REVISTA PANENKA
·4 février 2025
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“Te voy a partir la cara al salir, te voy a matar”. Esta es la amenaza que recibe Óscar (pseudónimo para no revelar su identidad), árbitro de 18 años, por parte de un individuo que salta al campo en un partido entre la Penya Barcelonista Cinc Copes y el Singuerlín, de categoría alevín. El suceso tiene lugar después que dos niños de nueve años intercambien patadas y puñetazos tras una fea entrada. El fútbol, y la base en concreto, se ha vuelto un ambiente hostil para árbitros y árbitras. Adolescentes -algunos no superan la mayoría de edad- que entran en el mundo del arbitraje por pasión y acaban viviendo un infierno. Un colectivo amenazado que vive en silencio episodios dantescos.
Óscar vive un momento de tensión inesperado. “Es un poco chocante, en ningún momento te esperas que por una pequeña falta suceda esto”, explica el joven árbitro. Nervioso, con miedo y mirando a todos lados, sale acompañado por el delegado de campo del Camp Municipal de Futbol Parc de la Catalana, en el barrio de la Barceloneta. A su lado, inseparables, su padre y su abuelo. El padre dice que no ha visto el episodio: “Me he dado cuenta cuando se llevaban al hombre del césped”. El abuelo tiene prisa. Su nieto tiene otro partido que arbitrar en la Ciutat Esportiva Dani Jarque. “Tranquilo, avi, si llego tarde llamó a la Federación y explico lo sucedido”, le comenta a su familiar. Con el susto en el cuerpo, parte a arbitrar su segundo partido del fin de semana.
Cada fin de semana se viven episodios de violencia en los campos de fútbol base. Padres y madres que insultan, menosprecian y, en algunos casos, agreden. El padre que salta al campo y amenaza a Óscar se justifica diciendo que “no es de buen gusto que peguen a tu hijo”. Su hijo juega en el Singuerlín y ha sido uno de los protagonistas del incidente. “Tienen que aguantar un poquito”, suelta refiriéndose a los árbitros. Dani Ruiz, padre del entrenador del equipo de Santa Coloma de Gramenet, apunta en un sentido contrario: “Si los padres chillamos y les liamos más todavía, pues ellos se ponen peor”.
Muchos ven un factor común en la presión que existe: creer que tu hijo será una estrella. “Pensamos que la gente tiene a Messi en su casa o que su hijo lo retirará. Olvidémonos de esto, por favor”, dice Bernat Olivé, cuyo hijo juega en el Alevín del Europa. En la misma dirección apunta Ruiz: “Es el principal problema, el fútbol se ha convertido en una basura. Niños con diez años ya tienen representante y hay marcas por el medio”.
El fútbol, y la base en concreto, se ha vuelto un ambiente hostil para árbitros y árbitras. Adolescentes que entran en el mundo del arbitraje por pasión y acaban viviendo un infierno. Un colectivo amenazado que vive en silencio episodios dantescos
Daniel Pujibet, psicólogo, analiza algunas de las causas que pueden motivar la violencia hacia los árbitros: “La deshumanización del árbitro es clave. Al considerarlo una figura de autoridad distante, no se empatiza con él como persona, sino que se facilitan las conductas agresivas y se le trata como un robot que ha de beneficiar a tu equipo”. La frustración y la falta de autocontrol son otros factores. A ello se refiere también Olivé: “Hay muchos padres que parece que están esperando el fin de semana para que sus frustraciones profesionales y personales se aboquen en el partido”.
En estos casos, el papel del entrenador toma importancia. “Siempre tiene que ser una figura ejemplar con respecto a los niños, tiene que enseñar valores de respeto y juego limpio entre los jugadores y modelarlos ante comportamientos inadecuados en algunas situaciones de tensión”, dice el psicólogo. El entrenador del Alevín del Singuerlín tiene una opinión similar: “Lo primero que les he dicho es que no quería más peleas y que se olviden del árbitro, que estaba haciendo bien su trabajo”. Y se lamenta: “Los niños son niños. Se pueden enfadar, se pueden pelear, pero lo que no puede pasar es que salte un padre o un individuo al campo”.
Los árbitros y árbitras son los que más sufren en un campo de fútbol. Una figura neutral que se introdujo en 1872 -en un principio para estar fuera del terreno de juego- y hoy el deporte rey no se entiende sin ellos y ellas. “Si no pones límites, mal empezamos”, dice Álex Urbano, ingeniero matemático y árbitro que recién empieza a dirigir partidos. Urbano asegura que los gritos le afectan y le hacen arbitrar peor: “No es muy sano”.
Albert Giménez, árbitro que acaba de empezar, explica que intenta tener la seguridad de que cualquier decisión se mantenga aunque después se dé cuenta de que se ha equivocado. La realidad es que las críticas constantes y los insultos erosionan la confianza en la capacidad para arbitrar de manera justa del colegiado. “Puede tener consecuencias a corto o largo plazo, como un abandono temprano de la profesión o un impacto del desarrollo en las habilidades para tomar decisiones bajo presión o limitando el progreso positivo”, argumenta Pujibet.
“La deshumanización del árbitro es clave. Al considerarlo una figura de autoridad distante, no se empatiza con él como persona, sino que se facilitan las conductas agresivas y se le trata como un robot que ha de beneficiar a tu equipo”
Los padres y madres, en frío, lo entienden. “Estamos en unas categorías donde se equivocan, y mucho. Aquí no hay tecnología como en primera división y no tienen linieres”, deja claro Olivé. Dani Ruiz va más allá: “Son unos chavales que se meten ahí pensando una cosa que luego no es. Es dinero fácil: aguantas a cuatro chillándote y cagándose en tu madre y te llevas 350 euros en un fin de semana”.
El colectivo arbitral vive amenazado. “Los tenemos que proteger”, dice Olivé. El padre pide contundencia contra los violentos: “A esa persona hay que prohibirle la entrada a un campo de fútbol. Yo como padre soy imagen del club, represento al equipo donde juega mi hijo”. Además, cree que se deberían organizar charlas para fomentar el respeto y la educación: “A los padres y madres nos falta mucho tema educacional”.
La educación es clave para mejorar y hacer de los campos de fútbol un entorno seguro para los equipos arbitrales. Mientras, viven, en silencio y aterrorizados, situaciones de tensión y estrés. “Sin árbitros, no hay partidos”, concluye Olivé. Sin ellos y ellas, el fútbol no tendría sentido.
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Fotografía de Getty Images.