungo del rival, dices que no quieres vender a ningún jugador, que buscas oportunidades en el mercado, sacas a relucir nombres imposibles, filtras mierdas al bufón, demandas a youtubers madridistas y mantienes vivo el sueño. Como además basta con que saquemos de titular tres partidos a cualquier canterano para que vaya a la Selección, podemos hacer crecer nuestro negocio y hacer soñar ¡a toda España! En los últimos dos amistosos he visto a influencers españoles encantados con los resultados del mismo seleccionador que aplaudió con entusiasmo a un acosador ¡después de rascar apenas una derrota y un empate! Es maravilloso.

—O SEA QUE QUIERES MANTENER NUESTRA COLABORACIÓN

—¿Mantenerla? Este es sólo el comienzo de una larga amistad. Nuestra alianza es el sueño con el que sueñan los sueños. ¿Qué es la vida? ¡Una ficción! ¡Una sombra! ¡Una ilusión! Que duermas bien, mi pálido amigo.

Y volvió a hacer una reverencia. Mucho más elaborada que la última. Florida, incluso. Tanto, que Morfeo se preguntó si aquella primera vez, años atrás, no habría fingido la torpeza para caerle en gracia.

Ligeramente alterado por la condescendencia del humano, y empezando a temer lo peor, con apenas un gesto de su mano, Sueño de los Eternos devolvió a su socio al sofá de su despacho. Desde allí, siguió tejiendo fantasías de gloria y dominación imaginarios con hilos azules y grana con los que atar a quienes velan.

Antes de atender otros quehaceres, Morfeo pensó por última vez en su nuevo testaferro. Sabía que estaba dominado por el deseo. Con ideas que parecían un delirio y que antes, seguramente, fueron una delicia. Más cerca de la desesperación de lo que parecía a simple vista, y siempre al borde de la destrucción, con un destino incierto. Había en él, como en todos los hombres, distintos aspectos de sus hermanos. Pero hasta que Teleute no lo acompañase de la mano a las Tierras sin Sol, su socio humano sería siempre, ante todo, una de sus criaturas. Un avatar del Sueño. Uno tan puro que, por un momento, por primera vez desde que la primera criatura del Universo soñó, el hombre que deja arena en tus ojos mientras duermes se preguntó si la persona con la que había hecho un oscuro pacto era real, otra venganza de Lucifer o si, sencillamente, no lo habría soñado todo.

Getty Images.

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