
La Galerna
·12 Juli 2025
La década prodigiosa ya acabó

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·12 Juli 2025
El miércoles por la noche, en Nueva York (bueno, en East Rutherford), no solo caímos eliminados del Mundial de Clubes, no fue una simple derrota deportiva, ni siquiera una de esas frustraciones modernas que se disipan con un fichaje de relumbrón o un vídeo motivacional en redes. Lo que ocurrió en el MetLife Stadium fue más profundo, más definitivo. Fue una Epifanía colectiva: nos dimos cuenta, de pronto, que la década prodigiosa había terminado. Y no por la puerta grande, precisamente, sino con un portazo de realidad.
El PSG nos borró del mapa. Así, sin paños calientes, lo hizo sin necesidad de florituras, sin el más mínimo titubeo, como quien ejecuta una orden natural. Dos fallos garrafales en defensa, en los diez primeros minutos, nos dieron la puntilla definitiva. No hubo lugar para la épica, no hubo sensación de peligro, no hubo, siquiera, ese conato de agitación madridista que a veces aparece por arte de mística cuando las cosas pintan negras. Esta vez no, esta vez pintaron bastos desde el minuto uno, y se quedaron bastos hasta el pitido final.
Porque en medio de la impotencia, de la frustración y de la derrota, se produjeron dos despedidas que duelen más que el propio resultado. Dos adioses silenciosos, casi elegantes. Luka Modric y Lucas Vázquez disputaron sus últimos minutos con la camiseta del Real Madrid. El croata y el gallego, la batuta de oro y el comodín eterno, el genio y el currante, dos caminos distintos que acaban juntos, en una misma estación de leyenda.
Dos fallos garrafales en defensa, en los diez primeros minutos, nos dieron la puntilla definitiva. No hubo lugar para la épica, no hubo sensación de peligro, no hubo, siquiera, ese conato de agitación madridista que a veces aparece por arte de mística cuando las cosas pintan negras
De Modric ya se ha dicho todo, pero nunca será suficiente. Llegó en silencio, con cara de perdido y apellido que parecía errata. Lo señalaron como el peor fichaje del año (42 millones para tapar vergüenzas, ¿se acuerdan?). Se fue convirtiendo en el mejor centrocampista del mundo, partido a partido, hasta hacerse invisible. Porque ese fue su mayor mérito: hacer fácil lo imposible, convertir cada pase en una línea de poesía, cada control en una sinfonía de compás. Lo ganó todo, absolutamente todo y no cambió nunca, ni una pose, ni una palabra de más, ni un desplante, ni un gesto feo, sólo fútbol, sólo entrega, sólo Real Madrid. Seis Copas de Europa le contemplan, el récord de títulos ganados con la camiseta blanca y el honor de haber sido, con 39 años y 303 días, el jugador más veterano en vestir la camiseta del Real Madrid.
Lucas, en cambio, fue la hormiga obrera. El que nunca se quejaba, el que salía del banquillo y cumplía, el que jugaba de lateral, de extremo, de lo que hiciera falta, el que celebraba los goles del equipo como si fueran propios, aunque los hubiese visto desde el calentamiento, el que no pidió focos, pero se los ganó, el que sobrevivió a todas las limpiezas de vestuario y fue testigo de todos los títulos, el que jamás bajó los brazos. En su haber, cinco entorchados europeos más otra infinidad de títulos, el sueño de cualquier futbolista
Se van los dos, y con ellos se va algo más que talento o compromiso. Se va una forma de entender el madridismo, una forma de vivirlo desde la excelencia y desde la entrega, desde la gloria y desde la humildad. Son el símbolo perfecto de una era que ha sido, sencillamente, la mejor de nuestras vidas.
Porque no hay que tener miedo a decirlo: lo que hemos vivido estos diez años ha sido inverosímil, una anomalía histórica, una locura sostenida por el talento y la fe. Seis Copas de Europa en diez años. Repito: seis, como si tal cosa, como si eso fuera normal, como si la Copa de Europa fuera un torneo de verano.
