REVISTA PANENKA
·9 de enero de 2025
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“¡Brasil está de rodillas, Serbia es campeona del mundo!”. Es 20 de junio de 2015 y la prensa serbia amanece con la gesta que su selección masculina sub-20 acaba de consumar en la otra cara del mundo, en el Mundial de Nueva Zelanda. Saturadas de elogios, las crónicas relatan cómo las ‘Águilas de Oro’ se han impuesto 1-2 a la intimidante pentacampeona —la ‘Canarinha‘ también tiene cinco coronas mundiales en esta categoría— en la final del torneo, gracias a un gol agónico en la segunda parte de la prórroga nacido de una contra vertiginosa.
Aunque en Belgrado todavía es temprano, muchos aficionados ya salen a la calle a festejar el triunfo, y el centro de la capital no tarda en llenarse de cánticos, bengalas, petardos y coches que pitan y hacen ondear la bandera nacional desde las ventanillas. Incluso alguna cabecera habla de los jugadores en términos de “héroes de la nación”.
Algo similar, aunque no con tanta repercusión social ni mediática sucedió dos años antes, en 2013. Entonces, la selección masculina sub-19 salió campeona del Europeo de Lituania al derrotar en la final a la Francia de Maignan, Rabiot o Coman por 1-0. En ambas ocasiones la alegría estaba más que justificada, ya que por primera vez desde que se convirtió en un país independiente —en 2006 se disolvió el vínculo con Montenegro—, Serbia levantaba un título UEFA y FIFA respectivamente.
Tras lo dos éxitos sonados, la alegría estaba más que justificada, ya que por primera vez desde que se convirtió en un país independiente, Serbia levantaba un título UEFA y FIFA respectivamente
Inmediatamente se empezó a hablar de “generación dorada” y a dejar que la euforia inflase las expectativas. De hecho, ya en la rueda de prensa posterior a la final de Auckland, el seleccionador serbio y viejo conocido de la afición española, Veljko Paunović, aseguró que era “el momento de mirar hacia los próximos diez años. No creo que sea el último trofeo para esta generación”.
Muy pronto llegaron también las odiosas comparaciones con el único precedente de un triunfo así que existe en el fútbol balcánico: el Mundial Juvenil que ganó Yugoslavia en 1987 en Chile. Aquel otoño los ‘Plavi’ dominaron con autoridad toda la competición, primero superando con 12 tantos a favor y solo tres en contra la fase de grupos, para después apear con suficiencia en las eliminatorias a Brasil, Alemania del Este y Alemania Occidental.
En ese equipo tan bien estructurado tácticamente había un potencial técnico exquisito, y ya despuntaron algunas de las figuras que poco después se consagrarían en equipos de élite de las ligas más poderosas de Europa, como fueron los croatas Robert Prosinečki (mejor jugador del torneo), Zvonimir Boban y Davor Šuker, el montenegrino Predrag Mijatović, o el serbio Gordan Petrić.
Por desgracia, jamás se supo cómo habrían evolucionado esos jugadores en la selección yugoslava absoluta y qué actuaciones habrían firmado en torneos internacionales como la Eurocopa o el Mundial, ya que apenas cuatro años después de la final de Chile Yugoslavia comenzó a quedar despedazada por unas guerras que durarían una década y dejarían seis naciones distintas en el territorio de lo que antes había sido una sola.
Había equilibrio entre la calidad de jugadores más veteranos como Tadić, Matić, Kostić o Mitrović, y el talento de jóvenes como Milinković-Savić, Veljković, Jović o Radonjić. ¿Qué podía salir mal?
Con todo, para muchos en Serbia fue inevitable trazar el paralelismo entre aquel el equipo campeón en 1967 y la promesa del que había alzado la copa en tierras maoríes, sobre todo después de que la absoluta no fuese capaz de clasificarse para las Euro de 2008 y 2012, ni para el Mundial de 2014. Ese clima de esperanza tampoco era ajeno para los jóvenes integrantes del equipo: “Todo el mundo sigue hablando de la selección yugoslava que ganó en Chile, y sabemos lo famosos que llegaron a ser esos jugadores […] Creo que la nuestra puede ser otra generación especial”, declaró en esos días el central Miloš Veljković, uno de los jóvenes triunfadores en Oceanía.
