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La Galerna

·27 août 2024

Diez años de Grada

Image de l'article :Diez años de Grada

El pasado fin de semana se cumplieron diez años de la existencia de la Grada de Animación del Bernabéu. En realidad, recuerdo que todo comenzó un poco antes, en torno a noviembre de 2013. Estaba por anunciarse el Balón de Oro de aquella temporada y Primavera Blanca, junto con otras peñas que conformarían más adelante la Grada, organizaron no exactamente un tifo sino una mascarada, propiamente dicha, en apoyo de Cristiano Ronaldo: cientos de tíos con una careta del portugués, en una iniciativa que contó con la complicidad del club y que sirvió para exhibir públicamente la unidad del madridismo en torno a la candidatura de Ronaldo en su pugna con Messi por el número uno del fútbol mundial. Era, más que eso, hacerle ver a los mandamases que se podía exhibir músculo como afición organizada y homologada con los estándares del siglo XXI. La cosa salió bien y se demostró que se podía animar al Madrid de otra manera muy diferente a la de los ultras, que acababan de ser expulsados del estadio por la directiva.

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Ahora que ha pasado tanto tiempo, aunque en verdad ha resultado como un pestañeo, parece que fue sencillo. Pero, y yo no lo viví desde dentro, sé que para muchos de los hombres y de las mujeres que empujaron para hacer realidad el viejo sueño underground de conseguir otro Bernabéu, fue una empresa dura y peligrosa. Para sus propias vidas y haciendas. Los ultras sur amenazaron, persiguieron y en algunos casos hasta agredieron sistemáticamente a mucha gente. A algunos los conozco y me precio de llamarlos amigos. Todas esas cosas pasaron pero apenas trascencieron, a pesar de lo mucho que (jaja) preocupa la violencia ultra en la prensa deportiva, tan amiga de las causas nobles, sobre todo de las que estén de moda en cada momento. En los medios, casi siempre que se hacía alusión a la grada que al amparo institucional del Madrid las peñas, bajo compromiso innegociable de apoliticismo y rechazo expreso de la violencia, estaban construyendo, era para despreciarla olímpicamente, por oficialista.


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El pasado fin de semana se cumplieron diez años de la existencia de la Grada de Animación del Bernabéu. parece que fue sencillo, pero sé que para muchos de los hombres y de las mujeres que empujaron para hacer realidad el viejo sueño underground de conseguir otro Bernabéu, fue una empresa dura y peligrosa

A mí, aprovechando la efeméride, me gustaría hacer aquí un modesto homenaje a esa gente que en muchos casos ya, por edad, está cediendo el testigo a otra quinta más joven. Su esfuerzo supuso algo mucho más importante que el mero hecho de convertir el Bernabéu en un estadio más animoso, ardiente y jovial. La Grada de Animación, o Grada Fans, fue el destierro de un concepto violento y tribal de ir a ver el fútbol, algo que en los setenta y ochenta fue incluso masivo y que en el mejor de los casos gozó del beneplácito general de prácticamente todos los clubes. Ir a ver el fútbol como el que va a la guerra, en plan macho, a dar hostias y partir cráneos, ponerse hasta el culo de alcohol y drogas y correr delante de la policía. Hasta reventar o ser reventado.

Esa vieja manera de acudir al fútbol, el hooliganismo, había causado tremendas tragedias en Europa y también en España. El fútbol, en este caso, era lo de menos y además, en el caso del Bernabéu y sus ultras, daba lugar a todo tipo de charcas: exaltación del nazismo, trapicheos, reventa de entradas, narcotráfico de baja intensidad… Alrededor de ciertos aledaños del estadio se generaba un ángulo gris de pura sordidez ante el que todo el mundo hacía la vista gorda, salvo cuando pasaba algo realmente grave, como peleas multitudinarias, palizas, escándalos, etc. Si alguien quiere darse un paseo por ese mundo todavía puede acudir a las páginas de Ruido de fondo, una novelita de David Gistau, y entenderlo.

