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REVISTA PANENKA

·24 de abril de 2025

Un gol por encima de Dios

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Es una de las escenas más bellas y despampanantes de The Young Pope: Angelo Voiello, aficionado del Nápoles y secretario de Estado del Vaticano, por este orden, recibe en su despacho la visita de un jefe de policía, que nada más tomar asiento le pregunta a su interrogado si sabe por qué está allí. Entonces, el cardenal, al que ya no hay pecados que lo cojan en fuera de juego, se precipita y le suelta que él no quería protagonizar ningún altercado en el restaurante Er Core de Roma, pero que mientras estaba comiendo el propietario afirmó que Maradona todavía se drogaba, y él tuvo que salir al paso diciéndole que no se atreviera “a pronunciar el nombre de Dios en vano”. La cara del comisario es un poema de Dante: en realidad él solo quería saber si conocía a Tonino Pettola. Durante la promoción de esa misma serie, Jude Law, el encargado de dar vida al pontífice, también tuvo palabras para el balón, cuando reveló que, mientras ensayaba los rezos de su personaje, extendiendo los brazos con armonía e inclinado la barbilla hacia el cielo, Sorrentino le sugirió que imitara la forma en que Rooney celebraba sus goles con el Manchester United. Cuando alguien dice que Dios está en todas partes, se le olvida que hay otra cosa que es aún más omnipresente: el fútbol. Un fenómeno que se parece a la religión en su modo de volverse irresistible: se manifiesta los domingos, interrumpe la realidad, ciega a la gente, llena un vacío. Y se cuela por cualquier rendija. Un gol es el único hecho que puede cambiarle la semana por igual a una baronesa, a un ministro, a una farmacéutica y a un barrendero. Se canta hasta en las basílicas. Estos días se está escribiendo mucho sobre la biografía del Papa Francisco. Hay quienes se centran en su relación con el fútbol, por la pasión que sentía por San Lorenzo de Almagro. En un reportaje de El País, Javier Lorca apuntaba que en el barrio de Flores de Buenos Aires hay una placa en una plazoleta que recuerda los partidos que jugó en la calle cuando aún era un crío. Esa inscripción demuestra que, antes de descubrir la fe, Jorge Bergoglio fue un niño que perseguía una pelota. Y eso también es, de alguna manera, una victoria divina.

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