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·8 octobre 2024

Roberto Bolaño y la literatura nazi en Boca Juniors

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Se sabe que Roberto Bolaño fue hincha del Ferrobadminton, un club fantasmal, desaparecido hace siglos, que en algún momento llegó a jugar en primera con una camiseta amarilla, atravesada por una franja negra que fue modificándose con las campañas, y que, para el poeta chileno, fue la más bonita que jamás se ha visto en el fútbol patrio. Lo que no se sabe con tanta certeza es si Bolaño vio algún partido de su amado club en el Estadio San Eugenio, durante su infancia, antes de que se disolviese definitivamente a finales de los sesenta.

Lo que sí se sabe, porque Bolaño lo contó en alguna ocasión, es que en su infancia le detuvo un penalti a Vavá, quizás el más literario de la historia del fútbol. Sucedió en pleno Mundial chileno, en Quilpué. La selección brasileña, una de las más temidas de la historia, se hospedó en Villa Retiro, un hogar de menores donde los futbolistas solían jugar al futbolín con los muchachos en sus ratos libres. Ya nunca sabremos si aquel penal fue una fantasía más de Bolaño, aunque poco importa: en realidad, lo verdaderamente importante es que, sucediese o no, en sus propias palabras aquella fue la mayor hazaña de su vida.


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Se sabe también que Bolaño solía mantener interminables llamadas telefónicas con amigos y colegas de profesión, antes de enfrentarse a la soledad de otra noche de escritura. Es fácil imaginárselo descolgando el teléfono, encendiendo un cigarrillo y llamando a Gamboa o Villoro, para hablar de un libro desconocido que lo había deslumbrado o sobre el último asesino en serie que copaba los titulares de las noticias. Es bastante probable que, en una de esas charlas, les hablase de su dislexia o de su lamentable condición de futbolista en la infancia o de que siempre le había parecido infinitamente más interesante un autogol que un vulgar gol. Quizás charlaron de todo eso mientras ultimaba su cuento ‘Buba’, recogido en Putas asesinas, que Bolaño dedicó precisamente a Villoro. En ese relato mezcló Copas de Europa y magia negra africana para contar la trayectoria futbolística en el FC Barcelona de Acevedo, quien en un momento dado afirma: “El fútbol es extraño”.

No tanto, por supuesto, como la buena literatura. Ni mucho menos como la vida. Los dos ingredientes principales de su novela La literatura nazi en América.

MEMORIAS DE UN HINCHA INSATISFECHO

Lo que ya no es tan conocido es que la relación de Roberto Bolaño con el fútbol no termina ahí. En La literatura nazi en América, el narrador chileno reconstruyó las biografías alucinadas de los dos poetas del fútbol por antonomasia de Sudamérica: los fabulosos hermanos Schiaffino. Ítalo, el mayor; Argentino, alias el Grasa, el menor, ambos de Boca hasta la médula, lectores voraces, poetas irredentos, hinchas fervientes de la barra brava que demuestran que, para Roberto Bolaño, el fútbol fue un tema tan literario como las putas, el porno, la metaliteratura o la ciencia ficción.

“De familia humilde”, presenta Bolaño al mayor, “en su vida sólo hubo dos pasiones: el fútbol y la literatura”. Así arranca la biografía de Ítalo quien, con apenas 14 años, se enroló en la barra brava Enzo Raúl Castiglioni, una de las muchas que, a principios de los sesenta, aglutinaban a los hinchas de Boca. No tardó mucho en alcanzar la jefatura. Y en componer su primer poema, 300 versos dedicados a los jóvenes hinchas de Boca, y un manifiesto: cinco páginas donde “exponía la situación del fútbol en Argentina” que rápidamente se convirtió en lectura obligatoria entre los más fieles de la barra. Años después publicó El Camino de la Gloria, 45 poemas que ensalzaban la vida y goles de los mejores jugadores de la historia de Boca. Y fundó la revista trimestral Con Boca, donde publicaría Las Memorias de un Hincha Insatisfecho, textos donde fingía ser hincha de River Plate para verter comentarios jocosos sobre jugadores y seguidores del club rival bonaerense.

Lo que sí se sabe, porque Bolaño lo contó en alguna ocasión, es que en su infancia le detuvo un penalti a Vavá, quizás el más literario de la historia del fútbol

Su momento de gloria, no obstante, llegó en 1978. “Argentina gana por primera vez una Copa del Mundo y la barra brava lo celebra en las calles convertidas para la ocasión en un corso mayúsculo”, relata Bolaño. Ese año publicó Brindis por los Muchachos, un poema alegórico donde Ítalo dibujó un país unido como una barra brava que lucha por un destino común. Ese poema, al fin, concitó la respuesta unánime de la crítica. Le ofrecieron un trabajo en una radio deportiva, un contrato en un periódico especializado en fútbol, sin embargo, el mayor de los Schiaffino pronto regresó a la barra: prefirió ser el jefe de los muchachos de Boca que trabajar como un mísero empleado.