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Hay aún mucha gente que lo echa de menos. Suelen confundir la nostalgia del pasado, del que el fútbol y sus códigos beben tanto, con la representación primitiva de unos colores, cuya legitimidad radica exclusivamente en la apología del aplastamiento y la negación del otro. La visión ultra del fútbol es oscura y tétrica. Implica no poder ir tranquilo a disfrutar de un espectáculo en el centro de una ciudad, proferir insultos y recibir todo tipo de injurias, transformar un recinto de familias y amigos en un suburbio de Sarajevo en 1993 y, en definitiva, diluir la identidad del individuo en una masa vociferante, gregaria y salvaje que pasa por los sitios como los hunos de Atila. En esencia, se trata de canalizar una violencia incontrolable mediante una organización mafiosa y autorreferencial capaz de pasar por encima de todo para justificarse.

La Grada de Animación, o Grada Fans, fue el destierro de un concepto violento y tribal de ir a ver el fútbol, algo que en los setenta y ochenta fue incluso masivo y que en el mejor de los casos gozó del beneplácito general de prácticamente todos los clubes

Florentino fue valiente al meterle mano a un asunto tan espinoso y sufrió las consecuencias. Muchos otros, los que articularon esa alternativa noble de animar al Madrid sin envidias ni rencores, haciendo honor al himno antiguo y como bueno y fiel hermano, se enfrentaron a cuerpo gentil a todo tipo de represalias que no recogieron las noticias. Y es verdad que la faz del estadio ha cambiado en estos diez años. El Bernabéu va perdiendo poco a poco esa cosa tonante y abrahámica que cincelaba los caracteres pero que hacía del estadio un abismo para sus propios jugadores. A cambio, está ganando una fama universal de hervidero, alimentada por las increíbles remontadas de los últimos años, en los que el papel del público ha tenido mucho que ver. Un hervidero donde no hay bengalas porque no hacen falta. ¡Cómo echan siempre de menos los tontos las bengalas!

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En estos diez años el Madrid ha ganado seis Copas de Europa y vestido la piel del mundo. En los primeros planos siempre ha estado la Grada. Habrá sido coincidencia, o no, pero esta otra mística de las remontadas, guardada para la eternidad en Youtube, no tenía de coro unos cabezas rapadas que metían miedo al miedo, sino chavales, viejos, niños, niñas, muchas mujeres, todos vestidos de blanco. Es otro mundo y la Grada lo representa. También, sus promotores se llevaron años persiguiendo precisamente esto: la apertura del estadio al madridismo de fuera, mucho más grande y lleno de alegría y coraje que muchos de los círculos concéntricos que llevan décadas pegados al Madrid con sus abonos como las lapas a las piedras en los corrales de pesquería.

En estos diez años el Madrid ha ganado seis Copas de Europa y vestido la piel del mundo. En los primeros planos siempre ha estado la Grada

La Grada ha sido eso, también, una puerta abierta al mundo por el que ha entrado una corriente de aire fresco maravillosa que ha oreado el viejo palacio apolillado. Lo cierto es que ha venido muy bien. Ahora el Bernabéu suena diferente, tiene su propia voz, algo que no existía antes, entre el congelador general y el bullicio vociferante del fondo sur. Es un estadio moderno por dentro y La Grada ha sabido conducir esa alegría salvaje del madridista, que le impulsa siempre hacia adelante en los partidos, en un coro a la europea que conecta, esa es la verdad, perfectamente y casi siempre, con el equipo.

La Grada, desde luego, ha venido para quedarse. Muchos no dieron un duro por ella y hoy, es natural, también otros se apuntan el tanto. La hicieron y hacen gente que pierde mucho tiempo y dinero en el empeño, gente con hijos, trabajos, estudios, en fin, vidas de las que quitan tiempo para hacer tifos, organizar viajes, pasar fines de semana por los campos de España y, en general, hacer muchas otras cosas por el Madrid por, como cantaba Loquillo, amor.  Va por ellos estos modestos parrafillos y por esa grada que tanta gloria ha visto en su corta vida, y por la que vendrá.

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