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La Galerna

·11 de octubre de 2022

Tutto passa

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No nos ha dado lugar siquiera a darnos cuenta y ya tenemos encima otro Real Madrid-Barcelona. Reconozco que últimamente, al menos para mí, estos partidos son agotadores, mucho más que hace diez años porque hace diez años eran de verdad. En aquella época sublime y dramática los clásicos se convirtieron en superproducciones de Hollywood y aquella majestuosidad se ha ido degradando, sin perder volumen. De modo que ahora los Madrid-Barcelona son secuelas como esas que la Marvel va sacando a cada poco, sucedáneos con los que agotar una veta de oro hasta que ya no quede nada. Del magnífico estruendo de la era guardiolista y mourinhista sólo queda la aparatosidad. Todo es ampuloso y chiringuitero, falsario y global, que no universal. Como todo se renueva cíclicamente, sin Messi ni Zidane, ni Cristiano ni Alves, ni Guardiola, ni Ramos, ni tampoco Casemiro, este partido está a la espera de propiciar un nuevo choque de dimensión cósmica que supere el actual blandiblú publicitario en que lo ha dejado la resaca de la gran ola. Y que me vuelva a enganchar.

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Hasta lo de Clásico ya no tiene sentido. El argentinismo tenía gracia como proyección borgiana en un momento en el que se enfrentaban dos teogonías, dos sistemas con sus dioses, sus demonios, sus profetas y sus próceres. El Madrid-Barça era el enfrentamiento eterno del bien contra el mal continuado por otros medios que implicaban dramaturgia, propaganda, guerra, intoxicación, anticipo de cambios sociales. Reflejaban terremotos que sacudían el país desde lo profundo hasta la superficie. Ponían a España en la cartelera más solicitada del Broadway del mundo: todos miraban hacia aquí, todos querían estar aquí, todos querían ser y participar de aquí. Todo eso es pasado, humo. Ya ni siquiera es el mejor partido que se puede ver. Todo suena repetido, a disco rayado. Antes, el “Clásico” era, por lo menos, el “partido del siglo”, y esa rimbombancia, ahora, se echa de menos. Era como más inocente. Ahora que estamos al final de todas las mentiras con las que fuimos creciendo y viviendo a lo largo de la España de finales del siglo XX y del principio del XXI, ahora que ya le hemos visto el cartón a todo eso y que conocemos la burda tramoya de las cosas que nos dijeron que eran graves y definitivas, Cataluña ni siquiera está a una goleada histórica del Barcelona en el Bernabéu de conseguir la independencia.


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El Madrid-Barça era el enfrentamiento eterno del bien contra el mal continuado por otros medios que implicaban dramaturgia, propaganda, guerra, intoxicación, anticipo de cambios sociales

Los madridistas hemos sufrido en todo ese tiempo incontables bailes, paseos, humillaciones y palizas del Barcelona en el Bernabéu. 2-6, 0-4, 0-3, 1-3. No ha pasado nada. Al contrario, el Madrid ha salido de todas ellas más fuerte, más dominador, con más títulos: más Madrid. Para el barcelonista más recalcitrante, la cosa debe resultar demoledora. Es como intentar exterminar una plaga de cucarachas nucleares cuyo poder de reproducción es, además, atómico. Lo normal es que se pierda ímpetu, se enfríen las ganas. Por las dos partes.

El “Clásico” se ha transformado en lo que decía Marx de la Historia, que primero se repetía como tragedia y después, como farsa. Ahora es una parodia de lo que fue. El último sirvió para que el Barcelona lo ganara bien y se quedara contento. Un mes después el Madrid ganó con holgura la Liga y a las semanas, la Copa de Europa número catorce, mientras que en Barcelona contaban la tercera temporada consecutiva sin ganar absolutamente ningún título. Sin embargo, allá estaban muy contentos: el 0-4 había sido para ellos el premio especial del público. Se habían exhibido en el Bernabéu ante un Madrid de negro japonés plagado de suplentes y con Ancelotti de mecánico, cambiando de sitio piezas del coche. Los periodistas ingleses y el millón de youtubers y twitcheros colombianos, árabes e indonesios que habitan la infraweb tuvieron highlights de sobra para presumir de Xavineta al menos por un año y el propio Xavi Hernández ganó crédito como entrenador para continuar como poco una temporada más al frente del equipo de un club en ruinas. El barcelonismo, como un todo, asumió en una noche su papel secundario en la historia del fútbol mundial, abominó del progreso más o menos ininterrumpido que ha vivido desde Cruyff y regresó al trastero de los perdedores festejando como una copa una victoria intrascendente sobre el Madrid en el campeonato nacional de Liga.

