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La Galerna

·21 mai 2024

Special mentality

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Esta semana se ha acabado la Premier y también el contrato de Raphael Varane con el Manchester United, antaño grande de Europa y hoy reconvertido en un vertedero industrial de lujo. El equipo ha acabado octavo como si se tratara de un Luton cualquiera a pesar de contar con dos multicampeones de Europa en su once titular. Varane y Casemiro se marcharon a Old Trafford en plenitud de facultades, vino madurado en la barrica del Madrid de las cuatro Copas de Europa en cinco años. En el caso de Casemiro, el brasileño llegó allí con cinco anillos en sus manos y portando la vitola del mejor medio defensivo del mundo, por no decir de la historia del fútbol mundial.

Ahora que el madridismo vive con el corazón encogido esperando si Modric y Kroos renovarán un año más o el de Wembley será su último partido con la camiseta blanca (algo me dice que lo que pase esa noche tendrá una influencia decisiva en su decisión) me he acordado de los grandes jerarcas que se fueron y en cómo, para despedir a Varane, leí a muchos hinchas mancunians en Twitter alabar su special mentality.


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No sé lo que dirán acerca de Casemiro pero lo último que vi de uno de mis jugadores favoritos de siempre en el Madrid me pareció un gag de Benny Hill: fulanos de un equipo indeterminado de la Premier League pasando por su lado como si fueran Messi con veinticinco años y él trotando despreocupadamente por el verde igual que si saliera a correr por la mañana en sus vacaciones de verano. No quise ni quiero ver más porque soy un sentimental y cuando futbolistas que han corrido tanto mundo junto a uno se van del Madrid prefiero, para no sufrir, hacer como si se hubieran muerto. Eso y que, por qué vamos a mentir, el fútbol es un verdadero coñazo y más allá de los partidos del Real este juego, como todos los deportes, es insufrible y repetitivo.

El Real Madrid es un planeta con unas condiciones ambientales y atmosféricas que transforman el año de vida terrestre en diez. Puede que en eso consista el secreto de su éxito

Con el frame de Casemiro y los tuits de aficionados del United elogiando la special mentality de Varane me quedé pensando en el abismo que separa al Madrid de todos los demás. Asombra comprobar cómo futbolistas que salen del Bernabéu como superestrellas y leyendas de este juego terminan, en uno o dos años, reducidos a una caricatura de sí mismos. Varane y Casemiro han ido a Manchester a asegurarse un bonus dorado para la jubilación y sin embargo hace un par de años eran imprescindibles para ganar Copas de Europa.

En el Madrid, el rendimiento que ambos han ofrecido en Inglaterra sería motivo de reprimenda tumultuaria a la salida de los entrenamientos en Valdebebas, lo que antaño se llamaba, en castizo, correr a gorrazos. Kroos y Modric, por ejemplo, que son más viejos y llevan más kilómetros encima, siguen jugando a un nivel único en el mundo, hasta el punto de que la media hora de sabiduría y grandeza que tiene aún el croata en las botas vale por toda la trayectoria de Neymar, Haaland y Mbappé, y de que Kroos esté regalándonos el mejor fútbol de su carrera justo cuando esta parece llegar a su fin.

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Considerando que Casemiro formó parte, junto con estos dos, del mejor centro del campo de la historia del Real Madrid, y que de eso no hace aún ni dos temporadas, yo empiezo a preguntarme si el quid está en la naturaleza prodigiosa de estos futbolistas o, en cambio, en el ecosistema propio del club.

El Real Madrid es un planeta con unas condiciones ambientales y atmosféricas que transforman el año de vida terrestre en diez. Puede que en eso consista el secreto de su éxito. Los demás se pueden cambiar el color de la camiseta, como el Leeds United, y jugar también de blanco, pero el entorno gravitacional madridista es el que crea formas de vida irrepetibles que conmueven y enmudecen al mundo. A lo mejor el nivel de exigencia tanto física como mental es tan salvaje que cuando los futbolistas abandonan la disciplina blanca dejan en la puerta la capa de superhéroe y vuelven a ser personas normales, de carne y hueso. Pues cuando el Madrid entra en trance hasta las flaquezas de sus jugadores son armas potenciales con las que encontrar la victoria. ¿De qué otro modo explicar que el chico impasible que fue suplente en el Valladolid y a duras penas portero titular en Segunda con el Oviedo, le parase un penalty a lo Panenka al magnífico mediocentro del City que había empezado la eliminatoria poniéndolo en ridículo?

A lo mejor el nivel de exigencia tanto física como mental es tan salvaje que cuando los futbolistas abandonan la disciplina blanca dejan en la puerta la capa de superhéroe y vuelven a ser personas normales, de carne y hueso

La historia del Madrid es la de unos hombres, a veces normales, a veces extraordinarios, casi siempre una mezcla de ambos, que creen en un destino compartido y sublime. Creen en ello de manera obsesiva y se lo toman como una cuestión de vida o muerte porque todo lo relacionado con este club está envuelto en un sentido de trascendencia que es obvio hasta para un niño de cinco años. Imagino que salir del Madrid debe sentirse como aterrizar en la Tierra después de haber pisado la Luna. Nada es igual, nada puede ya serlo. ¿Cómo se motiva uno después de haber sido el rey del mundo? Después del Madrid sólo queda ganar dinero, que es algo tan vulgar que puede hacerse en Inglaterra, Miami o Arabia Saudí.

Todos, hasta Cristiano, han parecido, con otra camiseta, jugadores menores, inferiores al resplandor infinito que dejaban a su paso por los campos de Europa vestidos de blanco. Eso lleva a admirar todavía más a Modric y Kroos, dos partículas elementales de la divinidad. Fuera del Real habrían sido extraordinarios jugadores de época. En el Madrid, que es, como decía el crítico don Modesto de Madrid para la tauromaquia, la Capilla Sixtina del balompié, los dos han escrito la Enciclopedia de esta tragedia representada por veintidós hombres en manga corta y una pelota de cuero: Modric como el papa y Kroos como el papa negro. Casemiro, que fue el Secretario Cardenal de ambos sumos pontífices, es la última prueba viviente de que el fútbol empieza y acaba en Chamartín. Lo demás, por mucho que les joda a los antis, es otra cosa.

Getty Images.

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