
La Galerna
·22 mai 2025
Luka Modric: el tercio de los sueños

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·22 mai 2025
El anuncio de la marcha de Modric me ha atropellado y me ha incrustado contra aquella letra de Calamaro: «A veces siento que me hago viejo muy rápidamente / desde que colgué mis años salvajes en un clavo en tu frente».
La despedida de Luka es un campanazo de hiel en las vísceras, un eterno domingo por la tarde, el estertor de la grandeza, un recordatorio de que estamos más cerca del final que del principio. Modric no se va, nos desaloja.
Había en su juego un respeto casi litúrgico por el cuero, una suerte de compasión técnica. Quizá porque jugaba con su esposa, sus hijos, Jesucristo y la Virgen María dentro de sus espinilleras. Puro Real Madrid: linaje y fe.
Cada pase con el exterior era una carta de amor remitida contra la lógica en la que explicaba al presente, al pasado y al futuro que el fútbol todavía puede ser delicado y letal al mismo tiempo. Que se puede tocar el balón como quien acaricia un recuerdo. Que se puede matar un partido sin mancharse las botas de sangre.
Luka jugó con el reloj del fútbol como quien ajusta una radio antigua, con una precisión casi mágica, casi manual, siempre emocional. Cuando el Madrid se desintonizaba, Modric encontraba la frecuencia exacta para que sonara otro bolero, o una marcha militar, o el canto del cisne del adversario.
Si intentas explicar a Modric lo empequeñeces. No cabe en los highlights ni en las estadísticas, de la misma manera que no cabe un poema en un maldito Excel. Luka no hacía scroll, tejía. Mientras otros agitaban, él influía. Mientras otros buscaban ser portada, él prefería ser partitura.
Modric es el bellísimo sueño que no nos atrevemos a recordar por miedo a que se esfume. El puente entre la épica y la sintaxis. Luka es la metáfora.
Aterrizó en 2012 con la estampa de un violinista desorientado en una fábrica de rodamientos. Aunque realmente los desorientados éramos los demás, porque Luka tardó en ser comprendido, como todo lo valioso. Lo suyo no era un truco: fue un epifanía lenta pero sin marcha atrás.
Se va Modric. Se va aquel que nos permitía envejecer sin asumirlo. Se va el que nos hacía creer que los años no pasaban por nosotros si tampoco pasaban por él. Lo veíamos correr con 39 tacos y pensábamos: «Bah, aún soy joven». Luka como espejo tramposo, como juventud postiza.
Ahora, al irse, no solo nos enfrentamos a su ausencia: nos enfrentamos al espejo real. El que no miente. Donde uno se refleja con el carnet caducado y el alma bombardeada.
Se va Luka y se va el Madrid que más invulnerable nos ha parecido. Ese que no podían liquidar aunque lo intentaran con todos los venenos del mundo. El de las seis Champions en una década. El de las noches de remontada y los días de resurrección.
La canción a la que aludía al comienzo se llama El tercio de los sueños, exactamente la cuota que le correspondía a Luka Modric del mejor centro del campo de la historia, el que formó junto a Casemiro y Kroos.
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