La Galerna
·4 febbraio 2025
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El juez Aguilar llegó a su despacho algo más animado que en las semanas previas. “Bien”, pensó, “hemos terminado con una primera fase, los testigos de la defensa. Ya queda menos”. Tras un reparador puente en la masía familiar, llegaba ese martes con bríos renovados, como si, por primera vez en un largo tiempo, intuyera el final de este embolado en el que le habían metido, por culpa del cual, su nombre y a veces su cara aparecía en los medios de comunicación.
“Mandé a la cárcel al capo de aquella banda de narcos, condené a los tipos que encubrían a los etarras valiéndose de sus cargos en corporaciones locales, y nadie sabía casi nada de mí, y ahora me toca leer cada cosa...”. La jubilación está cerca, como le recordaba su mujer, aguanta un poco más. Para su desgracia y cabreo posterior, antes de entrar en la sala se le ocurrió mirar los mensajes de WhatsApp y encontró que uno de sus amigos le había enviado un enlace de un medio digital de hacía apenas cinco minutos: “El expresidente Joan Gaspart se ha presentado en el juzgado del caso Negreira. Acudirá como público a las vistas de esta semana”.
El juez no sabía bien quién era este individuo cuya cara aparecía en la pantalla del móvil salvo por algunas cosas que había leído en prensa ocasionalmente, pero el mismo amigo le dio otro dato: “Gaspart fue vicepresidente de la Federación de Fútbol y desde ese cargo dijo que perjudicaría deportivamente al Real Madrid hasta su muerte”. “Pues qué bien”, pensó el juez, “otro amante de la polémica, más periodistas, estupendo”.
Ya en la sala, el juez Aguilar esperó a que todos los comparecientes ocuparan sus asientos, se acercó al micro y pronunció:
—Señorías, comenzamos el turno de la acusación, puede proceder a citar a sus testigos.
En el banquillo de los acusados, Laporta carraspeó y se dirigió a Albert Soler, al cual tenía sentado a su derecha:
—¿Testigos, cómo va a haber testigos si aquí no pasó nada?
Albert Soler lo conminó con la mirada a que guardara silencio, lo cual fue imposible a lo largo de toda la sesión. El fiscal Estuardo ocupó el centro de la sala, se dirigió al jurado y, con su aparatosidad habitual, inició un breve discurso:
—Gracias, señor juez. Señorías, miembros del jurado. Durante las sesiones previas hemos visto pasar ante nosotros a una serie de testigos que trataban de justificar que aquí no pasaba nada, que los millones de euros que el Fútbol Club Barcelona desviaba al bolsillo del señor Enríquez Negreira (lo señaló con el brazo extendido), a través de facturas declaradas falsas por la Agencia Tributaria y emitidas a través de sociedades pantalla, no pretendían ningún favor arbitral, ni afectar a la neutralidad de la competición, pese a que el propio receptor de los pagos declarara en sede judicial que precisamente ese era su único objetivo. Hemos visto declarar a árbitros en activo, retirados, dirigentes del colectivo arbitral, y todos coinciden en que aquí no había nada anormal, pese a que todos ellos fueron beneficiados por seguir una línea… digamos arbitral, acorde con los gustos de los señores Enríquez Negreira, Sánchez Arminio y del club pagador, y pese a que los informes periciales también concluyeran de modo muy diferente. Pues bien, la acusación tiene prevista hoy la comparecencia de una serie de exárbitros que sí pueden cuestionar con pruebas y con argumentos lo expuesto en sesiones previas por sus exjefes y excompañeros.
(Para ahorrar tiempo al lector —mientras ganamos en diversión—, vamos a resumir la sesión y condensarla en el punto de vista de Joan Laporta, en sus reacciones a las palabras de los testigos de la acusación).
El primer testigo que pasó por los micrófonos fue José Luis Paradas Romero:
—Dejé el arbitraje en 2013 por las presiones del director técnico del Comité para el Fútbol Profesional, Manuel Díaz Vega.
