
En un momento dado
·18 Juni 2025
Joan García y el pacto de Valdés con Pep

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·18 Juni 2025
Víctor Valdés fue el mejor portero de la historia del Barça aunque durante mucho tiempo no quiso ser guardameta. Al catalán lo obsequiaron con un don que él no había pedido y, como una condena, tuvo que responder ante él incluso contra su voluntad. Víctor quería ser uno más, pero ponerse los guantes le marcaba una diferenciación que él sentía como una separación. Como una distancia. Había diez jugadores de campo y un portero, y él, bajo palos, quedaba al margen del resto. Su relación con la portería, y hasta el desarrollo de su carrera, bien puede resumirlo un episodio de su infancia, cuando el niño Víctor Valdés tomó la decisión de abandonar el fútbol: Viendo por la televisión un torneo infantil de verano en el que participaba el que hasta hacía poco había sido su equipo, con los que hasta hacía poco habían sido sus compañeros, Víctor otra vez volvió a sentir el deseo de formar parte de lo mismo. Y volvió. Por no sentirse uno más había dejado el fútbol, para sentirse uno más decidió regresar, y siendo uno más se convirtió en el mejor de su estirpe y en un modelo para los que vendrían después.
Con la Champions de París ya a su espalda, sellada con la noche más icónica de cuantas contó su trayectoria, el de L’Hospitalet empezó a disfrutar realmente la portería a las órdenes de Pep Guardiola. Con el de Santpedor, Víctor firmó un pacto: Guardiola lo convertiría en uno más, de tal modo que los guantes no fueran una limitación, sino un privilegio. Él podría tocar el balón con las manos, pero no a cambio de todo lo que hacía el resto, sino además de todo lo que hacía el resto. No podría menos, podría más. En este acuerdo, eso sí, Víctor tendría que dar algo a cambio. El precio a pagar: que desde entonces las tareas estrictamente de guardameta se volvieran más complejas. Más adelante entraremos en ello. Valdés no lo dudó y asumió su parte del trato encantado. Al tiempo que se transformaba en un portero fusionado con el juego, no sólo fue capaz de sobrevivir a las nuevas dificultades de su oficio, sino que las tomó como un impulso para ser mejor en todo. No fueron un peaje, fueron un trampolín.
A quienes vinieron después, no obstante, el pacto ya les vino dado. No tuvieron la opción de aceptarlo o no. El acuerdo entre Guardiola y el portero se dio en un equipo cuyo impacto influyó enormemente en la manera como en adelante se vería el fútbol y a quienes lo practicaran. Los porteros del futuro no serían como Víctor, pero sí serían, irremediablemente, porteros después de Víctor. Su implicación en el juego ofensivo de sus equipos sería superior, y en consecuencia se moverían más. »Hoy los porteros corren entre uno o dos kilómetros mas por partido que antes», resumía Frans Hoek. Curiosamente, o quizá justo por esto, los guardametas que recientemente más diferencias han marcado bajo palos lo han hecho moviéndose menos. En la Liga española, con la salvedad del Ter Stegen de la 22-23, la tendencia ha sido clara: Oblak, Courtois, Mamardashvili o Joan García han sobresalido parando para equipos cuyo modelo de juego les ha reclamado alejarse de su portería menos que al resto.
Y es que, a lo largo de los últimos años, estar en constante movimiento, abandonando si hace falta la portería, le ha sumado complejidad al oficio de guardameta especialmente en dos aspectos. El primero tiene que ver con la colocación en relación al arco, es decir, a la dificultad que entraña tener referenciados los tres palos y la ubicación del portero en relación a ellos, en un futbol que los invita a alejarse, fijando la referencia en el balón y el juego de ataque. El segundo gira alrededor de los apoyos, y a cómo un mayor desplazamiento por el área implica, también, una mayor probabilidad de que en el momento del disparo el cancerbero no tenga los pies sobre el césped para poder impulsar el salto inmediatamente. Un portero que se mueve menos es más fácil que esté bien colocado en la portería y con los dos pies en el suelo. Si además tiene las condiciones físicas y los reflejos de Joan García, el contexto es perfecto para un impacto como el que ha tenido este curso el portero del Espanyol.
