Afición Deportiva
·16 novembre 2024
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La tierra batida fue para Nadal, en 2018, la superficie en la que sacar la cabeza y sobrevivir a las continuas lesiones que parecían perseguirle
«Ahora mismo mi cuerpo es como una selva, no sabes lo que te puedes encontrar ahí en medio«, decía Nadal el pasado marzo. Una jungla destructiva que, cada año, se volvió más endeble, más vulnerable. Y, es que, el mayor rival de Rafa no ha sido ni Djokovic, ni Federer ni Murray; sino su propio cuerpo. La mayor evidencia de ello fue la temporada 2018, año en el que sufrió lesiones de todo tipo que le obligaron a parar hasta en tres ocasiones. Después del US Open, no pudo volver a competir, tuvo que acudir a quirófano por enésima vez.
La temporada anterior se tuvo que bajar de París-Bercy y la Copa de Maestros por molestias en su rodilla. Contrariedades que influyeron en su temporada, más tranquila y progresiva. Es por ello por lo que no disputó ningún torneo previo al Open de Australia, sino que acudió directamente a Melbourne. El nivel era el adecuado, pero físicamente no estaba todavía al 100%. Y, cuando unas partes de tu cuerpo tratan de suplir la fragilidad de otras, terminan por sobrecargarse. Eso es, precisamente, lo que le ocurrió a Nadal en los cuartos de final, ronda en la que tuvo que retirarse ante Cilic. Un desgarro en la zona superior de su muslo derecho paralizó todo nada más iniciar la quinta y decisiva manga
Reapareció tres meses más tarde en las clasificatorias de la Copa Davis. Superó a dos grandes jugadores, Kohlschreiber y Zverev, ya sobre tierra batida. Y, es que, el balear había preferido alargar su recuperación con tal de aterrizar fino en la gira europea de tierra batida, sacrificando así Miami e Indian Wells. La decisión, viendo los resultados, fue totalmente acertada, pues en Montecarlo y Barcelona arrasó a sus rivales. No se dejó ni un mísero set en dichos torneos. Dos semanas perfectas en las que recuperar la confianza y demostrar que, si sus articulaciones le respetaban, era el gran favorito en polvo de ladrillo.
Fuente: Photo by Darrian Traynor/Getty Images
Un joven heleno llamado Stefanos Tsitispás fue su oponente en la final de Barna. Aunque el partido no tuvo color, significó la primera aparición del ateniense en un gran escenario. Otro joven que venía pisando fuerte, Dominic Thiem, se convirtió en su verdugo en Madrid. La altura le seguía pasando factura a Rafa, sus golpes no eran tan determinantes allí. En Roma, ya al nivel del mar, recogió de nuevo la batuta e hizo bailar a todos a su ritmo. Cierto es que tuvo que sufrir más e incluso su título peligró cuando Zverev le endosó un 1-6 de inicio en la final, pero el balear no es de esos que se amedranta de primeras.
Así, con tres títulos en cuatro torneos, aterrizó en París. Y, después de ganar 21 sets y dejarse uno por el camino ante el `Peque´ Schwartzman, levantó su undécima Copa de Mosqueteros. Una cifra inentendible e inexplicable, prácticamente doblaba el récord de Borg. La capital francesa, esa que en sus inicios quería que perdiese, ahora se rendía a sus pies, lo encumbraba como si de un jugador local se tratase. Dominic Thiem, quién creció idolatrándolo, ahora se tenía que conformar con salir en la foto junto a él. Ningún otro sitio como su hogar.
Acudió a Wimbledon directamente, sin disputar ningún torneo previo sobre hierba. La experiencia, en esa superficie, es un grado. Y, en la edición de 2018, Nadal la hizo valer. Alcanzó las semifinales tras una épica remontada frente a Juan Martín del Potro. El abrazo de ambos tras el último punto dejó una imagen única, la de una amistad que trascendía el deporte. Djokovic, el gran favorito, le esperaba en la penúltima ronda. Su enfrentamiento tampoco estuvo exento de emoción, pues se tuvo que jugar en dos días por las restricciones de horario del Grand Slam londinense. Emoción hasta el final que se decidiría por detalles, 8-10 en la quinta manga. Luego, en la final, el serbio derrotaría a Federer en un encuentro que cambió el devenir del debate sobre quién era el mejor de la historia.
Fuente: Photo by Al Bello/Getty Images
Reseteó de nuevo Nadal su contador en este 2018 y, con tiempo, preparó la parte final de la temporada. Quería que la adaptación a cada superficie fuera progresiva, motivo por el cual no compitió hasta Toronto. Eso sí, llegó y ganó. Semana magnífica la suya en tierras canadienses que le sirvió para aterrizar en Nueva York con la moral por las nubes, pues se bajó de Cincinnati por precaución. Prometía mucho el último Grand Slam de la temporada hasta que, en semifinales, su rodilla, su maldita rodilla, volvió a decir basta. Del cielo al infierno en apenas segundos, una vez más. Aprovechó, también, para realizarse una artroscopia en el tobillo, motivo por el se bajó de la Copa de Maestros.
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