Laporta se giró hacia Soler y le dijo:
—El amiguito de Mourinho, que se joda, bien está fuera de nuestro sistema, no lo queríamos, ¿recuerdas, José María? —golpeó levemente el hombro del vicepresidente del CTA, el cual le devolvió una mirada asesina.
El tono gutural del presidente del Fútbol Club Barcelona no ayudaba a que sus palabras resultaran inaudibles para buena parte de los asistentes a la sesión. El propio abogado de la defensa, Jorge Carlos Scotto, trató de reconducir su actitud con la mirada, mas el presidente, con el rostro algo enrojecido y la mirada vidriosa, no percibió el gesto.
—¿Qué tipo de presiones recibió? —preguntó el fiscal.
—El señor Díaz Vega me reprochó delante de otros compañeros que no hubiera expulsado al entrenador del Real Madrid, José Mourinho, en un partido en el Bernabéu. El entrenador me protestó de manera reiterada por una jugada y yo le mostré una amarilla, pero no quise expulsarlo, traté de contener su comportamiento, sin más.
—¿Cree que se estaba cuestionando su modo de arbitrar, como si el hecho de no perjudicar al Madrid pudiera condicionar su futura carrera en el arbitraje? —continuó el fiscal.
—Pues… podría ser —respondió el colegiado—, porque yo fui el único árbitro que expulsó a José Mourinho mientras entrenó en España, dos veces, de hecho, y en aquellas ocasiones obtuve unas buenas puntuaciones del comité. Le dije a Díaz Vega que lo primero eran mis principios y que no aceptaba presiones, lo cual no le gustó.
—¿Qué hizo entonces usted?
—Me fui a hablar directamente con el presidente del CTA, Victoriano Sánchez Arminio, y le dije que me veía obligado a dejar el arbitraje, así que ni siquiera me presenté a las pruebas físicas. Me sorprendió su actitud, comprensiva, amable, pero en ningún momento me pidió que reconsiderara mi postura o que entendiera las indicaciones de Díaz Vega.
Cada vez que se pronunciaba el nombre de Díaz Vega a Laporta, Rosell y Enríquez Negreira se les dibujaba una sonrisa de gozo. Un observador avezado habría advertido que la misma sonrisa se dibujaba en la cara de Joan Gaspart, solo que, en su caso, los colmillos que asomaban por su boca le otorgaban un aspecto siniestro.
—Un “pirao” menos —susurró Laporta—, no queremos a nadie con principios.
Cuando se anunció el nombre del siguiente testigo, Antonio Llonch Andreu, Laporta miró con incredulidad hacia ambos lados y luego, al abogado de la defensa, que se encogió de hombros. “¿Quién es este?”.
Se trataba de uno de los dos colegiados catalanes que arbitraban en primera a principios de este siglo, y su declaración se limitó a hablar de las presiones que recibía del Comité Técnico de Árbitros para influir en su arbitraje, presiones que lo llevaron a un hartazgo de tal magnitud que acabó por renunciar a su carrera en primera.
—Puesto que usted pertenecía al colegio catalán, nunca arbitró al club que pagaba los servicios del señor Enríquez Negreira, pero, con su gran rival, ¿tenía alguna estadística destacable?
—Bueno, el Real Madrid no perdió nunca conmigo en siete partidos, pero mi desencanto con el arbitraje viene por cómo manejaban el colectivo entre Sánchez Arminio y Gerardo González, que pretendían rearbitrar nuestras decisiones cada semana en los despachos de los comités federativos, y por ahí yo no estaba dispuesto a pasar.
Joan Laporta se inclinó hacia Soler y se tapó la boca con la mano, pero no lo suficiente como para evitar que se le escuchara:
—Pues si no querías hacer lo que te dictaran tus jefes, hiciste bien, ¡puerta!
El siguiente excolegiado que pasó por el micro de los testigos fue el asturiano César Muñiz Fernández.
—Anda —dijo Jan—, el “engominao” que se inventó el penalti a Pepe.