Joan es un portero de envergadura, pero con una gran potencia en el despegue y la reacción. Llega rápido y a cualquier ángulo. Cuando está erguido va al suelo a gran velocidad, y cuando su posición es baja se propulsa hacia arriba con suma facilidad. Es grande y se hace grande. En relación a las dificultades de los porteros modernos que se mencionan más arriba, dos particularidades. Joan García es un guardameta que no ha desterrado los saltos previos a la estirada. Ese recurso que abrazan algunos porteros a modo de activación previa con el que se arriesgan a no tener los pies sobre el césped en el momento del chut. Joan no esquiva este riesgo, pero lo suaviza gracias a su facilidad para acompasar los tiempos de sus saltos previos con el tiempo del disparo del delantero. Su capacidad para ajustar el último apoyo con el momento del impacto es muy grande. La segunda particularidad es que el ya ex-espanyolista es uno de esos porteros que priorizan el apoyo a la colocación. Los que, asumiendo el enorme peso de ambos conceptos, si tienen que elegir prefieren ganar medio segundo que ganar medio metro.
»La prioridad del portero es cometer el menor número de fallos posible, y esto tiene que ver tanto con la colocación como con el posicionamiento de los pies, pero si tuviera que fallar alguna de las dos cosas creo que es más importante tener los pies apoyados. Si no tienes un buen apoyo, por muy buena que sea tu colocación, no vas a poder reaccionar. En mi carrera ha habido situaciones de colocación equivocada que he podido solucionar con un buen apoyo y potencia de piernas. El apoyo es la base para poder tener una reacción. Si no tienes apoyo o estás desequilibrado es muy complicado tener una buena respuesta», Andrés Palop. -¿Medio metro o medio segundo?-
Teniendo en cuenta que su nuevo destino, el Barça de Hansi Flick, lo situará en un contexto diferente en el que su radio de acción será mucho mayor y en el que tendrá que gestionar distancias mucho más grandes, es un buen comienzo. Su principal aval a la hora de adaptarse al cambio, sin embargo, será su personalidad, esa que en su día lució Valdés y que, como Víctor, Joan deja entrever bajo palos pero también en su valentía en los uno contra uno y saliendo a los pies del rival. Se trata de un guardameta extraordinario bajo palos, pero que no por eso deja de ser un portero que también para corriendo hacia el delantero. Reduciendo el tiempo, la distancia y el ángulo del disparo adelantando la posición con agresividad. Entendiendo que si bien los reflejos son su mejor arma, hay situaciones que mejoran con otro tipo de solución.
También será distinto para él el contexto con balón, pues como culer se le pedirá una implicación en el inicio de la acción jugando la pelota con los pies que como blanquiazul no ha tenido. Donde sí ha sido importante ofensivamente en el Espanyol y casa mucho y bien con el alma del Barça de Flick, es dando ritmo a las transiciones defensa-ataque poniendo en juego el balón con la mano. Después de una atajada o, sobre todo, de descolgar un balón aéreo, Joan se activa muy rápidamente en ataque para correr hacia el límite del área grande y buscar con la mano a un compañero descolgado que pueda salir a la contra, a la espalda de un rival sin tiempo para recuperar las posiciones defensivas. Con los pies tiene visión para el desplazamiento lejano y personalidad para asumir responsabilidades tocando en corto, pero a lo largo de los próximos meses deberá mejorar la tensión del golpeo en lo primero y la velocidad en lo segundo. A partir de hoy Joan García ya es uno más. En el Barça él podrá tocar el balón con las manos, pero no a cambio de todo lo que hace el resto, sino además de todo lo que hace el resto.
– Foto: David Ramos/Getty Images
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