
La Galerna
·22 juillet 2025
Los adversarios

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Hay un cuento de Borges, El otro, en el que él mismo, de anciano, se encuentra con su yo adolescente. Ambos, el Borges viejo y el Borges joven, viven, cada uno en su propia dimensión temporal, junto a un río: uno, el primero, en Boston, al lado del Charles; el segundo, en Ginebra, junto al Ródano. El río, en este cuento, hace las veces de espejo, recurso que a Borges gustaba tanto. Con respecto a Vinícius y a Mbappé, podríamos decir que el espejo, en este caso, es el Real Madrid, trasunto del curso eterno e infinito de la historia del mundo. Aunque no son la misma persona, los dos futbolistas personifican un mismo destino: Vinícius ha sido, de blanco, lo que Mbappé podría de haber fichado —en el verano de 2017, o en el de 2018— por el Madrid; y el francés, lo que el brasileño de no haberse cruzado el Real en su camino cuando era un pipiolo del Flamengo.
Como en el relato de Borges, uno no existiría sin el otro.
Es decir, la incompatibilidad entre ambos, manifiesta sobre todo en el tercio decisivo de la pasada temporada, es tan extraña como, al cabo, previsible. Pues, como si se tratara de dos encarnaciones de las posibilidades de la vida de un mismo hombre, tanto Vinícius como Mbappé se empeñan en jugar el uno contra el otro, en el campo, antes de compenetrarse para conformar un tándem letal para los rivales. Son El Horla del cuento de Maupassant: una imagen deformada que a cada uno le devuelve el espejo, con la cara del otro, y contra la cual compiten, como si su afirmación en el mundo implicara la negación del compañero. Con lo cual se anulan entre sí los dos y, aún peor, dejan a su equipo, a menudo, con dos menos en el cacareado balance defensivo. Con las consecuencias ya observadas en los sucesivos partidos contra el Barcelona, el Arsenal o el PSG.
El problema es gordo para Xabi Alonso pues, al fin y al cabo, estamos hablando de los dos mejores jugadores del mundo. A priori, pensar que semejantes dos fuoriclasse no pueden jugar juntos parece una tontería, un absurdo elemental, algo que no tiene sentido. Sin embargo, en este año que llevan conviviendo con la camiseta blanca no hemos visto demasiados ejemplos de buena cohabitación, para nuestra desgracia. Más bien el equipo ha funcionado mejor cuando alguno de los dos no era de la partida, caso por ejemplo del reciente Mundial, que por hache o por be se jodió cuando, en el once inicial, formó el Vinipé por primera vez, junto a Gonzalo. Ya reconoció Alonso que jugar con tres arriba fue un error, y yo espero que, más que por política, recurriera a ello por necesidad: acuciado por la baja de Trent y, pensando en el largo plazo, urgido a mostrarle a la dirigencia, por la vía de los hechos, la obligatoriedad de cambiar de esquema.
Vinícius ha sido, de blanco, lo que Mbappé podría de haber fichado —en el verano de 2017, o en el de 2018— por el Madrid; y el francés, lo que el brasileño de no haberse cruzado el Real en su camino cuando era un pipiolo del Flamengo
Mbappé, con dieciocho años, ganó la Copa del Mundo siendo la bandera de Francia. Fue una irrupción histórica, comparable a la de Maradona o Ronaldo Nazario, en su momento. Entonces, su techo parecía estar tan lejos como Saturno. Luego fichó por el PSG en lugar de aterrizar en el Madrid del threepeat. ¿Quién sabe qué jugador sería hoy, de haber pasado un lustro creciendo junto a los jerarcas, aún en plena posesión de sus facultades? Nadie nunca lo sabrá, pero sí sabemos que cuando la estrella de Cristiano Ronaldo se extinguió en el Madrid, un chico brasileño, que era más pasión y corazón que técnica y precisión, creció a la sombra de Benzema. En la vida, como en la Historia, no existen vacíos, siempre alguien ocupa el lugar de otro. En un parpadeo, Vinícius desplegó unas condiciones extraordinarias, que en su debut eran más un deseo que una verdadera proyección. Todo lo contrario que Mbappé, que pareció nacer ya viejo, es decir, maduro, cuajado como un coloso del fútbol.
Desde entonces, el francés pareció ir gradualmente haciéndose peor, o más simple, a medida que Vinícius no paraba de crecer, de ensanchar su repertorio físico, técnico e imaginativo. Vinícius es una selva amazónica y Mbappé, una autovía de dos carriles. Ambas trayectorias, la declinante y la ascendente, coincidieron en agosto de 2024, por fin, en un mismo punto. Algunas veces, contadas, pareció que parpadease un imperio: se atisbó, quizá, una posibilidad. Pero “el hombre de ayer no es el hombre de hoy, sentenció algún griego”, escribió Borges en El otro. Y ni Vinícius mejoró a Mbappé ni Mbappé hizo que Vinícius picara aún más alto. El Borges anciano le confiesa a su alter ego que jamás escribirá una frase como l'hydre- univers tordant son corps écaillé d'astres de Victor Hugo y puede que Vini jamás realice un Mundial como el de Mbappé en Rusia. También cuesta imaginar a Kiki cargando sobre sus hombros, como un Atlas por chicuelinas, al Madrid en dos Copas de Europa, pero el elemento del Real es el milagro y los milagros, ya lo creo, existen.
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