En el banquillo se situó el antiguo colegiado, que seguía gastando gomina en cantidades industriales, si bien, el color de su pelo había tornado a un gris más oscuro que el que mostraba en su época de colegiado.
— Gracias por venir hoy a testificar, don César.
—Encantado de poder hacerlo —respondió el exárbitro.
—No lo soporto —se escuchó decir a Laporta.
—Al César lo que es del César —Jaime Estuardo inició su interrogatorio—. Usted llevaba trece temporadas en primera división, internacional, premio Guruceta, se había mantenido temporada tras temporada y, díganos, por favor, al comienzo de la decimocuarta, en septiembre de 2013, ¿pasó algo que cambiara su trayectoria en el mundo del arbitraje?
—¡Pues claro que pasó! —vociferó Laporta, que se levantó de su asiento—. ¡Se inventó un penalti en el descuento para el Madrid, un robo!
Mientras el juez Aguilar golpeaba con su mazo pidiendo “orden en la sala” y “silencio”, Soler y Bartomeu trataron de sentar al presidente culé y lo tomaron por ambos hombros. “Un robo, otro más, como siempre”, masculló.
—Aviso al acusado de que a la próxima interrupción me veré obligado a imponerle una sanción por desacato a este tribunal. Esto no es una de sus ruedas de prensa, ni un bar en el que usted pueda comportarse como un energúmeno. Es mi última advertencia —tras una mirada fulminante, el juez Aguilar se volvió al testigo—. Prosiga, por favor.
—Pité un penalti a favor del Real Madrid en Elche. En el descuento del partido, que marchaba empate, y dicho penalti supuso la victoria del equipo visitante. Yo… en aquel momento me pareció ver un agarrón del defensa sobre Pepe , de varios segundos… y es lo que señalé. Posiblemente me equivoqué, pero pité con el convencimiento de lo que había visto en directo.
—¿Cuál fue la reacción de sus superiores en el Comité Técnico de Árbitros? —inquirió el fiscal.
—El presidente del Comité fue muy duro conmigo, en privado, y lo que más me dolió, en público. Llegó a decir que quizás había tenido algún problema familiar, algo que me despistó y que hizo que no me encontrara bien, en el momento propicio para arbitrar.
—¿Algo más? ¿Le pidió que cambiara de actitud?
—Fue un tanto desagradable. No solo dejó caer que podía tener problemas familiares, sino que, además, no me estaban saliendo bien las cosas, así que me pedía que mejorara.
—¿Se sintió represaliado en ese momento?
—Bueno, estuve seis jornadas en la nevera, sin volver a pitar un partido en primera hasta el mes de noviembre. Y además, se me dijo que no volvería a arbitrar al Elche, al Real Madrid, pero tampoco al Barcelona.
—¿Al Barcelona tampoco? —el fiscal dirigió su mirada al lugarteniente de Sánchez Arminio en aquellos años—. Curioso. Deduzco por sus palabras que sí hubo una sanción encubierta para usted tras equivocarse a favor del Real Madrid, el rival del equipo que estuvo pagando al vicepresidente del Comité de Árbitros durante diecisiete años.
—Júzguenlo ustedes, no me corresponde a mí hacerlo. Yo solo puedo decirle que, al acabar aquella temporada, fui descendido de categoría por tener la segunda nota más baja de todos los colegiados.
—Las notas. El índice corrector, nos suena todo esto —aseveró Estuardo.
—Protesto, señoría —interrumpió Scotto—. Está sacando conclusiones de algo que no ha dicho el testigo.
—Se admite —respondió el juez.
—De acuerdo, señoría. Plantearé la cuestión de otro modo, ¿cree usted que el señor Enríquez Negreira pudo influir en las puntuaciones que se le otorgaron a usted tras su error en Elche?
