
La Galerna
·24 juin 2025
Soccer

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El Mundial de Clubes no empezó, como pasa con el resto de competiciones, hasta que debutó el Madrid: lo de antes siempre son prolegómenos y tanteamientos más o menos divertidos, casi siempre poco más que entretenidos. Tiene muy mala pinta este torneo, para los madridistas y para todos los demás aficionados al soccer. Hace un calor insoportable en Norteamérica y los estadios están vacíos, apenas pobladas sus gradas de árabes horteras que sólo tienen dinero y de ególatras adictos al Instagram y a los directos de TikTok. Se ven unos primeros planos dignos del Dante, gente agarrándose las camisetas, que parecen gitanos en una boda, a punto de partírselas, y chillándoles a las cámaras, enardecidos, como si fueran presa de algún delirio psicotrópico…
Eso, sin embargo, no es lo peor, sino el fútbol, que brilla, precisamente, por su ausencia. Todos los defectos clásicos de los torneos importantes de las selecciones nacionales se agravan aquí, pues las plantillas, que casi no se han ido de vacaciones todavía, están compuestas a medias de gente que acaba de llegar y de quienes van a durar en ellas dos telediarios.
Al espectáculo infumable se le suma la cultura del país anfitrión. El fútbol es ontológicamente incompatible con los Estados Unidos de América, con su histriónico sentido del entretenimiento y del show, tan antisolemne y concebido únicamente para la masa espectadora que se hace fotos y grita cual quinceañera en un concierto.
Del debut del Madrid, propiamente dicho, se extrae la conclusión de que al equipo, esencialmente, le falta soccer por un tubo. Y eso que en el segundo partido, contra el Pachuca, la cosa mejoró algo, se vio cierta velocidad, buenos contragolpes, juego al primer toque. El problema de fondo, sin embargo, es el mismo que lastró la última temporada, de la que esta Copa del Mundo es una extraña coda. Por lo que naturalmente no se puede decir nada de Xabi Alonso, que lleva aquí diez minutos y al que le quedan muy bien los polos de manga corta.
El Mundial de Clubes no empezó, como pasa con el resto de competiciones, hasta que debutó el Madrid: lo de antes siempre son prolegómenos y tanteamientos más o menos divertidos
El Madrid sigue pésimamente diseñado y sin uno, o varios, guías de juego es probable que vuelva a despeñarse. Con lo que Alonso, como antes de él Benítez y Lopetegui, será invitado a coger las de Villadiego por la misma dirigencia del club que, a tenor de lo que se lee en la prensa, le dice que no es necesario ningún playmaker porque con lo que hay, sobra.
De momento, son sólo especulaciones. Pero se adivinan cosas. El mejor metrónomo que tiene el equipo es, por ahora, Huijsen, un chaval con una pinta estupenda, notable planta y un primer pase hacia adelante muy interesante. El centro del campo, con Tchouaméni, Valverde y Bellingham, tiene la agilidad y el dinamismo de la cúpula de Génova 13, y el mejor defensa de la cantera con el que cuenta el entrenador, Asencio, hace pensar por momentos en que La Fábrica es tan productiva como la energía fotovoltaica.
Menos mal que Gonzalo está redimiendo, en parte, el fútbol base del Madrid: de una estirpe de cantaores, bailaores, toreros y hebraístas sevillanos, hacía tiempo que no se veía un chico con tanto fútbol en la cabeza y que lo muestra, además, con plena y sencilla naturalidad. Sus movimientos son de nueve modernísimo y, al mismo tiempo, de delantero canónico, puro y antiguo. Si afila el cuchillo y logra definir de cara a gol con la misma facilidad con la que combina al toque y se desmarca, estaremos ante un jugador de futuro.
De los nuevos, ninguno tiene hechuras de creador de juego propiamente dicho. Lo cual es un quilombo puesto que, según dicen, Franco, Mastantuono, juega donde Rodrygo; quien, de tan abstracto como se está volviendo, se parece cada vez más a los paisajes submarinos de Cadaqués que pintó Dalí y que ustedes pueden contemplar en el Reina Sofía. Lo más esperanzador en este asunto sigue siendo Güler, pero es tan delicado y tan poca cosa que imaginarlo fijándose noventa minutos en la media cuesta tanto como pensar en el duque de Alba cavando zanjas en un olivar.
Si Gonzalo afila el cuchillo y logra definir de cara a gol con la misma facilidad con la que combina al toque y se desmarca, estaremos ante un jugador de futuro
La papeleta es difícil de solventar y de las que comprometen la viabilidad de un proyecto. Ya hay quien propone, incluso, usar a Trent Alexander Arnold como pivote. A imitación, supongo, del experimento aquel de Guardiola en su Bayern con Kimmich. Trent, desde luego, tiene un toque de balón exquisito, pero me temo que, simplemente, sea sólo un lateral, un carrilero con proyección en todo caso, a pesar de que en la sobrevaloradísima Premier League se haya llevado toda la vida escuchando que es el mejor del mundo. El propio Xabi debería abominar de esta clase de inventos. Recuerdo que él mismo, en su etapa de futbolista en el Madrid, tuvo que compartir centro del campo con un lateral izquierdo, Coentrao, y un defensa central, Pepe. Aquellas fueron ocasiones contadas, sin embargo, en las que Mourinho tuvo que recurrir a trucos de emergencia.
Ahora, en cambio, de lo que se trata es de que el Madrid halle alguien capaz de llevar el compás del equipo, nada menos. Es decir, de un cinco sobre el que levantar una estructura permanente. Pero la pregunta es, sobre todo, si hay dinero en la caja para comprarlo. Quizá la casilla del Excel destinada a esa inversión lleve el nombre de Tchouaméni, en quien algún iluminado de la dirección técnica vio en su día un nuevo Patrick Vieira. Quiera Dios que ese no sea el caso, pues de otro modo se podría decir que el proyecto Xabi Alonso ha nacido muerto.
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