De 2014 a 2024, el Real Madrid ha sido el epicentro del fútbol mundial. Hemos ganado finales de todas las maneras, agónicas (Lisboa), en la tanda de penaltis (Milan), sufriendo (Londres), dominando (Cardiff, Paris), contra todo pronóstico (Kiev), pero ganándolas. Hemos resucitado eliminatorias muertas, hemos sometido a equipos que parecían inabordables y lo hemos hecho gracias a una generación irrepetible, un alineamiento cósmico de talento, personalidad y jerarquía que no volverá a repetirse en nuestras vidas.
Cristiano Ronaldo, Karim Benzema, Luka Modric, Toni Kroos, Casemiro, Sergio Ramos, Marcelo, Keylor Navas, Courtois, Nacho, Carvajal, Bale, Di María, Vinicius, Rodrygo, Bellingham y sí, también Lucas. Todos ellos fueron parte, en un momento u otro, de esta década mágica que ahora llega a su fin. Una década que no se mide en títulos, sino en noches inolvidables, en abrazos, en lágrimas, en gritos, en goles imposibles, en remontadas de leyenda, en miradas al cielo con los brazos abiertos.
Hemos resucitado eliminatorias muertas, hemos sometido a equipos que parecían inabordables y lo hemos hecho gracias a una generación irrepetible, un alineamiento cósmico de talento, personalidad y jerarquía que no volverá a repetirse en nuestras vidas
Y ahora, ¿qué? Ahora toca entender que esto no se repite. Que la última vez fue hace setenta años con los Di Stéfano, Gento, Puskás y compañía, que esto no se da por generación espontánea, que no se trata de fichar a otro Modric o a otro Cristiano, porque no existen, no se trata de repetir una fórmula mágica, no se trata de fichar a este o aquel jugador emergente que suena en la prensa o en las redes, no se trata de vituperar el entrenador más laureado del Real Madrid de todos los tiempos y traer a un Mesías que nos lleva otra vez a la gloria, sino de construir una era nueva, desde otro lugar, desde otro tiempo.
Ahora toca asumir, sin miedo, que no somos el mejor equipo del mundo. Y que no pasa nada, lo fuimos nada más y nada menos que durante una década y lo volveremos a ser, porque del Real Madrid no es que renazca, es que nunca se va. Pero ahora mismo no lo somos, ni en juego, ni en jerarquía, ni en plantilla. Tenemos una base excelente, sí, tenemos talento, juventud, proyección, pero no tenemos el empaque, no tenemos el aura, no tenemos, aún, la madurez de los campeones, y eso no se compra. Se forja.
Este equipo necesita tiempo, necesita equivocarse, necesita partidos como el del miércoles para entender qué es el Real Madrid y qué no es. Necesita líderes nuevos, nuevos códigos, nuevos ritos y nosotros, como madridistas, como club, como institución, necesitamos acompañar ese proceso sin exigirle a este olmo que nos dé las peras de Cristiano.
Volveremos, claro que sí. Porque el Real Madrid no es una era: es una certeza. No es una generación: es una obsesión. No es una moda: es una maldición divina que nos condena a levantarnos siempre. Pero esta vez tendremos que hacerlo sin la red de seguridad de los de siempre, sin la magia de Luka, sin el martillo de Cristiano, sin el metrónomo de Kroos, sin el carácter de Casemiro, sin los goles y la calidad de Benzema. Esta vez toca construir desde cero. Como en el 2000. Como en el 2009. Como tantas veces.
Y lo haremos, porque si algo nos ha enseñado esta década prodigiosa es que el Real Madrid no muere nunca, sólo duerme, sólo se toma un respiro para volver con más fuerza. Y mientras tanto, nosotros estaremos aquí, levantando la copa de la memoria, brindando por Luka, por Lucas, por todos, por todo.
Y cuando volvamos a ganar, porque volveremos, miraremos atrás y entenderemos que este final amargo no fue una derrota. Fue un prólogo.
Me despido con la frase de mi amigo Javi. Ser del Real Madrid es lo mejor que una persona puede ser en esta vida… ¡Hala Madrid!
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