—No sabría decirle —respondió Muñiz Fernández—, a nosotros, los árbitros, todo esto de Negreira nos ha hecho mucho daño. Siempre hemos estado bajo sospecha y nos hace perder credibilidad. Nuestra relación con él era escasa. Nos reuníamos con él unas tres veces por temporada y en febrero nos explicaba cómo llevábamos la temporada, de acuerdo con sus informes.
—¿Es posible que no pintara nada, que no tuviera ningún papel relevante en el comité, como se ha dicho en esta misma sala en alguna de las testificales?
—Teníamos poco contacto con él y el diálogo era mínimo, nos informaba de nuestra situación y poco más, pero todos sabíamos que era la persona de confianza de Sánchez Arminio. Mire, el daño que ha hecho al arbitraje es irreparable, y solo pido que caiga todo el peso de la ley. Si es culpable, que lo pague —en ese momento, la mirada del exárbitro se giró hacia el banquillo de los acusados—. No es de recibo que estando en el Comité de Árbitros trabaje para otro club.
—Muchas gracias —concluyó Estuardo—. No haré más preguntas, señoría.
Mientras cambiaban los testigos y el banquillo pasaba a ser ocupado por Juan Manuel Brito Arceo, Joan Laporta aprovechó el ruido de puertas, sillas y comentarios de los periodistas, para decir a su derecha: “vaya colección que nos han traído hoy, ¡el que faltaba ahora!”. Enríquez Negreira se giró hacia Joan Laporta y torció el gesto.
El excolegiado tinerfeño comenzó contando los problemas económicos que había padecido, la inquina personal que hacia él manifestó el periodista José María García y la persecución a que lo sometió, el penalti que pitó en contra del Fútbol Club Barcelona en el Camp Nou, claramente fuera del área, y cómo fue el propio Enríquez Negreira quien le comunicó su descenso en el año 2000. En ese preciso instante, el abogado de la defensa, Scotto, miró hacia el público congregado, hacia la butaca de Joan Gaspart, quien le hizo un gesto con la mano sobre el cuello como para que cortara la intervención.
—Protesto, señoría —dijo Scotto con voz alta y firme—. El sumario se ciñe a los pagos acaecidos entre los años 2004 y 2018, y el descenso del testigo se produjo en años fuera de ese período, así como el penalti al que alude, que fue de mucho antes, no tienen nada que ver con el caso.
El juez Aguilar sopesó el argumento de la defensa y movió la cabeza con gesto de asentimiento, si bien, antes de que pudiera contestar, intervino el fiscal:
—Señoría, a lo largo de toda la sesión hemos tratado de establecer una correlación entre los errores en contra del Barcelona y el castigo inmediato a los árbitros, ya fuera en forma de descenso, pérdida de la internacionalidad, o reprimenda en público. El caso del testigo de hoy fue de los más…
—Señor Estuardo, nos ha quedado clara la línea de defensa de su argumentación, pero en modo alguno el testimonio del señor Brito Arceo puede aportar algo a la causa que nos trae a este juzgado. Se admite la propuesta y, salvo que el testigo tenga algo que decir sobre los hechos aquí juzgados, damos por desestimada su declaración. El jurado no tendrá en consideración la misma.
Se oyó un “bien” en el banquillo de los acusados y otro “que se fastidie el de los penaltis a cinco metros del área”. Scotto buscó con su mirada hacia Joan Gaspart, quien se frotaba las manos con un gesto que a más de uno de los periodistas presentes le recordó a Montgomery Burns.
—Aprovechamos la declaración del último testigo de la lista del fiscal —pronunció el juez— para hacer un receso de treinta minutos. Reanudaremos la sesión con los testigos presentados por la parte acusadora, por el club Real Madrid. Se levanta la sesión.
Tras el receso de treinta minutos, entró en la sala un testigo con cara de pocos amigos que fue anunciado como Alfonso Pino Zamorano. La abogada del Real Madrid, Luisa Ramírez, los miraba sin decir nada, pero se le entendía todo en la mirada.
