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La Galerna

·17 de mayo de 2024

Xavi Hernández, de lechuga a trapecista

Imagen del artículo:Xavi Hernández, de lechuga a trapecista

En mi octava reencarnación me ha tocado ser Xavi Hernández. Antes he sido cabra, recaudador de impuestos, trapecista del Circo Price, cabaretera, conductor de tranvía barcelonés, caracol y lechuga.

Tengo la ventaja, contrariamente a las equivocadas creencias budistas e hinduistas, de acordarme de todas y cada una de ellas. Mis vidas han transcurrido en diferentes siglos, unas veces de forma placentera y otras de manera trágica. Lo único que no recuerdo de todas mis existencias es el orden en el que las he vivido. No sé si he sido primero lechuga, caracol o trapecista. El tiempo lineal no existe en mi vida, no hay un principio y un fin como en una novela. Digamos que vivo capítulos independientes, un día me levanto siendo el conductor del tranvía que atropella a Gaudí y un capítulo más tarde soy una lechuga gallega cultivada en Cangas de Foz. Ser lechuga es, como todos ustedes pueden imaginar si alguna vez han comido una ensalada, mucho más aburrido que ser conductor de tranvía o cabaretera, pero yo siempre he intentado vivir mi destino con la mayor profesionalidad.


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Lo de ser entrenador es un vía crucis, una montaña rusa. Un día estás arriba, en el Olimpo, jaleado por los aficionados, y al siguiente te ves en la calle, dando patadas a un bote. Creo que es el peor de mis capítulos, sobre todo ahora, cuando vienen mal dadas e intuyo que más pronto que tarde me van a despedir. Y casi que me alegro, se me cae el pelo y me voy a quedar calvo, no consigo conciliar el sueño, doy vueltas y más vueltas en la cama y no dejo de pensar en mi pasada vida de cabra, posiblemente la más feliz de todas las que he vivido. Ser cabra es lo mejor del mundo: ninguna responsabilidad, subido a los árboles o de roca en roca, saltando, trepando, con un estómago a prueba de bomba y comiendo hasta piedras. Con mi cabrón, mis cabritillas y un pastor que te da, a cambio del ordeño, techo, comida y cariño. Echo mucho de menos ser cabra.

Lo de ser entrenador es un vía crucis, una montaña rusa. Echo mucho de menos ser cabra

Lo que peor llevo de mis reencarnaciones es no poder compartirlo con nadie. No sé si me explico. Uno no va por ahí comentando que en otras vidas ha sido trapecista o caracol. Yo lo he hecho un par de veces y las consecuencias fueron funestas. La primera acabé  (después de una serie de vicisitudes que les ahorro ya que sé que la mayoría de ustedes solo tiene una vida) en un psiquiátrico, el afamado Institut Mental de la Santa Creu, y la segunda, hacia mediados del siglo XVI, en una crepitante hoguera. Esta fue, por razones obvias, mucho más dolorosa. Y la culpa fue mía, toda mía, por idiota. No tenía que haber dicho ni una sola palabra, pero un día, después de una larga jornada de recaudación llena de pedradas, malentendidos e insultos, en la que eché de menos mi pasado a cuatro patas, se lo revelé a mi mujer. Necesitaba comprensión, mimos, entiéndanme, pónganse en mi lugar, imaginen por un momento lo que es llevar esta carga encima todos los días de tu vida, perdón, de tus vidas. Es un lastre enorme, hay que compartirlo, aligerar tu alma.

—Cari…

—Dime, rey.

—Tengo que confesarte algo.

—No me asustes…

—He vivido otras vidas, he…

—¡¿Me has sido infiel?!

