Una copa en el Skybar | OneFootball

Una copa en el Skybar | OneFootball

In partnership with

Yahoo sports
Icon: La Galerna

La Galerna

·26 de diciembre de 2023

Una copa en el Skybar

Imagen del artículo:Una copa en el Skybar

Es Navidad y es el último partido de un año raro. Florentino ha creado la Superliga y sólo se han unido el Nápoles, el Milan, los portugueses y un puñado más de viejas glorias, juguetes rotos por la ley Bosman que llevan décadas chapoteando en la orilla incorrecta de la Historia. Así que no hay Copa de Europa y Tebas, por joder, hace jugar al Madrid el día de Navidad. El ambiente en el campo es extraño y él pensó, nada más entrar: menos mal que vengo poco. Un amigo le había dejado el abono y, por un cúmulo de circunstancias, ese año le tocó pasar la Navidad en Madrid. Eso que me llevo, se dijo. Contempló absorto la cubierta retráctil y aquel monstruo de acero con el que el presidente Pérez asombraba al mundo transportó su mente hasta el antiguo Egipto de los faraones. Sí, en efecto, concluyó: también el Faraón Pérez quiere su propia autopista hacia la vida eterna.

Alguna cosa buena tenía que tener no unirse a la gran fuga humana que huye de Madrid en cuanto les dan vacaciones a los niños en los colegios. Se imaginó por un segundo atrapado en un atasco en la carretera de Extremadura, en medio de un millón de personas que escapan de la ciudad como si la estuviera atacando Putin, y le recorrió por la espalda un escalofrío. Se dio la vuelta y entró en el skybar. Hacía mucho frío, un frío siberiano, ¡el frío que hace en Madrid! Pero allí se estaba bien, el ambiente era cálido y la música, no muy alta, apagaba el sordo rumor del campo, que no llegaba hasta allí, como si las paredes de cristal del garito aislaran profilácticamente a la beautiful people que allí menudeaba de la turbamulta de bocadillo envuelto en papel de plata que había afuera.


OneFootball Videos


Imagen del artículo:Una copa en el Skybar

El skybar era algo de verdad impresionante. Así tienen que ser, se dijo, los burdeles de lujo de San Petersburgo. Techos dorados, estética bling-bling, satinados y reflejos, espejos y lámparas exóticas, un remedo del bar de Al Pacino en Carlito’s way: el ambiente ideal para que se sientan como en casa los nuevos amos del fútbol, los sheiks árabes podridos de dinero y los magnates del Este, las grandes fortunas del entorno del poder en Rusia y en China. Es lo que hay ahora, es la gente que manda y que se ha quedado con el invento que le servía a la vieja y extinta clase media europea para proyectarse a sí misma más allá del horizonte de oficina y ocho horas anclado a un escritorio.

Se arrimó a una barra de metal satinado y le pidió al bartender (porque en sitios así ya no hay camareros, siquiera pensarlo es una vulgaridad) un Rives con Coca-Cola. Nada más pedirlo sintió vergüenza: de lejos van a oler que soy un tieso. Al darle el primer sorbo miró por fin al rectángulo verde donde, allá lejos en lo remoto, brillando como un tizón dentro de una chimenea, se iba a jugar el Real Madrid-Cádiz correspondiente a la decimoctava jornada del campeonato nacional de Liga. El once titular era propio de una economía en régimen de autarquía, de un país en postguerra. Joselu, que había renovado, en punta de un ataque compuesto además por Bellingham y por Mayoral, que fue repescado del Getafe en verano. Atrás, Lucas Vázquez seguía siendo el lateral derecho y Fran García, con Nacho, completaban una defensa que parecía venir directa de la OJE.

Imagen del artículo:Una copa en el Skybar

El equipo, fiable, había resultado campeón unos meses antes, pero la liga española estaba desacreditada y devaluada y el Madrid, apestado internacionalmente, sobrevivía en el lazareto de la Gold Star, adonde ninguna superestrella quería apuntarse por miedo a las represalias de la FIFA. Incluso se empezaba a hablar de ofertas mareantes de la Premier a Bellingham, el madridismo se encogía y empezaba a mirar con recelo a palacio, donde el sultán seguía haciendo caso omiso a las señales de peligro.