El exárbitro mostró un tono algo áspero durante toda su declaración, como si estuviera incómodo con la comparecencia:
—En el Comité Técnico de Árbitros se premiaba la fidelidad a Sánchez Arminio y a Ángel María Villar —comenzó—. Es un cortijo, como la Federación de Villar. En ocasiones se comportaban como una organización criminal. O estás conmigo o estás contra mí, así ejercían su control sobre los árbitros. Hace unos años López Nieto hizo unas declaraciones contra Villar y en una reunión de árbitros nos pasaron un texto en su contra porque querían echarlo del cargo. Estábamos sentados juntos Pérez Lasa, Daudén Ibáñez y yo. Ellos no lo firmaron, yo al principio tampoco lo iba a firmar, pero al final me asusté y firmé el texto. Y si te negabas a firmar escritos de apoyo a alguien, o de repulsa o rechazo de acuerdo con lo que te indicaban, iban a por ti. Los árbitros que se negaban veían automáticamente rebajada su posición en el ranking.
—¿Cómo era posible, no había unas puntuaciones que eran controladas por otra comisión independiente dentro del propio CTA? —preguntó la abogada.
—A ver, existía el "índice corrector". O el dedo índice corrector, como lo llamábamos nosotros. Y ahí manejaban todo entre Sánchez Arminio y los suyos. A Pérez Lasa, que iba a ser árbitro internacional, cuando acabó la temporada, dejó de serlo, y en su lugar metieron a Velasco Carballo. Arturo Daudén Ibáñez, que era top class y podía hasta pitar una final de Champions, lo bajaron a Segunda. Eso lo he vivido yo, no me lo ha contado nadie.
—¿Y ese dedo índice corrector, de quién era, de Sánchez Arminio?
—Evidentemente —respondió Pino Zamorano.
Luisa Ramírez se giró hacia el jurado y pronunció en voz alta y clara:
—Sánchez Arminio, cuyo brazo derecho, el que revisaba y comunicaba las puntuaciones a los colegiados era (extendió su brazo derecho hacia el banco de los acusados) el señor Enríquez Negreira. No haré más preguntas, señoría.
Al contrario de lo sucedido con los anteriores testigos, con los que el abogado de la defensa había aparentado indiferencia, cuando no desprecio, en esta ocasión Scotto sí se acogió a su derecho a interrogar al testigo:
—Señor Pino Zamorano, solo una cuestión: ¿alguna vez se ha sentido presionado para influir en los resultados de un partido de fútbol?
—Yo no. Yo soy militar de carrera y para mí, dos más dos son cuatro, y si algún día alguien me hubiese dicho que tiene que ganar uno u otro, le puedo asegurar que lo hubiese denunciado.
—Muchas gracias por su respuesta. No haré más preguntas, señoría.
Gaspart, Rosell, Laporta, Bartomeu… todos ellos sonrieron con la última respuesta. Mientras Scotto volvía a su asiento, al pasar frente al jurado, quiso dejar una última frase:
—Lo que demuestra que no se influía a los colegiados en sus arbitrajes, que el índice corrector es más un mito o leyenda urbana que una realidad.
—Protesto, señoría —interrumpió Luisa—. Solicito que se elimine esta última frase del sumario, el testigo ha dicho claramente que existía ese índice corrector y que el arbitraje era controlado con mano de hierro por la cúpula del CTA.
—Se admite —contestó el juez—. Se trata de una conclusión del abogado de la defensa, no de un testimonio del testigo.
—Gracias, señoría —continuó la abogada—. Si se me permite, señor juez, tenemos un último testigo en esta sesión que vendrá a hablarnos de ese férreo control y de la posición de dominio del señor Enríquez Negreira sobre el comité de árbitros. La Fiscalía llama a declarar a don Gonzalo Panadero Martínez.
Laporta miró a su alrededor con extrañeza, como si no ubicara bien al testigo, pero solo encontró gestos de desconocimiento entre su bancada. Sin embargo, su mirada se cruzó con la de Joan Gaspart, quien lo miraba con los ojos muy abiertos y le hacía el mismo gesto del dedo sobre el cuello: “corta, corta”.
