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La Galerna

·16 de junio de 2019

Sergio Ramos y Pilar Rubio: madridismo nupcial

Imagen del artículo:Sergio Ramos y Pilar Rubio: madridismo nupcial

Yo nunca pensé que un tupé pudiera ser más alto ni más resistente que el de Marcos Llorente. Pero llegó Sergio Ramos en el día de su boda y no sólo dejó a Marcos Llorente peinado como si fuese Rodolfo Valentino, sino que parecía la mismísima Kirsten Dunst en María Antonieta, en aquella escena en la que le ponen una torre de postizos.

Postizo no es el pelucón de Ramos, desde luego, aunque a veces, como ayer, parece inverosímil. Aquel tupé subía y subía y luego sus guedejas, desde lo alto, mirando de tú a tú al campanario de la Giralda, bajaban como ríos hasta el cogote igual que si este fuera una desembocadura.


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Si lo mirabas de frente parecía Val Kilmer en Top Gun. Si lo mirabas de un lado era Luis Miguel. Del otro Ricky Martin, y de espaldas era David Beckham con un castor en la cabeza. Sólo en los movimientos, en el transcurso de ellos, parecía Sergio Ramos. Es lo que pasa cuando no lo ves correr y pelotear.

A uno que sí reconocí fue a Marco Asensio a pesar de la corbata. O a lo mejor por ella. El carisma con chaqué y sin él era del mismo estilo. Una cosa anodina de quien va a una boda igual que a por una pelota o con una pelota. Yo en otro tiempo lo hubiera imaginado impecable y apuesto, pero la realidad es que lo vi posando con las manos en los bolsillos. Y con esa corbata.

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Todo lo contrario, es lo que vi en Joaquín. Me refiero a la personalidad. Transparente en Asensio y berenjena en Joaquín. El caso es que deslumbraba no por el color del traje sino por el blanco cegador de sus tobillos sin calcetines, con los pantalones casi cortos, casi de futbolista. El tema de los pantalones de los trajes, chaqués y esmóquines es un problema hoy en día.

El pitillismo ha asolado el mundo pantalonil. A la moda masculina en general. Ya no hay traje, chaqué o esmoquin no afectado por pitillismo. Yo veo hoy en día a un hombre con traje sin pitillos y me mareo como si hubiéramos cambiado de época, o como si me hubieran metido en Eton o en un carro de fuego.

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Otro problema de los pantalones es el largo. Estaba mirando a ver si alguno de los invitados acertaba, pero apenas alguno lo conseguía. Casi todos fallaban por exceso o por defecto. A Lucas Vázquez se le caían los pantalones como si llevara calentadores, o dos acordeones, en las pantorrillas. Y no era el único. A Butragueño casi le hacían desaparecer los pies. Unos pies, los de Keylor, que hubiera preferido no mirar.

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Nacho iba bien, más o menos, para mi gusto, claro: la altura y la anchura de los pantalones, la seriedad de la corbata, el tamaño de la chaqueta... Los tamaños de las chaquetas son otro aspecto a revisar. A Jordi Alba, el gran actor, su chaqueta lo embutía en su cuerpecillo roedor, mientras otros, como Roberto Carlos, la llevaban en modo poncho.

A Busquets, ese otro magnífico intérprete (había un buen número de invitados de la farándula), le intensificaba su cada vez más notorio parecido a Fred Gwynne. Morata, por otro lado, había venido como si lo esperasen luego a cenar a bordo del Titanic. Y es que parece ser que no hicieron mucho caso al protocolo requerido.

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Oí decir que las invitadas no podían ir ni de blanco, ni de negro, ni de rosa, ni de naranja, ni de verde. Y allí que se presentó Victoria con los zapatos fucsias y el vestido blanco, acompañado de su perfecto David de Miguel Ángel, que nunca desentona sino todo lo contrario. Viendo Telecinco (dura es la vida del cronista amarillo), escuché cómo empezaban a mofarse los comentaristas de una invitada vestida totalmente de fucsia, hasta que se dieron cuenta de que era Nati Abascal, y entonces empezaron a hablar de lo elegante y maravillosa que iba.

Eso es como si en la Cope ven a un futbolista fallar un gol cantado y empiezan a reírse con ese humor tan fino suyo, hasta que descubren que es Messi y entonces empiezan a balbucear y a hablar de Dios y cosas así.

Si la heterogeneidad (el cachondeo, diría yo) ha asaltado hasta al chaqué, podemos decir que estamos perdidos; por ejemplo, viendo sobresalir el chaleco de Llorente como si llevara algo escondido en esa tripa llena de bachecitos rojiblancos, o viendo desfilar esos azulones de moda invadiéndolo todo, como los de Lukita, Kovacic o el hermanísimo René.

El chaqué siempre fue una chaqueta, o levita, negra y unos pantalones grises a rayas. Lo que vino después casi ha sido la colección de cortes de pelo de Ramos, el novio. Y así estamos luego en las bodas, sobre todo en algunas, que la heterogeneidad casi se convierte en fauna, no en vano ayer en Sevilla estaba invitado Calcetines, quien posaba luciendo sus característicos morritos, venido desde las legendarias llanuras del Cherengueti.

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La gente acordonada a lo lejos gritaba: ¡Hormiguero, hormiguero!, y, al parecer, las cartas y las invitaciones estaban impresas sobre negro y decoradas con unicornios. Ese fue el motivo por el que Fredo Gwynne (Fredo, no Fred, el antepasado de Busquets) y yo declinamos la amable invitación como cazadores de unicornios. No hubiera sido apropiado. Fredo ya está por esas playas de España batiéndose sin cuartel, así que de cualquier modo le hubiera sido imposible asistir.

Además, aquí en La Galerna huimos un poco del negro. Quizá porque somos muy blancos, tanto que Nacho Faerna se preguntaba, sin comprender absolutamente nada, por qué la novia en lugar de un ramo de flores llevaba un manojo de mejillones. Ya te lo digo yo, Nacho, eran flores, más en concreto calas, y negras porque la novia, Pilar, es rockera y le gusta el negro de los rockeros.

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Luego les preguntaron a los novios (a los que deseo mucha felicidad) por el viaje y dijeron que aún no lo sabían, pero que seguramente fuera a Asia, donde está China, por cierto. No sabemos si actuó al final AC/DC en la fiesta, aunque nosotros hubiéramos preferido a New Order o a The Cure, por ejemplo, si es que a alguien le interesa saberlo.

Una curiosidad es que el marido de Niña Pastori, que sí cantó en la Catedral, se llama Chaboli; y ya que estoy finiquitando la crónica, como si fuera una faena entre manoletinas y remates, les diré que el que más guapo iba era Florentino (llámenme con todas sus fuerzas oficialista, por favor), con todos esos fichajes (y los que quedan) colgándole relucientes de la pechera, como si en vez de chaqué (llevaba uno como Dios manda) luciera uniforme de general con charreteras.

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