Pero si en Tierra del Fuego brillaron los Boban, Šuker y compañía, ¿quiénes fueron los nombres propios que invitaron a soñar en Nueva Zelanda? Pues la estrella indiscutible fue el centrocampista Sergej Milinković-Savić —Balón de Bronce del torneo—, que unos meses más tarde fichó por la Lazio y en su día llegó a estar en las agendas de Liverpool, Manchester United, Juventus o Paris Saint-Germain.
Otro de los golden boys fue el extremo Andrija Živković. Apodado el ‘Messi serbio’, en Nueva Zelanda firmó dos tantos (uno de ellos fue votado como el mejor del torneo) y con 17 años se convirtió en el jugador más joven en debutar con la absoluta de su país. El mismísimo Siniša Mihajlović dijo de él que llegaría a ser un gran jugador.
Junto a ellos despuntó Marko Grujić, que también aprovechó la catapulta del Mundial sub-20 para aterrizar en un grande europeo. El centrocampista forjado en el Estrella Roja de Belgrado fue a parar a Anfield, pero después de tres cursos donde apenas jugó 16 partidos, fue encadenando cesiones hasta acabar en Oporto.
Serbia se presentó en el Mundial de Rusia por la puerta grande después de solventar su grupo de clasificación quedando primera y con solo una derrota. La euforia seguía al alza, y varios medios internacionales hablaban del “comienzo de una nueva era para el fútbol serbio”. Además, estaba demostrado que el equipo funcionaba. Había equilibrio entre la calidad de jugadores más veteranos como Dušan Tadić, Nemanja Matić, Filip Kostić o Aleksandar Mitrović, y el talento de los jóvenes que poblaban la convocatoria de la absoluta, donde a las estrellas de Nueva Zelanda se les sumaron otras promesas como Luka Jović, Nemanja Radonjić o Nikola Milenković.
Todo estaba listo para intentar dar el campanazo. A pesar de partir desde el bombo 4, el sorteo de la fase de grupos no fue cruel con Serbia, que quedó emparejada con Brasil —guiño del destino—, Suiza y Costa Rica. Por primera vez en mucho tiempo, pasar a octavos como segunda no era un objetivo inalcanzable, y la victoria en el primer partido frente a Costa Rica engordó aún más las ilusiones. Pero ahí se acabaron las alegrías y las aspiraciones serbias en ese Mundial. En los dos partidos siguientes, sendas derrotas devolvieron a la Tierra a los balcánicos, que se fueron de Rusia como terceras de grupo y con la sensación de haber merecido mucho más.
Tampoco ayudó a consolidar el proyecto la inestabilidad en el banquillo. En cinco años las ‘Águilas’ vieron desfilar por el área técnica hasta cuatro seleccionadores distintos, y eso se notó en el rendimiento. Para empezar, Serbia no estuvo presente en la siguiente gran cita del fútbol internacional, la Euro 2020 —jugada en 2021 debido a la Covid—. En su grupo de clasificación no fue capaz de disputarle la segunda plaza ni a Portugal, ni a una sorprendente Ucrania que acabó primera.
Y si mal le había sentado al equipo serbio la nieve rusa, peor le sentó el desierto catarí. En 2022 la nueva cita mundialista reavivó los sueños y esperanzas de una afición que, tras dos grandes fiascos consecutivos, quería pensar que esta vez sí sonaría la flauta, sobre todo después de firmar una actuación notable en la Nations League.
Los jóvenes ya habían madurado, estaban más hechos, y Serbia llegó a Catar ganándole a Portugal en el clasificatorio y con refuerzos en la medular como el sevillista Nemanja Gudelj. Además, el ataque era imponente con la reciente incorporación de un Dušan Vlahović en estado de gracia que venía de anotar 24 goles en la Serie A.
Si hace una década todo eran elogios y optimismo en los periódicos serbios hacia su selección, ahora el cuento ha cambiado drásticamente
¿Qué podía salir mal? Pues otra vez Brasil y Suiza en el grupo, y otra vez dos derrotas. El empate contra Camerún solo sirvió para certificar la eliminación como últimos con solo un punto. La decepción volvió a ser mayúscula y la prensa, tanto nacional como extranjera, no tuvo piedad: “sorpresa desagradable”, “otra eliminación antes de tiempo” o “jugadores mediocres y una defensa deficiente” fueron algunos de los epítetos que se pudieron leer por medio mundo.
