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La Galerna

·16 April 2025

La Historia llama a la puerta

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Soy un ganador con alma de perdedor. Invariablemente, he sido pesimista cuando el equipo ha llegado a una final. Ya conté aquí que en mi más tierna infancia sufrí como un perro y lloré desconsoladamente cuando Alan Kennedy quebró los sueños de grandes y pequeños, cuando llevaban quince años soñando con ganar la Séptima Copa de Europa, en 1981.

Cuando llegó, ya la pude ver en mi propia casa. No quise estar con nadie. Yo sólo con mi negatividad. Confiesen, cuando llegan momentos que sabes que quedarán impresos de forma indeleble en tu memoria, para bien o para mal, hasta el más racional de los mortales tiene sus manías.


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Cuando Mijatovic depositó el balón en la red con la zurda, permanecí inmóvil. Estaba completamente desbordado. Overflow emocional. No recuerdo muy bien qué pasó después, pero pocas veces he sentido una emoción semejante. Comparable a eventos familiares de importancia en la vida. El ser humano es un complejo contenedor de ángeles y de demonios, de sensaciones y de pensamientos incontrolables.

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En ocasiones posteriores siempre temí revivir la horrible experiencia de derrota en una final. Todo pasa y todo llega, diría el poeta. Pero el Real Madrid no es poesía, es metafísica. Y llegaron la Octava, con la media verónica de Raúl sobre Cañizares; la Novena, con la imborrable estampa del jugador más elegante que ha nacido en la Tierra colocando el balón en la escuadra de Hampden Park; la Décima... qué decir del minuto 93 y ver a Modric poniendo la música, la letra y a Ramos castigando cien años de mediocridad atlética. Allí estaba Carlo. El bueno y honesto Carlo, con todos sus defectos y con sus inconmensurables virtudes para esto del fútbol, que tanto amamos.

La tiranía del Real Madrid en Europa que comenzó en 2014 coincidió con la suerte de ser amigo de José Francisco y de su familia madridista, que me permitió tener una presencia continua en el Bernabéu durante los años siguientes. Nunca se lo agradeceré lo suficiente. Me proporcionaron días de felicidad infantil, la despreocupación de asistir al Bernabéu para ver ganar cada quince días. Disfruté de ver a Marcelo y a Isco dominar la banda izquierda, la superioridad de Ramos, Pepe, Carvajal. La CMK en todo su esplendor... Benzema en modo gregario y al mejor delantero de todos los tiempos reventar todos los registros goleadores. Ajenos en nuestra inocencia al hecho de que el rival estaba comprándose LaLiga año tras año, nos dedicamos a coleccionar Champions.

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La remontada de 2016 contra el Wolfsburgo me mostró por primera vez lo que es el Bernabéu en ignición. En liga no es igual, ni siquiera en un clásico. Estuve en trance siguiendo el partido con atención enfermiza. No recuerdo ni celebrar los dos primeros goles. En el minuto 77 se produjo una falta en la frontal. El rumor del estadio fue como un ser vivo. Todo el mundo sabía lo que iba a suceder. "Ahora", clamó la grada. Ronaldo ejecutó una falta anómala, con un bote alto, sin potencia, sin gran efecto, pero la pelota se coló junto al palo. No hacía falta más. Es difícil explicarlo. Otra vez la emoción, esa emoción que te congestiona los sentidos. El orgullo de ser el Real Madrid. Y Zidane en la banda. Qué más se podía pedir.

La prórroga en cuartos contra el Bayern en 2017 fue dramática. Lewandowski nos había amargado ya la noche. El mejor Bayern de la historia: Lahm, Alonso, Robben, Alaba, Müller, Vidal... Neuer hizo un partido estratosférico, sacando balones imposibles a Cristiano, a Asensio, a Carvajal. Tuve la certeza de que en una eventual tanda de penaltis caeríamos. Ronaldo lo arregló entre el final de la primera parte de la prórroga y el inicio de la segunda, recibiendo y marcando después de dos prodigiosas asistencias de dos defensas: la de Ramos para un control con el pecho y fusilamiento a Neuer dentro del área y la de Marcelo, que le puso un centro para empujar el gol definitivo. Asensio redondeó un 4-2 engañoso. El madridismo empujó como un vendaval.

Los nombres de esas noches permanecen. Las imágenes, imborrables de la retina. Rodrigo y Vini ya están en la historia de las remontadas recientes. Nos falta Kylian en ese álbum. Podría ser hoy cuando nos deje una foto para recordar siempre.

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El debate de si el equipo juega a algo... de si tal o cual jugador está apático... otro día analizamos eso. Ahora toca creer. Contra la Juve en 2018 hicimos un extraordinario partido en Turín y una penitencia en el Bernabéu que duró 97 minutos y que terminó con un claro penalti a Lucas en el añadido que la militancia zombificada del antimadridismo interpretó desde la frustración (recuerden aquel pobre niño atlético llorando a la salida de un derbi en el Metropolitano: "es que ellos ganan siempre..."). Sufrimos, jugamos mal, pero ahí estaba el Bernabéu, con un murmullo en cada recuperación: "vaaamos", con estruendo ante cada falta del rival: "eeeehh", con pitos a cualquier sobreactuación del árbitro. Una caldera hirviente que rebosa por todos lados. La presión se siente en el pecho, en las sienes. En este campo de estrellas hay algo sobrenatural. La fuerza de una mente colectiva. Una energía que potencia a los nuestros y que debilita al rival.

Cómo explicar lo sucedido con el Chelsea, PSG, Manchester City. Puede durar cinco, diez, veinte minutos. Lo suficiente. Como en Matrix, los nuestros empiezan de repente a ver el código, a parar las balas con las manos, detienen y aceleran el tiempo y el espacio para desconcierto general. Courtois, cien kilos de portero, saca una mano o un pie con sentido arácnido. Los rivales lo perciben. No lo pueden entender, pero contemplan atónitos el fenómeno. No saldrán vivos para contarlo. La grada empuja, celebra como un gol el alargue, una recuperación. Son las puertas del manicomio abiertas en plena noche. Son los niños que vinieron de todas partes del planeta queriendo vestir esta camiseta, impelidos por los que la vistieron antes, reproduciendo lo que tantas veces hemos visto: la fe en la victoria, el equilibrio en un mundo injusto, la luz en medio de las tinieblas. Es la Historia llamando a la puerta.

Hacedlo una vez más por nosotros, por los que ya no están y por los que vendrán después.

¡Hala Madrid!

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