Murió como un hincha insatisfecho de un ataque al corazón, en 1982, mientras por la radio pasaban uno de los últimos partes de guerra de las Maldivas. Su legado, no obstante, no quedó en el olvido. Su hermano pequeño Argentino, alias El Grasa, recogió su testigo y llevó la poesía futbolística a otro nivel.

No en vano, el menor de los Schiaffino fue comparado con Rimbaud, Dionisio Ridruejo, Baldomero Fernández. “Y sus amigos personales”, escribe Bolaño, “en cartas a los periódicos de Buenos Aires, lo ensalzaban como la única figura civil comparable a Maradona”.

RECUERDOS DE UN BARRA BRAVA IRREDENTO

Argentino heredó las tres grandes pasiones de su hermano mayor: el fútbol, Boca y la poesía. Su primera aproximación a la literatura balompédica se tituló Estamos hasta las pelotas, un ataque sin ambages al estatuto arbitral, al que acusó, entre otras cosas, de parcialidad, mala condición física y consumo habitual de sustancias estupefacientes. Pero, sin duda, su obra magna fue El Concilio de los Presidentes, donde abordó un tema que le preocupó hasta el final de sus días: la pérdida de autoridad del fútbol criollo ante el fútbol-total europeo; problema al que él mismo buscó salida en su siguiente publicación, Soluciones Satisfactorias, donde “propone como respuesta latinoamericana al fútbol-total la eliminación física de los mejores exponentes de éste, es decir el asesinato de Cruyff, Beckenbauer, etc”.

A estas dos radicales publicaciones les siguieron unos años de silencio. Y de especulaciones sobre su vida: un trabajo en un taller clandestino, viajes en autoestop por la Patagonia, escuadrones de la muerte, un enloquecido estudio sobre la Historia de América, consumo de drogas psicotrópicas; “pero la verdad”, dice Bolaño, “es que ni un solo domingo deja de aparecer junto a la barra de su hermano, en donde cada vez goza de mayor predicamento, en el feudo de Boca o en campo contrario, animando como el que más”. Durante el Mundial del 78, El Grasa al fin reapareció en la arena literaria con Campeones, libro que se agota en dos semanas. Y al que siguió un nuevo silencio hasta el siguiente Mundial, en 1982. “Tras la derrota sufrida por la selección argentina frente a Italia es detenido en un hotel de Barcelona como presunto autor de un delito de agresión con intento de homicidio, robo y desorden en la vía pública”, relata Bolaño.

En La literatura nazi en América se reconstruyen las biografías de dos poetas hinchas de Boca, los fabulosos hermanos Schiaffino, que demuestran que, para Bolaño, el fútbol fue un tema tan literario como las putas, el porno, la metaliteratura o la ciencia ficción

Tras unos meses en La Modelo, regresó a Buenos Aires, donde fue aclamado como nuevo jefe de la barra. Fue entonces cuando publicó Recuerdos de un Irredento, cuentos donde evocó el fútbol de su infancia en un barrio obrero, el potrero, la amistad, a través de cuatro pibes que se autodenominan Los Cuatro Gauchos del Apocalipsis. A este libro lo siguieron años de silencio, y de más especulaciones: un inesperado matrimonio, una editorial en quiebra, una brusca separación, trabajos en tugurios como camarero. Hasta que rompió su mutismo con La Soledad, un turbulento poema ambientado en el Mundial de México: “La victoria final de la selección argentina es apoteósica”, dice Bolaño. “Schiaffino ve una luz enorme, como un platillo volador, planear sobre el Estadio Azteca”.

Llegaron, entonces, las invitaciones de programas televisivos para representar a las barras bravas. Acudió a debates de radio. Su figura se acrecentó más allá de las fronteras argentinas, tanto que en el Mundial de 1990 fue considerado visitante potencialmente peligroso por las autoridades italianas: “El Grasa había manifestado su intención de encontrarse con los hooligans británicos en un acto de reconciliación consistente en una misa por los caídos en las Maldivas seguida de un asado al aire libre”. Semejantes declaraciones dieron la vuelta al mundo. Y dos años después, en 1992, se vio obligado a desaparecer definitivamente tras dictarse una orden de captura al ser acusado como cabecilla de una emboscada a un autobús de River que se saldó con dos muertos y numerosos heridos. Aun así, en 1994, durante el Mundial de Estados Unidos, logró burlar la seguridad del FBI concediendo una polémica entrevista que de nuevo lo situó en el ojo del huracán.

Desde ese momento, nada se supo de su paradero, ni tan siquiera en 1998, cuando “los recalcitrantes parten rumbo a los Mundiales de Francia con la certeza de que lo encontrarán, como siempre, animando a la albiceleste”. Argentino, sin embargo, ya ha abandonado una de sus pasiones para siempre, a pesar de que “durante el Mundial de Japón 2002 algunos hinchas nacionales que rastrean el estadio de Osaka con binoculares creen verlo en los laterales contiguos al fondo sur”.

No es así. Nadie volvió a verlo en un estadio de fútbol, aunque todavía aparecieron un par de publicaciones suyas más, antes que lo hiciera su cuerpo sin vida, en el patio trasero de un bar de mala muerte de Detroit.

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