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·31 de mayo de 2023
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José Mourinho puso en duda en la previa de la final que la Roma tuviese más presupuesto que el Sevilla. Que los jugadores de Mendilibar ganasen poco. Frivolizó con el sueldo un tipo que es el octavo entrenador mejor pagado y que se levanta 9,2 millones de euros al año. Por ser finalista de Europa League y sexto en la Serie A.
Hace tiempo que el portugués pasó a dirigir un escalón por debajo de la élite en los banquillos -entendida como tal los equipos más importantes de Europa- pero sigue cobrando como si estuviese peleando cada día con los mejores. Mientras, un tipo con pantalón de chandal y un polo del club, que no presta ni un segundo de su atención a su imagen a nivel mediático, le remontó la final de Budapest. A ambos les separaban apenas unos metros en el campo pero la distancia en su modo de entender este deporte, seguramente, es de miles y miles de kilómetros.
A casi tres mil de esos kilómetros de distancia alcanzó la gloria el Sevilla. Por séptima vez, que no es poco. Y lo hizo agarrado a su espíritu indomable, a los milagros de Bono, la figura gigante de Rakitic y el penalti decisivo de Montiel. Ese que también le dio un Mundial a Argentina.
No hay hazaña exenta de una obra milagrosa. No hay un título en el que el ganador tenga un momento donde su portero saque una mano imposible. Y eso sucedió con el Sevilla en Budapest. A cinco minutos del final, una falta ejecutada con picardía por los de Mourinho dejó a Belotti frente a Bono. La volea fue adecuada, en potencia y dirección, pero la mano de Bono no entraba en el guión. Quizá sí en uno de ciencia ficción. Porque la parada fue casi irreal. Tanto o más que las dos paradas desde los once metros a Mancini e Ibañez.
El Sevilla sacó su orgullo cuando el partido se puso feo. Carácter de campeón. Y lo hizo liderado por un Rakitic al que muchos habían jubilado y que demostró, una noche más, que los superclase pueden jugar hasta que ellos decidan. Y eso que perdió el balón que desembocó en el tanto del equipo italiano. Pero al filo del descanso, con la zurda, sacó un latigazo que solo el palo pudo frenar. Después vino su dirección, su templanza, la calidad en el pase para superar líneas, el oficio para recuperar… una exhibición del croata. Qué futbolista.
Se dice que el Sevilla es a la Europa League lo que el Madrid a la Champions. O lo que es lo mismo, que a ambos les acompaña, además de un gran equipo y mucha experiencia, un toque mágico que les ayuda en los momentos delicados. Cuando todo parece perdido, ese movimiento de varita obra el milagro. En Budapest lo hizo un centro de Navas que Mancini se metió en su portería. A partir de ahí, la final fue otra.
The Special One es natural de Zaldibar y viste chandal. Don José desde la noche de Budapest para los sevillistas. Recogió los pedazos de un equipo roto y lo recompuso hasta llevarlo a la gloria. Su triunfo es el del entrenador modesto, a veces tan denostado y apartado de estos focos. Su éxito es una llamada de atención a los directores deportivos. Apuesten por quienes se curten en los campos de regional y van subiendo categorías. Olvídense de nombres, fíjense en el trabajo y la trayectoria. Mendilibar es puro fútbol. Y es producto nacional. Démosle el valor que se merece.
Fue duda hasta el último momento pero Dybala llegó a tiempo para dejar su sello en la final. El argentino no perdonó en su primera ocasión ante Bono y siempre fue un incordio para la zaga sevillista. En las finales normalmente deciden los grandes jugadores, y el argentino no hay ninguna duda que lo es. Luego se vino abajo y acabó sustituido.
Un penalti que parecía ser pero no fue
A cuarto de hora para el final, el Sevilla vio por un momento como el título se acercaba de forma descarada. Un buen giro de Ocampos acabó con una entrada de Ibañez y la caída del argentino al verde. En directo, penalti. Así lo vio también Taylor, que poco después hizo bien en corregir tras ser asistido por el VAR. La jugada, eso sí, rozó la ilegalidad. Algo más polémica fue la mano de Fernando minutos más tarde. Aunque tampoco fue castigada con la pena máxima.
La mente de los sevillistas, en una noche como la de Budapest, estuvo en un primer momento con Sergio Rico. Los jugadores salieron con camisetas de apoyo al exguardameta del Sevilla, que vive un partido mucho más importante y del que todos esperamos que salga con una rotunda victoria. Gran detalle el de los hombres de Mendilibar.
/Marca