La Galerna
·19 Desember 2024
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Ser del Madrid y sufrir es como comprarse un Ferrari y respetar los límites de velocidad. O sea, una cosa o la otra. Ya saben: o multa o bronca, señor agente. Pues no. El madridismo avinagrado, que tiene una vis expansiva que ríase usted de la del derecho de propiedad, es la constatación de que la contradictio in terminis es consustancial al ser humano, incluso en esa versión más elevada de la especie que es la madridista. Pero no deja de ser sorprendente. Darse un paseo por tuiter en día de partido es un viaje a los bajos fondos de la condición madridista. Insultos, improperios, profecías apocalípticas… un surtido florilegio de los más variados escarnios, vituperios y juramentos en hebreo, en sánscrito e incluso en español, que algún tuitero hasta lo escribe con aseo.
Que los partidos del Real Madrid hay que verlos sabiendo que vamos a ganar se me antoja una verdad indiscutible. Insisto: no confiando en que vamos a ganar, sino con la certeza de que va a ser así. No hay otra forma razonable de hacerlo. Es verdad que en alguna ocasión -las menos- tal certidumbre no se materializa en victoria (fútbol es fútbol, que decía Boskov), pero la inmensa mayoría de las veces se muestra acertada. Especialmente cuando el equipo se pone detrás en el marcador; o sea, cuando el vinagre rebosa tuiter y acaba apestándolo todo. Nunca el Real Madrid es más Real Madrid, nunca su victoria es más inevitable, que cuando todas las probabilidades están en contra. Estarán conmigo en que es más inteligente sentarse tranquilamente a disfrutar del espectáculo de ver al Real Madrid restablecer una y otra vez el orden universal, que arañarse la pelota como un Guardiola cualquiera vaticinando el fin de los tiempos a la primera ocasión que falle Mbappé. Puede que haya ocasiones en que las esferas celestes tarden un par de jornadas en reajustarse, pero siempre, siempre acaban haciéndolo. La historia del Real Madrid es la prueba irrefutable de esta ley universal.
Pues que si quieres arroz, Catalina. El vinagrismo no se aquieta nunca. El vinagrismo no aprende nunca. El vinagrismo celebra la victoria como propia y la derrota como una ocasión de dar rienda suelta a su inagotable bilis. En la victoria son cargantes, fastidiosos e inoportunos con su pesimismo maleducado, lenguaraz y catastrofista antes de, y con su euforia amnésica con posterioridad a. En la derrota son directamente insoportables, tóxicos y apestosos en las dos definiciones que al término le atribuye la RAE. Si las Sagradas Escrituras afirman eso de que son dichosos los que creen cuando nadie más lo hace, porque de ellos será el Reino de los Cielos Madridista, bien podría haber añadido don Alfredo nuestro señor que más dichosos son los que aguantan a los madridistas vinagre, porque quien sea capaz de honrar su madridismo pese a compartir afición con semejantes especímenes tiene asiento reservado a la derecha de don Santiago Bernabéu.
Madridismo vinagre. Toma, Moreno, que diría el muñeco Rockefeller. Hay que joderse con el oxímoron. ¿Realmente son compatibles madridismo y vinagrismo? ¿Es posible esa yuxtaposición de conceptos antitéticos, o realmente ambos chocan con tal violencia que la cosa se descoyunta y el madridismo queda esparcido por el suelo, hecho añicos? Es una reflexión que, me atrevo a sugerir, el vinagrismo podría hacer si no estuviera demasiado ocupado en anunciar constantemente el fin del mundo entre denuestos e invectivas. Siempre y cuando, claro está, se demuestre equivocada la escuela de pensamiento que niega al madridismo vinagre una mínima capacidad de raciocinio, escuela que de momento concita la adhesión de la doctrina mayoritaria y más autorizada.
Acaso, para facilitarles las cosas, podríamos apuntar a nuestros queridos vinagres que reparen en que ninguno -repito: ninguno- de nuestros rivales dan la victoria frente al Real Madrid por segura, incluso aunque cuenten con una sustanciosa ventaja en el marcador, hasta que suena el pitido final (y aun entonces se pellizcan para comprobar que no ha sido un sueño). Es decir, creen -a su pesar- en el Real Madrid más que los propios vinagres. Como es poco probable que estos últimos sean capaces de emular a Groucho y decir aquello de que “nunca sería aficionado de un club que me admitiera como socio”, tendremos que ser los madridistas sanos los que afirmemos que hemos superado la contradicción marxista (rama Groucho, que decía mi amigo Nacho Faerna): nosotros sí somos aficionados de un club que admite a los vinagres como socios. No es pequeño mérito.
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