—Noooo, no me refiero a eso, lo que quiero decir es que he vivido más vidas, he sido caracol, lechuga y cabra. Además…

Ella escuchó atentamente todas mis explicaciones. Primero sentada, luego de pie y, por último, después de golpearse la cabeza con la tarima al perder el conocimiento, tumbada en el suelo larga tal cual era. Una vez restablecida, solícita, me tomó el pulso, me dio un beso en la frente, me administró un brebaje a base de quinina, hiel y azufre que me tuvo vomitando dos días seguidos y salió corriendo de casa en busca del consuelo de su confesor, el capellán del convento de las Desamparadas de Plasencia, don Agustín de Ibarrola y Barrientes, la única persona que escuchaba con atención sus pecados dos veces por semana, invariablemente los lunes y jueves, los días que, por motivos laborales, yo encaminaba mis pasos hacia Carcaboso para cumplir con mis labores de recaudador y don Agustín encaminaba los suyos hacia mi hacienda para poner en paz con Dios a mi santa esposa.

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—Padre.

—Dime, hijo.

—Tengo algo que me corroe por dentro.

—Lo sé, hijo, lo sé, María Tere…, perdón, tu mujer, está muy preocupada, por eso te he llamado con tanta urgencia, para que confieses y descanse tu alma. Dime, dime, cuéntamelo todo.

—No sé por dónde empezar. Yo soy yo, el que usted ve, pero también he sido otros. Y otras.

—¿Cómo que otras?

—Sí, padre, otros y otras. Incluso he sido animal y vegetal. He sido una lechuga, padre. Y cabra, una cabra preciosa a la que ordeñaban todos los días, con su pelo ensortijado, su mechoncito y sus pezuñitas relucientes. No se enfade, padre, pero, que yo recuerde, desde que tuve uso de razón, siempre quise ser una cabra. ¿Acaso no es Dios nuestro pastor? Dios quiere a las cabras, padre.

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Don Agustín, desgraciadamente, no terminó de comprender ni mi amor por los caprinos ni mis pasadas reencarnaciones. Y mi mujer tampoco. Nuestro matrimonio se fue resquebrajando, poco a poco empezó a distanciarse de mí, abandonó el lecho marital y dejamos de tener ayuntamiento carnal. Las confesiones con don Agustín empezaron a ser más frecuentes. Cuatro meses más tarde el Tribunal del distrito inquisitorial de Llerena me acusó de brujo y me quemaron en la Plaza Mayor. Así de ingratos fueron. Y qué quieren que les diga, tampoco se perdió gran cosa, ser recaudador de impuestos es peligroso y tan aburrido como ser una insípida lechuga. Y se lo digo por experiencia.

No sé si hay más reencarnados o soy un caso único. Y tampoco, como acaban de comprobar, puedo confesarlo o preguntarlo abiertamente en la cola de la pescadería.

—Oiga, usted, por casualidad, no será un reencarnado, ¿no?

Lo que peor llevo de mis reencarnaciones es no poder compartirlo con nadie. No sé si me explico. Uno no va por ahí comentando que en otras vidas ha sido trapecista o caracol

Antes era algo que me angustiaba, ahora ya me he acostumbrado. Imagino que lo de los reencarnados será como lo de los extraterrestres y los ovnis, están ahí, a nuestro lado, o en el espacio infinito, pero no quieren darse a conocer, por timidez o por temor a ser calcinados en alguna hoguera. Si hay ocho mil millones de humanos, y otros tantos de plantas y animales, estoy convencido de que alguno de ellos gozará de mi condición.

He vivido ocho vidas y no me ha ido mal. En algunas me divertí y en otras he penado. ¿Podía haber ido mejor? Sí, sin duda, podía haber renacido en Ancelotti, con sus puros, sus bailes y ese amor por el bel canto. No me quejo, el destino no está escrito y cualquier día la suerte me sonríe y me reencarno en algún aficionado del Madrid, alguien anónimo, que escriba en una revista como La Galerna, tome aperitivos, tenga a su lado una mujer maravillosa y disfrute de la felicidad perpetua de ganar Copas de Europa.

Getty Images.

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