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·16 de mayo de 2022

Vinícius y las dos damas italianas

Imagen del artículo:Vinícius y las dos damas italianas

Vinícius es nuestro niño bueno con sonrisa pícara a lo Jean Paul Belmondo. Vinícius es nuestro brujo insondable, el orixá de danzas festivas que convierte al juego del Real Madrid en un ritual indescifrable y gozoso. Madera negra de ébano, o acaso palo santo, santo y enhiesto, siempre en estado de excitación casi efervescente. Vinícius es la chispa y la burbuja, el double bubble que es mas bien triple o cuádruple, pura ebullición. Vinícius encara, valga la redundancia, y galopa, no a la manera de aquella estampida de búfalos que hacía retumbar la pradera y que conocíamos como Cristiano Ronaldo, sino en una carrera tan veloz como ligera, ingrávida, grácil, limpia, como un vuelo, como el vuelo del águila lanzada sobre su presa.

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Vinícius hace la revolución a lomos de una sonrisa, sí, de esa sonrisa tan suya, sonrisa blanca de niño travieso pero al cabo inocente. Sonrisa que hechiza e hipnotiza, porque a través de ella asoma la criança divirtiéndose en la playa, haciendo diabluras con el balón por el mero placer de la belleza. Sospecho que a menudo el rival siente ganas de unirse a la diversión, de jugar con él, sólo para despertar del breve ensueño en el momento mismo en que Vinícius interrumpe de golpe su veloz carrera, en el instante fugaz en que el tiempo se detiene expectante, impaciente, y al rival le sobreviene -súbitamente, fatalmente, con la fuerza de lo inevitable- la certeza del gol inminente, o de esa asistencia que es puro arte, que humilla el toro para que el maestro Benzema ejecute la estocada certera y mortal.


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Esos ojos grandes, inmensos, hambrientos de luz, que no pierden detalle y que no aciertan a ocultar la ambición divina que sacude y propulsa cada arrancada de Vinícius

El fútbol de Vinícius tiene el esmalte de lo único, de lo inimitable e intransferible. Y si el niño que aún es aflora en su sonrisa, en su mirada despuntan los dioses del candomblé que animan su fútbol. Esos ojos grandes, inmensos, hambrientos de luz, que no pierden detalle y que no aciertan a ocultar la ambición divina que sacude y propulsa cada arrancada de Vinícius. Esa ambición jovial, jocunda, impermeable a la frustración y a las críticas, que sospecho es el alimento que nutre su carácter único. Y es que si, como dicen los clásicos, la elegancia empieza por los pies (por los pies de Modric, naturalmente), la victoria termina pero también empieza por la alegría, por la alegría que restalla en cada movimiento de Vinícius sobre el terreno de juego.

Vinícius es, así, el arquetipo del futebol brasileiro. Es como si Vinícius jugara descalzo, o quizás calzando havaianas. Su fútbol es agua de coco y un balón en la playa y el guiño dulzón de la caipirinha y un puesto de bananas en la carretera, la alegría africana con su puntito de saudade portuguesa. El fútbol de Vinícius es el hoy que jamás piensa en mañana, las curvas promíscuas del bunda apenas enmarcado por el tanga, el colorido rebosante de la bahiana y el ritmo embriagador del samba. Por eso su fútbol, como el fútbol brasileño, es alegría o no es; por eso sería un sindiós intentar contenerlo en el corsé del rigor táctico y de la disciplina militar. Vinicius, como Brasil, es un arará que muere cuando lo enjaulan.

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Cuando Vinícius galopa, la hierba crece a su lado en una eterna consagración de la primavera. Cuando Vinícius caracolea felinamente, el fútbol es un poco más bello, y esa belleza hace del mundo un lugar mejor. Es como si la Canzonetta sull’aria cantada por aquellas dos damas italianas volviera a derribar por un instante los ominosos muros de Shawshank, y nos bebiéramos tanta belleza hasta la última gota, y también a nosotros  nos hiciera libres for the briefest of moments.

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