Tavares y una señora de Murcia | OneFootball

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La Galerna

·13 de junio de 2024

Tavares y una señora de Murcia

Imagen del artículo:Tavares y una señora de Murcia

Walter Samuel Tavares da Veiga nació en Maio, Cabo Verde, un 22 de marzo de 1992. Mejor dicho, el 22 de marzo de 1992, porque cada día es único (salvo para Bill Murray y demás intérpretes de Groundhog day).

Su familia estaba un poco preocupada con él, porque a pesar de su bondad no paraba de crecer y, por tanto, comía mucho. Alimentarlo era más oneroso que echarle gasolina a un Mustang V8 de 7,3 litros de cilindrada. Cada vez que el chico volvía de jugar con los amigos se apretaba cuatro o cinco bocadillos de salchichas, tres plátanos y cinco nísperos, con hueso y todo, tal era su potencia.


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Sin embargo, la vida comenzó a cambiar una jornada que el comerciante alemán vecino de los Tavares que les surtía de bratwursts medió para ponerlos en contacto con la cantera del Club Baloncesto Gran Canaria. Edy Tavares medía 2,20 metros altura —o 2,21 los días impares— y pesaba como 25 balones medicinales de 5 Kg. A partir de ese instante, la carrera deportiva de Tavares despegó, en pocos años se vio jugando en la mismísima NBA y cambió las bratwursts por chistorra navarrica, de importación, eso sí, porque estaba en los USA.

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A pesar del honor de ser el primer caboverdiano en disputar la liga estadounidense, Edy sentía un vacío interior. No supo cómo llenarlo hasta que se cruzó el Real Madrid en su vida en 2017 y comprendió que era la pieza que le faltaba para realizarse. Además, en la aduana norteamericana cada vez le ponían más trabas para permitir el paso de la chistorra y en la capital de España ese problema se esfumaría.

Tavares pronto se convirtió en un ídolo para la parroquia blanca y en una suerte de Vinícius del baloncesto, en el sentido de jugador determinante que cada partido sufre una lluvia de palos habitualmente no castigados por los árbitros.

Edy era feliz y su castellano espléndido, como el de cualquier getafense, por ejemplo, pero su sueño siempre fue alcanzar la excelencia en la lengua de Cervantes y con objeto de lograrlo decidió viajar con regularidad a Murcia. Siempre que se desplazaba a la ciudad del Segura se alojaba en la pensión de la Bernarda, exiliada de Alcorcón, que mantenía la fonda limpia como el jaspe y trataba con familiaridad a los hospedados, virtudes muy apreciadas por Tavares.

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Si bien no se enamoró de la hija de la dueña por hallarse felizmente casado y porque el fin de sus visitas no era pecar, el madridista sí entabló amistad con ella, extrabajadora de Galerías Preciados, y cada vez que el Real Madrid se desplazaba a la ciudad para jugar contra el UCAM, la señora de Murcia asistía como público y se sentaba detrás del banquillo merengue para comentar el transcurso del encuentro con Tavares durante los momentos que este no se hallaba en pista.

Así, grosso modo, transcurrió la vida hasta que nos plantamos en el tercer partido de la final de la liga Endesa entre madrileños y murcianos. Los blancos se presentaban con una ventaja de 2-0 y la posibilidad de finiquitar la serie por la vía rápida para hacerse con la liga número 37 de su historia, la cuarta para Edy. Al otro lado del campo se encontraba el equipo de Sito Alonso, y ante su público no tenía la intención de poner las cosas fáciles al Madrid.

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La señora de Murcia se ubicó, como es costumbre, a espaldas del entrenador madridista y los jugadores suplentes, y asistió con júbilo al primer tiempo de su equipo, porque pese a su amistad con Tavares es una pimentonera de aúpa. 40-32 lucía el electrónico a favor de los locales al descanso.

Mas un tercer cuarto portentoso del Real Madrid propició la remontada y situó a los de Chus Mateo diez arriba al finalizar este. Andrés Torres resumió de manera espléndida lo sucedido ayer sobre el parquet en su crónica.

Cuando restaban 4:40 para concluir y con el marcador 67-74, se produjo la imagen curiosa de la noche. Morin había cometido la quinta falta personal sobre Poirier y el francés se encontraba en la línea de tiros libres, ya había encestado el primero. La realización cambió de plano y nos mostró a la señora de Murcia dirigiéndose a Tavares, que en ese momento se encontraba en el banquillo, mandándolo callar con el consabido gesto conocido por todos gracias a aquella enfermera que con el mismo pedía silencio en un cartel rotulado «Por favor» en los centros médicos de la España de Adolfo Suárez, Torcuato Fernández Miranda y compañía.

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El pívot madridista intercambió pareceres con la señora de manera calmada, como era de esperar dado el aprecio mutuo que los une. No faltó quien especuló con que Tavares quizá había hecho un comentario referido a la reciente eliminación por faltas del jugador del UCAM y la señora de Murcia lo instó a guardar silencio. Nada más lejos de la realidad.

Lo que aconteció fue un debate a resultas de una controversia gastronómica surgida entre ambos, bajo la atenta supervisión de Rudy Fernández, que, prudente como es, no quiso meter baza ni posicionarse a favor o en contra de ninguno.

—Lo mejor para reponerse de un esfuerzo físico es un buen plato arroz a la cubana con chistorra navarrica —defendió Tavares ante la señora de Murcia mientras Porier era objeto de falta.

—Ni hablar, donde esté el zarangollo murciano que se quite todo lo demás —respondiole la mujer.

—Pero cómo va a ser más apropiado el zarangollo si, aunque lleve huevo como fuente de proteínas, el resto de ingredientes son de la huerta, faltando, por tanto, el necesario aporte de hidratos de carbono tras el ejercicio.

—Está equivocado —se tratan siempre de usted a pesar de la confianza, la finura de maneras es esencial para los dos—, el zarangollo puede llevar patata, fuente de energía desde tiempo ha.

—Permítame insistir en mi tesis, señora de Murcia. Otrosí, le adelanto que cuando finalice el encuentro ingeriré arroz a la cubana con chistorra para reponer mis reservas.

—¡Pero acho, pijo! Usted se viene a la pensión y se come el zarangollo que en estos momentos está preparando la Bernarda. ¡Y a callar!

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Agradecimientos a Luis Montero Manglano, autor de la frase que da título al presente artículo.

Getty Images.

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