En el estadio llevaba habiendo runrún desde varios partidos atrás. Él pensó que, aunque era una impopular opinión, como en el sofá de su casa y por la tele no se veía un partido en ninguna parte. Ir al estadio estaba sobrevalorado y más con aquellos horarios de mierda. Se alegró por dentro de disfrutar del skybar y no tener que pasarse encima dos horas gritando obligado y quedándose pajarito en la tribuna. De alguna manera aquello le hizo sentirse de nuevo como en la adolescencia, cuando ver al Madrid consistía en acercarse en la moto con su hermano al bar del pueblo y pasarse el rato sobando una Coca-Cola. Miró a un lado y al otro con desconfianza, ¿le echarían al decubrir que pensaba pasarse dos horas allí viendo el partido con el mismo Rives-Cola?

Comenzó el partido y el Cádiz marcó pronto. El Bernabéu, que no estaba lleno, comenzó ya a silbar sin ningún tapujo. Se removió incómodo y echó un vistazo a su alrededor. El skybar estaba lleno de hombres jóvenes con aspecto de ir mucho al gimnasio y de tener mucho dinero. Las únicas mujeres eran todas unas muñecas hinchables con más caucho en el cuerpo que sangre corriendo por las venas. Los copazos corrían de aquí para allá y nadie prestaba la menor atención al partido. Él pensó que las ganas que había acumulado durante años, desde que vio el render con las imágenes de lo que sería el skybar del Bernabéu, se evaporaban deprimentemente ante sus ojos.

Imagen del artículo:Una copa en el Skybar

Seguramente habría un crepúsculo sobre Madrid color negroni pero desde allí no se veía nada. La parte que supuestamente iba a dar al cielo de la ciudad era un tabique ciego recubierto de brillantina. Aquello le pareció una sala de tortura psicodélica más propia de una cheka anarquista en el Madrid del Terror Rojo. Entonces, por el clamor tímido del estadio, se dio cuenta de que había empatado el Madrid.

—¡Joder, menos mal, por fin alguien que aprovecha el saque de banda, que no hay fuera de juego!

En la puerta del skybar un hombre, flaco y enérgico, de pelo blanco y gafas, agitaba las manos mirando hacia el rectángulo de juego. Por su aspecto, no pintaba nada en aquella parte del estadio, aunque bien pensando, él tampoco pegaba en el skybar ni con cola. El hombre iba tocado con un sombrero fedora y alrededor del cuello le protegía del frío una bufanda de cuadros, clásica y atemporal. Más que celebrar el gol del Madrid, parecía enfadado y gritaba denuestos con furia.

—¡Qué hijos de puta son los de negro!

—Llevan una buena temporada jodiéndonos a base de bien.

—Desde Tenerife, que fue culpa sobre todo del Canal Plus.

—A mí esto me parece una mariconada, el fútbol me gusta verlo en la grada, donde está mi abono, pero tenía que venir hoy aquí por un coñazo de compromiso.

Imagen del artículo:Una copa en el Skybar

Al Madrid acababan de anularle un gol a todas luces legal y la acción había sacado al público de la catalepsia con la que hasta entonces había asistido al espectáculo. Por llamarlo de alguna manera. El Madrid transitaba sin pena ni gloria por la liga, el equipo iba cuarto y el juego no enganchaba, era denso y gris como un bloque de hormigón. Carletto se había ido a entrenar a Brasil con la liga y la copa en el bolsillo, pero el broche no pudo ser de oro puesto que, en lo que terminó por ser su última Copa de Europa, el City de Guardiola descarriló de nuevo al Madrid en semifinales.