El testigo era un hombre de unos setenta años de edad, de complexión delgada y, como apreciarían los espectadores poco después, con un fuerte acento de Albacete.
—Señoría, miembros del jurado —comenzó la inquisitiva abogada—, a lo largo de la mañana hemos escuchado testimonios de testigos que fueron castigados por no pitar de acuerdo con los gustos de sus superiores, hemos escuchado el funcionamiento del dedo índice corrector y las presiones que se sometían a los colegiados y, además, hemos sabido que el control del Comité Técnico de Árbitros se ejerce con mano de hierro y prácticas casi de organización criminal. Y en las organizaciones criminales, como sabrán ustedes, el que paga por unos servicios (se giró hacia la bancada de los acusados) obtiene lo que ha comprado.
Entre el público, una joven que había estado sentada cerca de Joan Gaspart logró acercarse al abogado de la defensa y le entregó un papel doblado escrito por el “Mejor presidente de la historia del Barça”… para el Madrid. Scotto lo abrió, lo leyó y se puso en pie:
—Señoría —interrumpió—, solicitamos que sea denegada la declaración del presente testigo, pues dejó de ser árbitro de Primera División en el año 1995, una etapa muy anterior a la investigada en esta causa. Como se ha hecho ya con uno de los testigos presentados en esta interminable mañana.
—Señoría —Luisa Ramírez se anticipó con habilidad a la deliberación del juez—, el testimonio de nuestro testigo de hoy es de vital importancia, pues viene a poner en entredicho los argumentos esgrimidos por la defensa durante la presentación de sus testigos. El señor Panadero Martínez estuvo muchos años ligado al arbitraje, es un gran conocedor de cómo se gestaron los núcleos de poder en el seno del comité de árbitros en los noventa y principios de siglo, el funcionamiento dirigido de la Federación y, además, podrá rebatir lo que aquí dijeron testigos de la defensa, como los señores Ángel María Villar o Medina Cantalejo. Y además, un extra que para la parte acusadora resulta vital: nos ayudará a aclarar el papel del acusado Enríquez Negreira en el entramado.
El juez Aguilar se quedó pensativo durante unos segundos. No tenía claro qué hacer y estaba agotado. Podía decir que estaba fuera de lugar e irse a casa, pero le sacó de dudas lo que vio: el gesto interrogatorio de Joan Laporta hacia Gaspart, así como las indicaciones de este hacia Scotto, quien, en lugar de mirar hacia el juez, estaba girado y tratando de interpretar lo que Gaspart le decía. “Sea lo que fuere lo que tenga que decir y lo que estos quieren ocultar”, pensó el juez, “creo que no nos hará ningún mal escucharlo”.
—Solicitud denegada. Puede proceder con el interrogatorio.
“Es indignante”, murmuró Laporta, “¡los tentáculos del madridismo!”. La abogada animó a su testigo a que comenzara con lo que tenía que contar:
—Enríquez Negreira y la Federación llevan desde los años noventa trabajando a favor de los intereses de FC Barcelona.
—¡Protesto! —interrumpió de nuevo Scotto—. ¡Los años noventa! El caso que aquí se juzga comienza en 2001, no tiene nada que ver con el expediente.
El juez se dirigió con la mirada a Luisa:
—Señoría —respondió—, el caso que aquí se juzga comienza, efectivamente, con los pagos acreditados a partir de 2001, pero, en palabras del vicepresidente del propio Fútbol Club Barcelona, Albert Perrin, miembro de la directiva del acusado Joan Laporta, los pagos comenzaron mucho antes, ya en la época de Núñez y de Joan Gaspart, a quien, por cierto, vemos hoy por aquí entre el público (tras estas palabras, Gaspart intentó hundirse en su asiento y se apoyó la mano en la cara como para ocultarla en parte). Tratamos de acreditar la formación de este entramado, la estrecha unión Barcelona-CTA-Federación, precisamente con el señor Gaspart como nexo, y de paso, desmontaremos las falacias vertidas en sede judicial por varios de los comparecientes.
