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·26 mai 2025
El Rayo Vallecano y su afición honran al fútbol de antaño

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·26 mai 2025
Decía Alfredo Di Stefano que ningún jugador es tan bueno como todos juntos. El que fuera el entrenador del Rayo Vallecano durante 23 jornadas en la temporada 1975-1976 no tuvo éxito con La Franja, pero su frase es la mejor representación del equipo de Íñigo Pérez. Un grupo que optó por el trabajo, el esfuerzo y la humildad que caracteriza a la clase obrera de su barrio. Precisamente, el astro argentino se quedó a unos meses de conocer el Estadio de Vallecas en su nueva apertura, ese escenario que anoche puso la piel de gallina a los rayistas, pero también a espectadores futboleros del mundo entero. Casi 30 años de alegrías y lágrimas de un recinto que se cae a pedazos, pero donde los fans franjirrojos hacen que te sientas cómodo para no fijarte en la fachada. Importa lo de dentro así la calidez de su gente.
En un deporte que se ha convertido en elitista, uno de los barrios más grandes de Europa demostró que el fútbol es más bonito cuando el ciudadano puede formar parte de la meta alcanzada. Cada vez más, se puede visualizar como el aficionado es una mera persona que paga una entrada al cine. Pero el sentimiento no puede ser un entrar y salir. No pueden permitir que los jugadores sean esa sala VIP donde el chaval de 18 años sabe que no puede acceder porque sus padres le han dado 30 euros y arreando. Pienso que el balompié se ha convertido en un baile donde al hincha le han obligado a estar en la barra mirando y, si quiere entrar en la pista de baile, percibe que desentona. Sin saber la razón, se siente desplazado, en fuera de juego. Esto no pasa en clave Rayo Vallecano.
Por suerte, la gente de Vallecas nunca olvida la historia. Quizás, porque la sienten desde el corazón, porque no la tienen que revisar como si de una asignatura obligatoria se tratara. Al primer aviso de la megafonía: «Si hay invasión de campo, LA LIGA nos pueden sancionar» sonaron los vientos de cambio, pero no la mítica canción de Scorpions, más bien, los silbidos de los rayistas. No querían dejar escapar el aliento de una noche tras ver como hace un año les dijeron en la cara: «El Estadio de Vallecas se va a sacar del barrio».
Abuelos, padres, madres, niños e incluso, los que ya no están, miraron con emoción a su izquierda, a su derecha, al frente para escuchar los cánticos de los Bukaneros. Todos juntos sobre el césped para vivir el momento más épico en el año del centenario. Una tarde-noche ejemplar, llena de educación, humor, olor a chuflo, canciones de SKA-P; donde el blanco más el rojo alumbraron un lema en la noche madrileña: «Vallecas se va de borrachera».
Es importante que el fútbol español viva estos episodios. En un negocio dominado por el tándem Real Madrid más FC Barcelona, está bien que los humildes conviertan una norma absurda en algo tan natural como celebrar un logro deportivo. Es grave que anoche se dijera: «Invadir el campo está mal, puede haber castigos». Luego alguno se sorprenderá cuando el Camp Nou está lleno de turistas, de la hinchada rival o el Santiago Bernabéu, cuando abandonan a los suyos durante un partido. Si tuviera poder de voto, elijo lo que se vivió en Vallecas.
El Rayo Vallecano, una institución maltratada por Raúl Martín Presa junto a la Comunidad de Madrid, resiste en un año donde se dijo: «Perder a James Rodríguez hace bajar el valor del Rayo». ¿En serio? ¿Y tener un estadio en riesgo de desgracias no hace perder valor? La ignorancia institucional es el resultado de un abandono donde los rayistas hace un año tuvieron que hacer una cadena humana como señal de protesta. En los veranos, se asan bajo 40 grados para conseguir un abono. En los días previos al Rayo-Mallorca, se helaron de frío para conseguir una entrada. Siempre fueron fuertes, pero el impulso creado en estos últimos 12 meses es insuperable. La afición más fiel de España, según varios estudios, recoge los frutos que ha cosechado a lo largo de los años.
Sin ningún tipo de duda, lo mostrado por el ciudadano vallecano en la noche del domingo 24 de mayo fue uno de los capítulos más emocionantes del siglo XXI en nuestro fútbol. Porque cuando en un club se mira por igual a la persona que al jugador, significa que Isi Palazón se toma una caña con tu amigo en el bar Los Amigos. Significa que Sergio Camello te saluda como si tú fueras la estrella del equipo. Significa que Augusto Batalla se siente en este entorno como si llevara el mismo tiempo que Óscar Trejo. Firmo este fútbol por siempre, porque el Rayo Vallecano es uno de los supervivientes de un peligro de extinción palpable, es decir, alejar a la masa para que las nuevas generaciones crezcan con un producto. Y por suerte, salvo que la ronda previa deje una mala noticia, se extenderá este ejemplo a Europa.