La gente, que al principio había apoyado con entusiasmo la revolución quijotesca de Florentino, fue poco a poco enfriándose conforme los meses fueron pasando y la Superliga, sin los ingleses ni el Bayern, arrancó con partidos tan vibrantes como unos Madrid-Dinamo de Kiev o Rosenberg-Madrid. La UEFA mantenía el envite y la Champions acaparaba sponsors y cuota de pantalla. La masa, ya se sabe, que es voluble, daba síntomas de rebelarse a medida que su competición favorita se jugaba sin el Madrid de por medio. Todo el estado de ánimo del madridismo era, en fin, depresivo. Mbappé, por supuesto, tampoco había fichado ese año y el peligro ahora era que, lejos del resplandor europeo, el Madrid dejara de ser atractivo incluso para los Joselus de la vida.

—Tebas es un cabrón, pero lo que no sabe es que el Madrid ya jugó una vez antes el día de Navidad.

Miró a aquel hombre con renovado interés. Parecía conocer el paño y tenía pinta de ser un madridista viejo, de esos que desayunaban porras y churros con los hermanos Padrós en San Ginés antes de que se convirtiera en una gilipollez para turistas.

—Sí, hombre. El día de Navidad de 1955. Les metimos 4 al Partizán de Belgrado en la ida de los cuartos de final de la primera Copa de Europa. Este Tebas se cree que nosotros nacimos ayer, ¿sabes?

Imagen del artículo:Una copa en el Skybar

En aquel momento, un tremendo carrerón de Fran García por la izquierda levantó al público de sus asientos. La Grada, un fondo blanco tiza tras la portería de Courtois, empezaba a enganchar por fin al resto del campo, que entraba en calor a medida que el Cádiz retrocedía como un cangrejo y el Madrid, como toda la vida, sin jugar bien ni nada por el estilo, iba empujándolo contra su portería, poco a poco, con la marcha de un palio sevillano en Semana Santa.

—Efectivamente, el día de Navidad de 1955 jugamos aquí contra los yugoslavos a las 3 de la tarde puesto que no había todavía iluminación eléctrica en el estadio y había que aprovechar las horas de sol que quedaban por la tarde. Mi padre me contó que vino al campo masticando los pestiños de la comida. ¡Lo que no hayamos hecho los madridistas!

—La vuelta, en Belgrado, nos la pusieron en medio de una nevada antológica. Casi nos remontan. Yo nací un mes después, me lo contó mi padre, que fue de los que suscribieron las obligaciones que emitió Bernabéu diez años antes para reconstruir el estadio. Los yugoslavos casi nos remontan pero al final no nos remontaron porque somos el puto Real Madrid y acabamos ganando la primera puta Copa de Europa, aunque a Franco no le hiciera gracia que la jugáramos. ¡Bien que quiso luego aprovecharse!

Imagen del artículo:Una copa en el Skybar

En ese momento, Joselu remató de cabeza un buen centro de Lucas Vázquez y puso el 2-1 en el marcador. El estadio saltó un instante en un gozo comunitario compartido por ochenta mil personas a la vez que a él le recordó, lejanamente, a las noches en las que, el Madrid, en Europa, multiplicaba los panes y los peces y convertía el agua en vino. Fue sólo un segundo pero, de pronto, aquel lugar, el skybar, y la gente que allí alternaba y todo el estadio con su acero y su hormigón le parecieron un organismo vivo, una criatura viviente que respiraba y cuyo aire le resultaba, a pesar de todo, muy familiar.

—Nosotros inventamos el fútbol. Lo abrimos y lo cerramos y ahora lo vamos a abrir otra vez aunque para eso tengamos que vender las catorce copas de Europa como si fueran chatarra. Lo vamos a hacer porque lo hemos hecho ya y lo vamos a hacer otra vez, cueste lo que cueste.

Se bebió un trago largo del Rives-Cola y le pareció ver la Luna brillar a través de la pared del skybar. Llegó a la conclusión de que el fútbol, en realidad, era lo de menos. Cerró los ojos y vio un inmenso Galeón de Manila rasgando la tela verde de croupier del rectángulo de juego del estadio y atravesando el Bernabéu como si fuera una ola gigantesca del Pacifico. Llevaba las velas blancas, blanquísimas como la ropa tendida al sol. Pensó en su abuelo y, para sus adentros, le dijo: Feliz Navidad. Abrazó al hombre flaco del sombrero y se pidió otra copa.

Getty Images.

Ver detalles de la publicación