El seleccionador, Dragan Stojković, intentó excusarse apelando a los “muchos problemas de lesiones” que habían sufrido antes del torneo, como la del delantero Mitrović. En cuanto a las críticas, el exjugador yugoslavo echó más leña al fuego: “Supongo que nos critican porque quizá la gente esperaba otra cosa, pero todo esto es bastante normal […] ¿Ha sido Serbia alguna vez campeona del Mundo o de Europa, o ha llegado a una final? Hay que ser realistas”.
La ilusión se convirtió en escepticismo, y las expectativas se transformaron en desconfianza hacia un equipo con mucho nombre pero que no había demostrado nada con resultados. Los más veteranos, como Tadić, ya estaban lejos de su mejor momento, y los jóvenes jamás habían llegado a explotar. Así afrontó la Euro 2024 la generación dorada, que a estas alturas ya era poco menos que de bronce.
Serbia resolvió una vez más sin apuros el grupo de clasificación, esta vez muy asequible, y se metió en la Euro como segunda por detrás de Hungría. ¿Sería capaz esta vez de romper la maldición de la fase de grupos? La respuesta fue un ‘no’ rotundo.
En Alemania los bombos emparejaron a las ‘Águilas’ con Inglaterra, Dinamarca y Eslovenia. A priori, meterse en octavos como segunda era complicado, pero existía la posibilidad de pasar de ronda como uno de los cuatro mejores terceros. Las incorporaciones del central Pavlović y de los centrocampistas Ilić y Samardžić buscaban corregir desajustes en defensa e intentar tener más control del balón para poder construir mejor el juego.
La derrota ante Inglaterra entraba dentro de los planes, aunque es justo decir que Serbia tuvo muchas opciones de irse con un punto de ese partido. Sin embargo, los empates contra Eslovenia (1-1) y Dinamarca (0-0) volvieron a dejar cuartos y sin ninguna victoria a una selección a la que le faltaban ideas, frescura y colmillo.
Si hace una década todo eran elogios y optimismo en los periódicos serbios hacia su selección, ahora el cuento ha cambiado drásticamente. El pasado 13 de diciembre (viernes) se realizó el sorteo de los grupos de clasificación para el Mundial 2026, y diarios como el prestigioso Večernje novosti, destacaron en sus titulares este hecho para subrayar la mala suerte que había tenido Serbia en los emparejamientos. “En el primer bombo, nuestra selección no podría haberlo hecho peor. Inglaterra es una de las mejores selecciones del mundo […] Tampoco hemos tenido suerte con Albania. Había rivales más fáciles, pero hoy la fortuna no ha estado de nuestro lado”.
A primera vista parecen unas declaraciones bastante exageradas. Es cierto que Inglaterra es, a priori, el rival más poderoso, y que los partidos frente a Albania van a ser de alto riesgo por las rivalidades étnicas que tienen como epicentro a Kosovo. Pero en un grupo donde también están Lituania y Andorra, Serbia no debería pasar muchos apuros para clasificarse al menos como segunda. Aunque visto lo visto, quizá la prensa haga bien en ser prudente.
De momento, aquella generación dorada de 2015 no ha hecho ningún mérito que demuestre que es merecedora de ese nombre, y Serbia continúa sin reivindicarse futbolísticamente
Puede que Stojković tuviera parte de razón al sugerir que no debía esperarse de Serbia que ganase un Mundial o que llegase a la final de un gran torneo, pero también es indiscutible que en los últimos diez años el país ha alumbrado a su mejor generación de futbolistas, la mayoría de los cuales juega en las ligas más punteras de Europa.
De momento, aquella generación dorada de 2015 no ha hecho ningún mérito que demuestre que es merecedora de ese nombre, y Serbia continúa sin reivindicarse futbolísticamente. Por otro lado, la maldición de la fase de grupos sigue vigente, y hasta ahora sus mejores resultados los ha cosechado junto a Montenegro, cuando el combinado alcanzó los octavos de final en el Mundial 1998 y los cuartos en la Euro 2000.
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Fotografía de Getty Images.