—Protesta denegada. Continúe.
“Indignante, brrrl…”. Lo de siempre, dicho por el de siempre.
—Continúo entonces —retomó Panadero su intervención—. El Fútbol Club Barcelona puso al señor Enríquez Negreira en su cargo en el Comité Técnico de Árbitros, precisamente con la idea de no ser “perjudicados”. De ese modo, los azulgrana consiguieron ayudas que no alcanzaba el Real Madrid, que no estaba en la Federación, y lo sabían todos los clubes. El Barcelona tenía una indudable influencia en la Federación durante el mandato de Villar.
—¿Y eso se tradujo en algún tipo de beneficios sobre el terreno de juego? —continuó la parte acusadora.
—Totalmente. Es demasiada casualidad que se produjeran determinados errores en favor del Barcelona y demasiados errores en contra de sus rivales. Por ejemplo, contra uno de los mayores rivales que tuvo esos años, el Deportivo de La Coruña. En la temporada 1999-00, el entonces SuperDepor iba líder destacado, y de repente comenzó a tener una serie de arbitrajes desfavorables que se tradujeron en pérdida de puntos: una expulsión en Mallorca, un gol injustamente anulado en Los Pajaritos, en Soria…
—¿Y contra el Fútbol Club Barcelona, contra el equipo que pagaba al señor Negreira y que había logrado colocarlo en esos puestos de relevancia?
—Yo siempre dije que había algo más que accidentes o casualidades en lo que le ocurría al equipo coruñés. Cuando fueron a jugar al Camp Nou, les pasó de todo: la expulsión de Mauro Silva, totalmente desproporcionada, y en la última jugada, un penalti no pitado. Si la memoria no me falla, de Bogarde a Djalminha. Todo el que sepa mínimamente de fútbol sabe que aquello no fueron casualidades.
—¿Cree usted que el sistema puso al árbitro conveniente para ese partido y que este ejerció su trabajo de forma tendenciosa?
—El sistema sabe a quién elegir para estos partidos, y los árbitros saben cómo deben actuar si quieren seguir por mucho tiempo en el sistema. El colegiado de aquel encuentro fue Luis Medina Cantalejo. No se me olvidará nunca cómo lo denominó el entrenador del Deportivo de La Coruña por aquel entonces: “El mejor defensa del Barcelona”.
—Y como miembro fiel del sistema, actual presidente del Comité Técnico de Árbitros —concluyó Luisa Ramírez—. Pitas a favor del sistema, asciendes. Mantienes tu criterio, tienes que dejarlo. Señoría, miembros del jurado, la acusación quiere aportar una prueba más al proceso (se acercó a su mesa, sacó una foto de una carpeta y la mostró al jurado y al resto de la sala).
“El gol con la mano de Messi”, se oyó en el murmullo general. “Golazo, la mano de Dios”, se escuchó a Laporta.
—El escándalo no fue que este gol, un tanto que pudo suponer una Liga en perjuicio de mi representado, subiera al marcador. El escándalo fue que se premiara a su árbitro con la final de Copa a los pocos días. Este era el sistema del señor Sánchez Arminio, cuyo brazo ejecutor era el señor Enríquez Negreira, quien actuaba aleccionado por la suculenta prima que recibía del Fútbol Club Barcelona. No haré más preguntas, señoría.
Como la defensa tampoco quiso interrogar al testigo, el juez Aguilar levantó la sesión, se quitó las gafas y se frotó entre la nariz y el entrecejo. Estaba agotado. Pino Zamorano, Brito Arceo, Panadero Martínez, Paradas Romero, más todos los de la sesión anterior, convenientemente nombrados por sus dos apellidos. En ese preciso instante recordó aquel chiste que le envió un amigo cuando supo que le habían asignado este caso: “les insultan tantas veces, que ponen los dos apellidos para demostrar que sí tienen padre conocido”.
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