
La Galerna
·7 de junio de 2022
Un coloso flamenco

In partnership with
Yahoo sportsLa Galerna
·7 de junio de 2022
El sábado 28, en París, el Madrid lo volvió a hacer, entre otras muchas cosas gracias a que en la portería tuvo a un coloso que repelió los innumerables intentos del Liverpool por meter un gol. La actuación de Thibaut Courtois en el Stade de France fue de esas de las que se seguirá hablando incluso cuando el fútbol haya dejado de existir, un partido perfecto que superó al de Casillas en Glasgow, en el 2002, porque además de consistir no en tres paradas milagrosas sino en 95 minutos de ejercicio gimnástico impecable, culminó con él toda una Copa de Europa mayestática. Courtois, así, volvió a dejar claro que el fútbol, entre todas sus grandezas, cuenta con una no menor ni poco relevante que es la de dejar en ridículo a quienes hablan de más, como en este caso a mí mismo. Por lo que este texto que aporreo ahora contra las teclas de un ordenador prestado debe considerarse, por encima de todo, una retractación.
Courtois es el ejemplo más patente de que muchos grandes futbolistas tienen que vestir la camiseta blanca para alcanzar, de verdad, ese grado de excelencia que los catapulta directamente a la posteridad
Para definir al Real Madrid, para entenderlo y explicarlo a los demás, a menudo no queda sino recurrir a la literatura, al cine o al arte. En concreto, la historia de la Copa de Europa número 14 puede contarse yendo al Museo del Prado. Allí, donde Goya, puede encontrarse una pintura extraordinaria llamada El Coloso. En ella, el genio aragonés narra mediante una sutil alegoría cómo el Real Madrid Club de Fútbol se apropió del continente europeo y destruyó a sus enemigos en santa cruzada, derruyendo sus esperanzas y convirtiendo a sus seguidores en legiones famélicas de individuos atenazados por el miedo y la miseria. El Coloso de Goya es, además, Thibaut Courtois.
A Courtois, de chaval, lo apodaban El Pulpo. El Liverpool descubrió el otro día por qué. Sus padres, que fueron jugadores de voleibol semiprofesionales, quisieron que su hijo también lo fuera, pero el chico salió más interesado en el fútbol. Nació en Breé, joya de La Campine, la Campiña flamenca, que se parece poco a la italiana pues las crónicas medievales la describen como una llanura desolada, infértil, habitada sólo por monjes y campesinos pobres. Es la Flandes del barro y la guerra de El sol de Breda de Pérez-Reverte. Región dividida históricamente entre las Provincias Unidas protestantes y los católicos Habsburgos, quedó ligada a Francia hasta la creación del moderno reino belga, por eso Courtois es un apellido francés en medio del páramo neerlandés. En el equipo de una de sus ciudades, el Racing de Genk, entró Courtois con ocho año para salir de él campeón de liga con 18.
la historia de la Copa de Europa número 14 puede contarse yendo al Museo del Prado. Allí, donde Goya, puede encontrarse una pintura extraordinaria llamada El Coloso. El Coloso de Goya es, además, Thibaut Courtois
Cuando el Madrid se lo compró al Chelsea, a mí me gustaba más Keylor Navas. El portero que salía en un jeroglífico maya era el portero de las tres Copas de Europa seguidas. Era el portero-jerarca, el portero de las apariciones marianas en las eliminatorias donde el Madrid de Zidane caminaba sobre las cabezas de los mortales haciendo funambulismo, con los ojos cerrados, pues lo guiaba la Historia. Courtois llegó en un mal verano y se comió un primer año terrible, el año de Lopetegui y de Solari, el año en que las ausencias, de Zidane y de Cristiano, fueron dos cráteres de dimensiones lunares que ocuparon toda La Castellana y no dejaron crecer la hierba. Llegó con su pasado atlético a cuestas, su cara descompuesta, el trabajo de tapar los agujeros de la peor defensa de la élite en la peor temporada del Madrid en diez años como poco. Llegó también para ser titular en una plantilla llena de personalidades carismáticas en la que todavía contaba, como suplente por designio directo de las alturas presidenciales, el portero que acababa de hacer historia con todos los demás. Esas dualidades siempre presagian desastres.
