Dietario millennial de un Mundial de Clubes (II) | OneFootball

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La Galerna

·26 giugno 2025

Dietario millennial de un Mundial de Clubes (II)

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Viernes, 20 de junio

La alegría rojiblanca por derrotar al Seattle dura exactamente las horas que tarda el Botafogo en atrincherarse frente al PSG, logrando los tres puntos contra todo pronóstico, y echando virtualmente fuera al Atlético de Madrid. Resulta impresionante la creatividad sin límites que tiene el destino a la hora de provocar sus fracasos. Este año hemos visto varios ejemplos hors catégorie: del doble toque de Julián Álvarez han pasado a un triple empate con los campeones de Europa y Latinoamérica, cruelmente insuficiente para continuar en el torneo. Se tratará probablemente del único club del campeonato eliminado con seis puntos en su casillero.

Llegados a este punto, uno no sabe ya ni qué decir. Hay quien a menudo recurre a las sentencias bíblicas acerca del sufrimiento y la pobreza de espíritu para establecer alegorías presuntamente ocurrentes entre los colchoneros y los primeros cristianos. No puedo estar de acuerdo. En el Evangelio, los sufridos eran bienaventurados, pero yo conozco toda una generación de atléticos que —ellos, en el fondo, son dolorosamente conscientes— jamás van a heredar tierra alguna.


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Sábado, 21 de junio

De la misma manera que la vida es aquello que te sucede mientras te dedicas a hacer planes, mi sábado es la jornada de tránsito intermedia entre un concierto de Rigoberta Bandini y un partido de Sergio Ramos: dos madrugadas gloriosas, cada una a su modo. Ateniéndonos a lo puramente superficial, existe un hilo madridista que une a la Ribó con el Faraón de Camas, pero, a mi juicio, detenerse en algo así constituye algo demasiado burdo y forzado. Sobre todo, teniendo en cuenta que comparten un vínculo mayor —diría incluso que espiritual, si el término no estuviese pervertido—.

Si Rigoberta eclosionó con un ditirambo sobre la maternidad, el hijo de la Paqui construyó su mito en el Madrid abrazando un rol paternal: autoritario pero amable con los suyos, terrible y odioso para los adversarios. Insolente y poderoso, con el paso del tiempo aprendió a dosificar su ímpetu y aprovechar, además de sus arrebatos, también su calidad. La cual conviene subrayar: su trato de la pelota y su jerarquía se hallaban incluso por encima de su furia; así como las actuaciones de Paula encierran una meticulosidad que se puede apreciar más allá del halo aparentemente frívolo de su performance. Por supuesto, las aficiones respectivas adoran a ambos, con la dificultad añadida que esto tiene en el caso del madridismo. Al fin y al cabo, los fans de la Bandini se beben las letras en las que muestra su intimidad, mientras que, para algunos merengues, el abrirse en canal de modo tremendista, como hacía Sergio, suele dejar un poso de incomodidad.

Sin embargo, y a pesar de todo este esfuerzo voluntarista, no me veo capaz de atribuirle a Ramos una canción concreta de Rigoberta. No, su banda sonora va por otros derroteros. Sin duda hay arte y majestad, pero de otra forma.

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Domingo, 22 de junio

Me siento ante el televisor convencido de la necesidad de darle tiempo al proyecto de Xabi Alonso y a los siete minutos, tras la roja a Asencio, ya estoy temiendo una destitución como consecuencia de una eliminación temprana. Luego vienen los goles, que me devuelven cierta confianza en un Bellingham cuyo crédito estaba mermando mes a mes, y que me hacen consolidar el apodo de José María Gutiérrez, Güler, con el que me afanaré en bautizar a mi ojito derecho de la plantilla. Tras el tercero, directamente salgo al balcón, retador, dispuesto a encararme con cualquier vecino que se atreva a manifestarse como enemigo. Con el Madrid nunca puedo ser un adulto.

Lunes, 23 de junio

La crónica de la muerte anunciada del Aleti me pilla con todas las metáforas y chistes agotados en mis anotaciones previas sobre ellos. Hasta para eso son insoportables. De modo que, medio obligado por las circunstancias, elijo el Inter de Miami-Palmeiras, resignado a escuchar un nuevo torrente de adulaciones hacia Messi, quien juega de local en la cabina de los locutores aún más que en el estadio.

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Contra todo presagio, el encuentro se me hace más ameno de lo esperado. Supone el canto del cisne de esa clase de partidos tan propios de las primeras fases de un campeonato: divertidos para el espectador imparcial, ligeros, acaso un punto frívolos. Uno puede elegir apoyar a un contendiente u otro en virtud de razones tan peregrinas como el color de la camiseta o que uno de los delanteros te parezca simpático —o lo contrario—. Tras un breve instante de indecisión, me decanto por el Palmeiras como premio a la pintoresca estampa de su hinchada en Times Square del otro día: una impresionante marea verde que supuso el enésimo corte de mangas a esos críticos del Mundial que cada vez hablan más bajo, aplastados por la evidencia. El fútbol me devuelve mi generosidad con una semirremontada de dos goles que acaba mandando al Inter al matadero del PSG.

Martes, 24 de junio

Si el empate del debut del conjunto xeneize provocó el hacerme cruces con las barbaridades que puede llegar a proferir un ser humano, qué decir de lo que se escucha tras la culminación de la eliminación argentina frente a unos semiprofesionales neozelandeses. Prometo que no soy puritano ni mojigato, pero semejantes blasfemias aplanarían al mismísimo John Wayne. Jamás el nombre de un equipo se correspondió menos con su contexto: lo que sale de la boca de los aficionados no resulta en absoluto admisible para un júnior. Si el chiste les parece imperdonable, es sólo porque no oyeron las maldiciones que lo suscitaron.

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