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A las grandes conmociones le suceden períodos de inanidad, confundida casi siempre con la paz y con la tranquilidad. Lo enseña la Historia. La década que fue del 2009 hasta la pandemia, febrero del año 2020, cambió el destino de este juego e inauguró un tiempo nuevo para todos. De los estertores del monstruoso parto salió un Real Madrid robustecido, más fuerte, retoñado sobre su propio tronco, gracias en gran medida a la presión darwiniana terrorífica al que el entorno del mundo lo sometió durante un lustro. Esa presión agotó al Barcelona, desmedrándolo como organización humana. No se puede olvidar, empero, que ya era una institución sostenida por raíces podridas, aliada inseparable de un movimiento político totalitario y portavoz de la peor propaganda soportada por una opinión pública en la historia contemporánea de Europa occidental.

El último "Clásico" sirvió para que el Barcelona lo ganara bien y se quedara contento. Un mes después el Madrid ganó con holgura la Liga y a las semanas, la Copa de Europa número catorce, mientras que en Barcelona contaban la tercera temporada consecutiva sin ganar absolutamente ningún título

Como accidente histórico que es, el Madrid batió sus alas de espadas de plata pura y escapó de la lobreguez general en que se sumió el país durante ese tiempo. Voló tan alto que no sólo alcanzó su lugar por derecho de conquista en el Olimpo del fútbol y de la memoria universal sino que se superó a sí mismo: el único rival a batir para el Real es su propio pasado, su reflejo en el espejo. No obstante, el proceso natural de las cosas continuó su labor en Cataluña, donde todo se ha degradado a una velocidad de vértigo en los últimos diez años. El Barcelona, como quintaesencia de la catalanidad oficial, se fue diluyendo por el sumidero moral igual que casi todo lo que allí fue levantado una vez por la burguesía industrial, la clase dirigente. Y el agujero en las cuentas creció tanto como permitieron las tragaderas de quienes miraron hacia otro lado hasta que el otro lado, como un mueble roído por la carcoma, se les vino encima. Los clásicos fueron perdiendo nivel conforme el Barcelona se iba reduciendo a un ogro doméstico sin dientes allende los Pirineos. El Madrid dejó de pelearlos como si de una batalla definitiva por la salvación de Occidente se tratara: la gloria ya no estaba al otro lado del Ebro, sino en el corazón de esa antigua idea de Europa que aún pervive en algunos corazones puros “con la luz viva de las horas viejas”, como decía Lorca de las canciones del pueblo.

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El Madrid, que es el último orden genuinamente aristocrático, en sentido grecolatino, que queda en el mundo, se mantuvo en pie y soportó la tormenta asegurando, lo primero, la decencia. El Barcelona acudió a un prohombre de su último pasado radiante para libertarse de todas las oscuridades que lo rodeaban. Y Laporta, como genio del mal que es, diablillo de las catacumbas y del enredo político barcelonés, está desplegando toda su astucia y toda su audacia para atravesar la ciénaga agarrado a algo sólido que le permita ubicarse en el futuro inmediato del fútbol mundial, que está en plena reorganización. Una de esas cosas sólidas a las que se aferra es el propio Madrid. Afirmando la amistad institucional de conveniencia del Barcelona de Laporta, Florentino gana un aliado con prestigio en su guerra vietnamita contra la UEFA y Qatar. Pero eso mismo nos habla de que vivimos un tiempo distinto, en una transición hacia alguna parte en la que lo que ocurre en el tapete verde, entre los dos equipos, sólo puede ser ya alimento para la cabaña bovina chiringuitera y tuitera.

El Madrid dejó de pelear los "Clásicos" como si de una batalla definitiva por la salvación de Occidente se tratara: la gloria ya no estaba al otro lado del Ebro, sino en el corazón de esa antigua idea de Europa que aún pervive en algunos corazones puros “con la luz viva de las horas viejas”, como decía Lorca de las canciones del pueblo

Los Madrid-Barça, como digo, necesitan de otro príncipe salvado que los saque de las tinieblas. En el mejor de los mundos posibles que imaginaron los grandes magnates, esos príncipes iban a ser, uno por cada lado, Mbappé y Haaland. Pero se ha demostrado quijotería inconsistente. Las cosas son como son y da lo mismo pensar que podrían ser de otra manera. El Madrid, deportivamente, futbolísticamente, está ya al otro lado del tiempo, se ha liberado de las ataduras implacables del presente y del ayer: es el dueño del mañana, porque es el dueño de la Historia. Es la Historia escribiéndose a sí misma. ¿Qué importa ya, a estas alturas, ganar o perder un partido o una liga contra el Barcelona? Nada tiene importancia. Como reza el tatuaje del viejo napolitano al que ha puesto de moda un fotógrafo en Instagram, tutto passa.

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Getty Images.

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