
La Galerna
·2 Juni 2025
Mi inocencia murió con Negreira

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·2 Juni 2025
La frase se la leí a Jesús Bengoechea en lo que antes se llamaba Twitter. Algunos le respondían acusándole de coñazo y aguafiestas (“¿Qué tiene que ver Negreira con seguir disfrutando del fútbol?”). Otros ampliaban la perspectiva temporal del desencanto (“Mi inocencia murió en Tenerife”).
No es justo comparar. En Tenerife —los dos tenerifes— todos imaginamos que algo chungo había ocurrido, lo seguimos imaginando. Utilizo el verbo imaginar porque no hay pruebas fehacientes de compra de ninguno de los dos partidos. Hay CASI pruebas: un jugador del Madrid (Milla) declaró que habían intentado comprarle por medio de un ex compañero del Barça; el presidente culé Núñez (qepdsp) estuvo en la cárcel por intentar sobornar a inspectores de Hacienda, ¿cómo pensar que no compró árbitros? Son evidencias, pero no pruebas en firme. De lo de Negreira, en cambio, hay facturas que obran en poder de la justicia, documentos que hablan a gritos de una “corrupción continuada” (juez Aguirre dixit) y la confesión del propio vicepresidente del CTA: “Me pagaban por neutralidad arbitral”. Asco infinito.
Podemos viajar en el tiempo, hasta comienzos de los noventa, para encontrar cosas raras que nos hacen albergar sospechas que se antojan muy fundadas, pero las evidencias, las auténticas evidencias, llegan con la revelación Negreira. Allí las sospechas se tornan certezas. Es el 11S del fútbol. Todo se desmorona y el aficionado siente que toda su ilusión durante un mínimo de 17 años ha sido en balde, porque la suerte estaba echada cuando parecía estar dirimiéndose. Había quien jugaba con red. ¿Que jugaba muy bien? Y qué. También Armstrong ascendía divinamente Alpe D’Huez, y seguramente habría sido un gran ciclista sin doparse. El tema es que el doparse, o sea, la red, lo invalida todo. Varias de esas ligas las perdió el Madrid por unos pocos puntos. Es el mayor latrocinio en la historia del deporte mundial.
las auténticas evidencias llegan con la revelación Negreira. Allí las sospechas se tornan certezas. Es el 11S del fútbol. Todo se desmorona y el aficionado siente que toda su ilusión durante un mínimo de 17 años ha sido en balde, porque la suerte estaba echada cuando parecía estar dirimiéndose
El FC Barcelona pagó durante un mínimo de 17 años a la cúpula del CTA para asegurarse una tendencia arbitral favorable. Aunque lo dejaron prescribir, el crimen está ahí. No habría hecho falta que sus pagos surtieran efecto para que esto fuera un crimen, pues está tipificado como “delito de mera actividad”, pero todas las evidencias conducen a la conclusión de que fueron fructíferos (repásense las chocantes decisiones arbitrales en videos del periodo 2001-2018). El Barça pagaba al jefe de los árbitros para que este condujera a sus subordinados por el “buen camino”. Considerando que Negreira definía cosas como los ascensos y las internacionalidades, que tenían una repercusión directa y muy sustancial sobre el sueldo percibido por los trencillas, el plan era endiabladamente inteligente, y te eximía del engorro de ir con sobrecitos árbitro por árbitro. No compraron árbitro por árbitro. Compraron la institución.
La revelación de todo esto aniquila la inocencia. El fútbol es lo que nos permite volver a ser eventualmente niños, pero no hay niñez sin creer en la limpieza de la competición. A partir del conocimiento de toda esta podredumbre, nuestro acercamiento al fútbol (como madridistas, pero lo mismo debería suceder a todos los amantes del deporte, sea cual sea su filiación) sufre un cambio radical.
Ahora, nuestra aproximación al bello (pero ya no) juego está inevitablemente teñida de escepticismo. Llegamos a él desde el cinismo, desde el descreimiento, abatidos ante su probada manipulación y por tanto desmotivados como espectadores del cotarro. Y es inevitable que el escepticismo se extienda más allá del período probado en el caso Negreira (2001-2018) y para temas diferentes del arbitral.
La revelación de todo esto aniquila la inocencia. El fútbol es lo que nos permite volver a ser eventualmente niños, pero no hay niñez sin creer en la limpieza de la competición
“Dejadlo ya, Negreira ya no está ahí”. En efecto, Negreira ya no está. Pero su última apelación conocida ante la cúpula culé (“Puedo ayudaros con el VAR”) extiende hasta nuestros días la sombra de la sospecha si la combinamos con las numerosas y extravagantes decisiones del VAR contra el Real Madrid en las últimas temporadas. Los arbitrajes —de VAR y de campo— siguen siendo tan chocantes como los del periodo negreiril, y los actuales mandatarios arbitrales (Cantalejo, Clos Gómez, Undiano) eran hombres de Negreira y conspicuos brazos ejecutores sobre el campo de la tendencia impuesta por su jefe. ¿Cómo no concluir que el sistema sigue podrido, ya sea vía la continuidad de los pagos a otra(s) persona(s), ya sea vía odio de la institución al Madrid por ser el único club que denuncia y persigue sus tropelías, sin que A y B sean excluyentes? No creo que pensar así sea conspiranoia. De serlo, no obstante, sería la conspiranoia más comprensible y menos reprobable, sabiendo lo que sabemos y conociendo también la ominosa impunidad del crimen.
Todo son sospechas de trampas, y es inevitable tras saberse lo de Negreira y no hacer absolutamente nadie absolutamente nada al respecto. Las palancas fraudulentas, las inscripciones truchas. Para terminar de exacerbar la desconfianza, un Barcelona pasmosamente incansable en el plano físico se destaca también por una puesta en escena llena de vendas en las muñecas. Se desatan las habladurías y ellos, sin ofrecer ninguna explicación, sí ofrecen en cambio posts en Instagram y celebraciones de goles en los que se jactan de la polémica que han creado. ¿Le están diciendo al mundo “Nos da igual lo que penséis”? ¿O es más bien un “Sí, nos dopamos, os jodéis”? En el actual contexto, todo es posible.
La inocencia murió con Negreira. Como ejemplarmente sintetizaba Salva Martín, ya hemos sorprendido a nuestros padres poniendo los regalos y seguimos preparando el agua de los camellos.
¿Y cómo no pensar que lo es? Hubo una época en que te tenías que callar la boca ante arbitrajes dantescos porque estaba muy feo despertar sospechas en el sistema. Luego (Negreira) se vio que las sospechas eran fundadísimas. ¿Estaría feo ahora albergar estas otras sospechas? O mejor: ¿es factible no albergarlas? Ha habido dopaje arbitral, financiero e institucional. ¿Es descabellado pensar también en el dopaje propiamente dicho? Atestiguando además la insolencia de quienes están en el foco, ¿no se ven alimentados los recelos?
Y así, de manera inexorable y tristísima (créasenos: preferiríamos no saber, preferiríamos no sospechar), lo vemos todo ahora. No hay poder humano sobre el mundo que pueda borrar nuestro colérico escepticismo, como no hay instancia sobre el planeta que pueda acusarnos de albergar pensamientos sin base.
Seguir siendo espectador apasionado de este deporte se ha tornado imposible. Seguir viviendo con ilusión el madridismo, tarea inalcanzable. La inocencia murió con Negreira. La limpieza de la competición son los Reyes Magos de Oriente. Como ejemplarmente sintetizaba Salva Martín, ya hemos sorprendido a nuestros padres poniendo los regalos y seguimos preparando el agua de los camellos.
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