Después volvió Zidane y a Courtois se le despejó el camino. Dije cosas terribles sobre él, exhibiendo mi infame condición de tuitero, pero como suele ocurrir con los tuiteros, Don Fútbol pone a cada uno siempre en su sitio. La transformación de Courtois ocurrió una tarde de otoño, precisamente en la Copa de Europa y precisamente frente a un equipo flamenco, el Brujas, que se puso 0-2 en el Bernabéu metiéndole dos goles al por entonces vacilante y dubitativo gigante belga que en nada recordaba al titán que había ganado la Liga con el Atlético y que luego se había convertido en el mejor portero de la Premier inglesa. Courtois abandonó el partido en el descanso, aquejado de una gastroenteritis, y con todo lo demás, Courtois evacuó sobre todo el miedo. Fue una gastroenteritis catártica, o una catarsis gastroenterítica. Aquella catarsis, que en griego significa purificación y que alude precisamente a la purga, limpió sacramentalmente a Courtois de cualquier resto del pasado que enturbiara su ambición de ser el mejor portero del Madrid moderno. Volvió recuperado al cabo de un tiempo, retuvo la titularidad, empezó a parar como un frontón de pelota vasca y ganó la Liga del Coronavirus. Desde entonces, sólo ha crecido.
No es que el Madrid sea el lado bueno de la Historia, es que es la Historia
Courtois es el ejemplo más patente de que muchos grandes futbolistas tienen que vestir la camiseta blanca para alcanzar, de verdad, ese grado de excelencia que los catapulta directamente a la posteridad. Equipos grandes hay muchos, equipos grandes que ganen Copas de Europa, también, aunque no tantos, pero equipos en los que cada Copa de Europa es un desafío permanente a las leyes que rigen el Universo y que delimitan lo posible de lo imposible, sólo hay uno. No es que el Madrid sea el lado bueno de la Historia, es que es la Historia. El Madrid la escribe, los demás anotan en los márgenes, intentan emborronar la página y en ocasiones lo consiguen, pero todos trabajan sobre el mismo libro, que es propiedad del Real. El Madrid hace leyenda al segundo portero de la Unión Deportiva Levante y el Madrid le consigue un supercontrato en el PSG. El Madrid transforma a promesas de la Ligue 1 y a talentos sin cuajar del Tottenham en futbolistas generacionales, en símbolos populares, en evocaciones infinitas de todo lo luminoso y bello que puede producir el hombre si tiene la motivación adecuada, el estímulo justo y vive en el entorno correcto. Todo eso es el Madrid.
Será recordado como el mejor después de Casillas y Buffon y tiene por delante otra década completa para seguir ganando con el Madrid y sublimarse todavía más, alcanzar el nivel de Cristiano y de Messi, hacerse con el cetro de mejor portero del siglo XXI
Courtois era un portero ejemplar en el Chelsea, ejemplar en el sentido de modélico, un portero pura academia: altísimo, agilísimo, bueno con los pies (es decir, moderno), intuitivo en los penaltis, dominante por arriba. Cumplía con el canon, pero el canon solo no basta en el Real, que es quien redacta los cánones y el que, también, los destruye de un plumazo para recoger del suelo los pedacitos y juntarlos y crear una nueva pieza jamás antes vista. Courtois tenía un defecto propio de los porteros muy altos y es que por debajo era un coladero, Messi se puso las botas colándole balones por entre las piernas en todos aquellos Barcelona-Chelsea que jalonaron con pura chatarra los últimos años del 10 argentino como futbolista azulgrana. Eso también lo ha corregido en el Madrid, abordando a los delanteros de otra manera, haciéndose más plástico, lo vimos en la parada memorable que le hace a Grealish justo antes del 1-1 de Rodrigo contra el City. Courtois maneja ahora todo su cuerpo como si fuera un órgano creado ex profeso para impedir que los balones entren en el espacio comprendido por los postes y el travesaño. Es una máquina perfecta.
Este año, por si fuera poco, Courtois ha jugado con un nivel de motivación extraordinaria, por encima de lo normal. En París parecía un iluminado. Su final es la final que lo eleva definitivamente a un Olimpo escogido. Ya no será recordado sólo como un gran portero en una época de grandes porteros. Será recordado como el mejor después de Casillas y Buffon y tiene por delante otra década completa para seguir ganando con el Madrid y sublimarse todavía más, alcanzar el nivel de Cristiano y de Messi, hacerse con el cetro de mejor portero del siglo XXI. Yo con este texto le quiero pedir modestamente perdón, en la medida de mis posibilidades y en la medida en que un diletante que opina de fútbol puede aprehender que es inabarcable todo lo que ignora. Yo me siento muy feliz no sólo por ello, no sólo porque el Madrid siga ganando cosas y que las gane por encima de lo racional, sino por descubrir que ante el misterio sólo cabe plegarse y agradecer que uno es testigo. Como en ante el amor.
Getty Images.